"LA CAÍDA DE LA CASA USHER", DE ROGER CORMAN

Ya comenté en una ocasión que mi amor por el cine se remonta a mi infancia, cuando abundaban precisamente los cines en cada barrio, en cada pueblo. Incluso pequeñas localidades de la Andalucía profunda como Begíjar, donde pasé muchos momentos de mi niñez, contaban con sala de invierno y de verano para hacer las delicias de la población, que no disponía de tanta variedad de entretenimientos como ahora. Así que entre que tenía enchufe para colarme siempre en el cine de Paco Leive en Begíjar y el cine Roselly en Linares donde o pagaba o subía a alguna tapia con la gente de mi barrio para ver (mal) aquellas pelis clásicas de Bruce Lee, se construyó mi idilio por el séptimo arte.

El género de terror no ha sido nunca de mis preferidos, primero porque soy bastante incrédulo y segundo porque una historia inventada por muy bien armada que esté no me da más miedo que las malas personas, la soledad y tal vez la oscuridad. No obstante, no niego que alguna peli se ha colado a lo largo de mi vida, que he visto más por curiosidad que por interés, y efectivamente casi ninguna ha llegado a conmoverme lo más mínimo. Si tuviera que quedarme con alguna, sin duda me inclinaría por «El resplandor», un largometraje de suspense psicológico que angustia, probablemente «Perros de paja» también; pero no es miedo lo que late, es tensión por saber qué ocurrirá en la siguiente escena.

Esta película de 1960 que hoy traigo a colación, «La caída de la casa Usher», pronúnciese el apellido en español como Asher, es la adaptación cinematográfica más reconocida de un cuento de terror de Edgar Allan Poe. Su director, Roger Corman, se ha dedicado durante la mayor parte de su vida a la difícil tarea de hacer películas de miedo, y en su trayectoria no destacan más que tres o cuatro películas salvables y la inmensa mayoría a las que podríamos calificar como de serie B. Y es que este género es muy complicado y, o se hace muy bien con las excepciones que he citado, o es parcela para los entusiastas e incondicionales de este cine que año tras año sigue produciendo nuevos proyectos con limitado éxito.

Y esta película, aun estando bien hecha, no deja de quedarse en ese intento de adaptación, porque constreñir algo más de cien páginas de poesía, espiritualidad, melancolía y ensoñaciones (no he leído el cuento pero sí lo conocía y he leído algunos resúmenes) en ochenta minutos de grabación, se me antoja un ejercicio de excesiva concisión, es más hay cambios demasiado sustanciales en la película con respecto al libro.

Por tanto, más que una adaptación, Roger Corman nos propone una interpretación del cuento, centrándose en el argumento principal y dándole mucha importancia al trabajo de los actores, tan solo cuatro. El hecho de que sean solo cuatro podría ofrecernos la dimensión de una obra teatral, puesto que por otro lado, la acción se desarrolla en una mansión, pero precisamente los múltiples espacios que se representan en la casa obligarían a encapsular demasiado la trama.

Y es que lo mejor de la película son sus cuatro actores, entre paréntesis el personaje: Mark Damon (Phillip Winthrop), Madeline Usher (Myrna Fahey), Roderick (Vincent Price) y Bristol (Harry Ellerbe). Nos remontamos a la segunda mitad del siglo XIX y el joven Winthrop acude desde Boston hasta la mansión de los Usher, bastante siniestra bien es cierto, con el objetivo de reunirse con su prometida Madeline para volverse con ella y contraer matrimonio, pero el mayordomo Bristol lo recibe con cierto desprecio, insistiéndole en que no es bienvenido y que se tiene que marchar. A regañadientes accederá a la casa y el hermano de su prometida le conmina a que se largue pues Madeline está débil y enferma.

Winthrop no cejará en su empeño y se quedará a pasar la noche, mientras percibe que más allá del amor que profesa a Madeline y que es correspondido, no solo tiene de enemigos al señor Usher y un impertérrito Bristol, sino que la casa es una especie de laberinto de misterios que le prepara una sorpresa a cada instante.

La mansión se resquebraja pero también todo lo que une a Winthrop con esa casa, el compromiso con su amada; pues poco a poco los Usher van desvelando los misterios que les impiden abandonar esa casa maldita.

Los trabajos interpretativos son sensacionales y la mansión muy bien conseguida. El vestuario contribuye a ofrecer una imagen de tenebrismo y congoja. Roderick Usher, el hermano de Madeline, casi da miedo con su sola presencia, presenta un rostro sepulcral y un traje rojo sangre que casi asusta en cada escena. Madeline está entre tierna y endemoniada. Bristol entre cortés e implacable; y el joven Winthrop en su papel de enamorado que no da su brazo a torcer, noble pero obsesionado con salvar a su prometida.

Pero la casa se hunde y nos muestra los terribles secretos que contiene, las pesadillas de Winthrop se convierten en realidad y luchará por evitar que todo el mal que se cierne sobre la casa tome cuerpo.

Salvando las interpretaciones, la ambientación y el vestuario, la película tiene visibles defectos, problemas de enfoque, unos efectos especiales ramplones y una trama previsible y que no convence, ni conmueve, o sea, miedo poquito.

Ha habido alguna película más sobre el cuento, incluso cortometrajes, intentos solo que nos ofrecen diversas perspectivas. La crónica más reconocida es esta, aunque deja que desear. Tal vez si hoy se produjera habría muchas más oportunidades para explayarse.

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