LOS CULEBRONES, PRODUCTO TELEVISIVO CON LARGA VIDA

Estamos a mediados de los 80 y TVE comienza a agrandar su parrilla horaria con nuevos espacios, ante los embates de las televisiones autonómicas y la llegada, que se avecinaba en poco tiempo, de las cadenas privadas. Fue el tiempo en que el horario de mañana, antes territorio solo explorado durante los fines de semana, comienza a ser un interesante mercado en los días laborables, con un público potencial que está en esa franja en sus casas y que desea ver la tele mientras desayuna o hace las labores hogareñas.

Así TVE comienza a producir programas magacines, de variedades, en el que había un poco de todo, noticias, chismorreos, debate, música... Se me pierde un poco en los orígenes de los tiempos cuándo fue el pistoletazo de salida como tal. Pero sí que quería tomarlo como punto de referencia, porque al poco del nacimiento de estos magacines matutinos, en España recuerdo que se vio por primera vez «oficialmente» un culebrón.

No podré olvidar jamás el título de esta telenovela, mexicana para más señas, que se llamaba «Los ricos también lloran» y que inauguró en nuestro país este nuevo producto televisivo. Culebrón que como cabe deducir de su nombre, hace referencia a una serie de larguísima duración y con múltiples enredos y líos, como si de una serpiente se tratara.

Los culebrones, que llevan funcionando en América Latina como una industria sólida desde los finales de los años 70, gozan de un gran predicamento en buena parte de la audiencia porque gravitan sobre temáticas que llaman a la curiosidad del telespectador medio.

Son muchos los rasgos característicos, pero podríamos sintetizar más o menos en estos: 1. Son historias de buenos y malos esterotipados, con unos malos supermalísimos con un elenco de defectos innumerable pero con la habilidad de maquinar a lo largo del tiempo para mantener sus estatus, pues suelen ser generalmente ricos; los buenos por su parte acostumbran a ser de extracción humilde, pero son un dechado de virtudes, tremendos sufridores antes las cruentas adversidades de la vida, por otro lado, muy religiosos. Los buenos suelen ser guapos y guapas y en los malos abundan más los poco agraciados. Entre ricos y pobres, buenos y malos, suele haber conexiones (amorosas), y en una misma familia y con la misma sangre conviven buenos y malos. 2. Tienen estas series la gran virtud de que te puedes perder muchos capítulos y retomarla sin pérdidas sustanciales, pues juegan con la sensación de que en cada capítulo pasan muchas cosas, pero realmente no pasa nada. 3. Los enredos gravitan sobre las vidas de las personas: el dinero, la familia, muchos hijos y padres ocultos y secretos de familia, el poder, veladas tensiones sexuales, algún discapacitado, tal que reproduce, aunque de manera exagerada, la vida real. 4. Las historias, en su largo discurrir, se fundamentan en el sufrimiento; las productoras descubrieron ese filón que también es el reflejo de la sociedad, que se ha acostumbrado más a las malas noticias que a las buenas; de hecho, tanto dolor acumulado se resuelve en el desenlace, que apenas toma partido en el último o en los dos últimos capítulos. 5. El culebrón también ensalza el chismorreo y eso genera hambre en la audiencia que asiste diaria a cada capítulo. Te metes en la vida de una familia que no conoces, que teóricamente no te interesa su vida, pero necesitas saberlo todo de ella, todos sus secretos, todos sus trapos sucios, y esa familia te lo va a contar todo, no va a dejar ningún cabo suelto. 6. Estas series tienen un argumento muy simple, tramas y subtramas muy sencillitas, nada de calentarse la cabeza, por lo que es muy fácil seguirlas y opinar de ellas para un amplio espectro de la población.

Es muy probable que estas series, en algún momento de su historia, hayan funcionado con un panel de telespectadores que ven los capítulos antes de su emisión y opinan sobre lo que les gusta, lo que no, por dónde deben orientarse las tramas y subtramas, generación de nuevos personajes... Esto funciona muy bien en cualquier serie, porque los guionistas, metidos en su capullo no tienen acceso a las opiniones de la calle, y ese panel no técnico es un fantástico sensor de las querencias del público.

No voy a negar que he visto culebrones alguna vez, por unas circunstancias u otras, porque no había otra cosa que hacer, era la única opción, o estaba en la habitación donde echaba la siesta. «Los ricos también lloran» no la vi, y sí vi bastantes capítulos de «Cristal» y «Topacio», esta última si no recuerdo mal, emitida por Canal Sur. Aunque lo que yo siempre eché en falta es que nunca llegara a ver el último capítulo de esa o de otras, porque sería tener mucha suerte, que es donde me consta que los malos tienen el peor de los finales, o mueren de forma trágica y dolorosa, o quedan impedidos de tal manera que tengan un sufrimiento de por vida; y los buenos, por supuesto, salen airosos.

Aquel primitivo culebrón de «Los ricos también lloran» que ocupaba el horario de mañana, fue dejando paso al horario de tarde, probablemente mucho más prolífico a la hora de captar audiencia, esa hora de después de comer donde te entra el sopor postprandial y tienes necesariamente que apaciguarlo en un sofá o en un sillón para ver la tele, o como sonido de fondo para echar la siesta (he dormido cientos de capítulos de culebrones y de documentales de la selva en la 2).

Los culebrones son una industria muy consolidada, porque múltiples productoras latinoamericanas las siguen produciendo actualmente y ello se puede constatar porque en España, sin ir más lejos, Antena Nova está buena parte del día emitiendo este producto en sucesivas series. Mi suegra es particularmente aficionada a estas y cuando voy a comer a su casa o por la noche siempre tiene puesta alguna.

Tradicionalmente los culebrones latinoamericanos por antonomasia son los venezolanos, y copando la segunda posición casi al alimón los mexicanos y colombianos. Prácticamente en todos los países de América Latina se han hecho telenovelas, incluido Brasil, de las que nos venían las series obviamente dobladas pero con una sistemática similar a la de los países vecinos. Hubo una telenovela chilena también de hace años, titulada «Machos», de la que recuerdo poco más que su música de entrada y un grupo de hombres vestidos de traje que caminaban en línea con cierta soberbia.

En cuanto a la calidad, hay que decir que ha ido mejorando con el tiempo, partiendo de decorados muy básicos hace treinta años, elenco actoral muy verde, errores de postproducción en los que se apreciaban los micrófonos, y actores que iban con pinganillo por la premura de las grabaciones. Ahora cuentan con mayor presupuesto, hay muchos exteriores, pese a que las historias algo modernizadas sigue girando alrededor de los caracteres que las han hecho tan populares.

Técnicamente en España no se han hecho telenovelas, o han querido separarse productos y formatos similares del culebrón, aunque las teleseries vespertinas de larga duración y varias temporadas, incluso algunas de noche (en Canal Sur hubo una de algunos cientos o miles de capítulos), cuentan con aspectos muy identificativos del culebrón.

Es evidente que la telenovela-culebrón seguirá teniendo larga vida como largas son cada una de ellas, en España y en América son muy populares, especialmente en un público de mediana y tercera edad. Pero curiosamente también son populares en otras partes del mundo, en la tele ha salido gente de Rumanía que habla español gracias a las telenovelas (se emiten en versión original con subtítulos). El producto, con sus peculiaridades, es casi mundial; en Mongolia me consta que las hay, cuando fui a Etiopía las había y con una ambientación muy sudamericana… Pues eso, larga vida, para los que las quieran ver.

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