ACTA 2000, NUESTRO INTERNET DE UN PASADO RECIENTE

Apenas eran las 8 de la mañana de hace unos días cuando me dirigía al trabajo y vi tirada en la acera la portada de un volumen del Acta 2000, de hace unos cuantos años, décadas. Ahí, descuajaringada, separada del resto de las páginas que la acompañaban yacía el testimonio de otra época donde acudir a las fuentes del saber no tenía la inmediatez de hoy.

Y es que el Acta 2000 aún sigue en casa de mis padres, y en la casa de los padres de mucha gente, como persistirán otras tantas enciclopedias que sirvieron o no en su momento para ilustrarnos, y que hoy tienen la digna función de decorar estanterías y muebles bar en preeminentes sitios de nuestros hogares.

Es evidente que hoy a poca gente se le ocurriría comprar una enciclopedia o un diccionario enciclopédico, los hay pero ya son rarezas, tal vez aún hay cierta predilección por parte de las bibliotecas públicas, pero este género está en franco desuso, obviamente no por su interés, sino porque el formato está desfasado ante la presencia de Internet, donde tenemos toda la información, absolutamente toda, a golpe de clic.

Pero antes era otra cosa, apenas veinte o treinta años atrás, puesto que no había familia que se preciara que no hubiera comprado alguna colección para potenciar el saber de su prole, en muchos casos, y también por qué no para ese fin más errático de ocupar espacio decorativo en muebles, con objeto de dotar tal vez de empaque a familias que jamás abrirían ni un volumen; y es que se podía ser zoquete pero tener los libros ahí, cerca de donde se veía la tele, daba la sensación de que uno podría ser menos inculto, por aquello de que mucha gente piensa que los conocimientos se transmiten por ósmosis sin necesidad de leer sus páginas solo por su cercanía.

Por suerte para mí, que mis padres me inculcaron de pequeño la importancia del saber, el Acta 2000 no fue durante muchos años un objeto decorativo; es más me precio de afirmar que prácticamente todos los libros que decoran estantes en casa de mis padres o en la mía los he leído, y ahora ya sí, pueden ejercer su residual función estética en una especie de merecida jubilación.

Los de mi época recordarán cómo se accedía a estas enciclopedias, las cuales no se vendían habitualmente en papelerías; eran las editoriales las que en un ejercicio de imaginación mercadotécnica, generaban el interés en las familias para promocionar sus ventas. En el colegio anunciaban la promoción de un concurso, generalmente de pintura, donde todos los de la clase estábamos obligados a dibujar (cuando digo obligados imagino que es que a los maestros los «untaban» con libros o…, para que todo el mundo entrara por el aro), concurso patrocinado obviamente por un grupo editorial o por una distribuidora. Aparte de que se premiaban los mejores dibujos, el éxito de la estrategia consistía en que los ganadores y los tuercebotas pictóricos, entre los que me encuentro, tenían todos sin excepción su momento de gloria, y el premio era que tu dibujo sería expuesto en una sala pública y que te recompensarían tu esfuerzo con un bonito diploma.

El Acta 2000 llegó a mi casa con ocasión de una de esas exposiciones que se celebraba en los Salones Orzaes de Linares, mi (horrendo) dibujo estaba allí entre miles de dibujos, pegado en un panel junto con otros de mayor calidad estética, pero para mis padres y para mí ese era el importante, el niño había expuesto por primera vez en su vida, toda una figura en ciernes; y luego vino el diploma, y después de tanto exceso de atención hacia mi persona, venía el amable comercial de turno para calentar la cabeza a mi familia, que si tenían pensado que el niño estudiara en un futuro, que si su talento debía seguir siendo alimentado y le ofrecía una magnífica colección enciclopédica en varios volúmenes con unos cómodos plazos de pago y bla, bla, bla. No se puede decir que mis padres «picaran», porque la verdad es que antes no había tanto acceso a conocimiento como ahora, y no era tan mala inversión comprar un producto de estos. Mis padres adquirieron el Acta 2000 y acertaron, colección que tenía fecha de edición de 1977, por lo que entraría en mi casa sobre ese año o los dos posteriores.

No puedo decir que los leyera de cabo a rabo todos los volúmenes, pero sí recuerdo que junto a mis hermanos pasamos y repasamos muchísimas hojas y durante mucho tiempo de esos libracos. Venía todo estructurado en materias y era un visión general de un montón de materias. A mí particularmente me llamó la atención el libro que se centraba en los deportes y que tenía curiosamente una parte dedicada a papiroflexia (volumen 6 titulado Hogar y vida social), y la geografía. Probablemente tocara menos el tomo dedicado a la tecnología. O sea, que los libros se utilizaron y cumplieron su misión de cultivarnos.

El Acta 2000 representa una curiosa aunque pequeñita anécdota en mi familia, y es que habrían pasado unos pocos años desde que se compró la colección, y unos amigos de mis padres nos llamaron un sábado con una película un tanto extraña, diciendo que en su casa habían dejado unas cajas que llevaban el nombre de mi padre. Así que recuerdo que fui con mi padre a la calle República Argentina de Linares y mi padre si hizo cargo de esas cajas porque había un albarán con su nombre. Y oh, sorpresa, las cajas contenían la colección de la Nueva Acta 2000, una revisión del antiguo formato con información más actualizada y mayor calidad en sus contenidos, la edición era de 1982, así que por ese año o posteriores nos movíamos.

Mi padre dijo algo así como dejadlos en principio en las cajas, consultadlos si queréis y si nos los reclaman se devuelven. Así que si nos flipaba el Acta 2000 su hermana más joven y ambiciosa todavía más si cabe. Y allí estuvimos como niño con zapatos nuevos. Como es de imaginar pasaron días, meses y años, y nadie reclamó esas cajas, y espero que no le supusiera un importante agujero a la Editorial Rialp que hoy sigue funcionando, y como es lógico, los libros migraron de las cajas a las estanterías del mejor mueble de la casa.

Y ahí siguen hoy, juntos como hermanos, miembros de un pasado, llevando una digno retiro para embellecimiento del salón de casa de mis padres. Es muy probable que utilizara esa colección hasta la entrada en la universidad, a la vuelta de ella (1992), aún pervivía lo analógico, tenía ilusión por tener un diccionario enciclopédico y me hice con uno «de bolsillo», creo que de la Editorial Espasa, muy chulo y manejable, pero la irrupción de Internet fue tan feroz como veloz.

Internet tiene de todo, no pretendo hacer una tesis al respecto, hay cosas buenas y malas; lo mejor para mí es que te permite acceder a una fuente infinita de saber e información al instante, y creo que fomenta el aprendizaje si se lee todo como si fuera un libro, otra cosa es que tengas el concepto de que lo que ves es de usar y tirar y vas a titulares, entonces esa rapidez hace que pierda rigor lo que extraes de la consulta. Y desde luego lo peor es el uso de las redes sociales, lo que ha permitido que mucha gente sea visible sin tener cultura alguna, para ellos Internet es una herramienta de comunicación aun a costa de empobrecer su lenguaje, mucha gente no aprende, sino que desaprende.

En fin, que aquella Acta 2000, como muchas enciclopedias y diccionarios enciclopédicos del pasado fue un buen instrumento para el aprendizaje, y hoy superado por la evolución de lo digital se ha quedado como un recuerdo de antaño para una función decorativa, y al menos eso, que no muera en el suelo de una calle, tan mal no se portó.

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