PROTEGIENDO LOS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS DE ESPAÑA, ESA UTOPÍA

Confieso que a veces me meto en unos importantes jardines al opinar sobre asuntos en los que soy un profano, me muevo por impulsos, manifestando mi parecer como si estuviera en una barra de bar, es decir, dejándome llevar, a veces, por tópicos y sin pensar demasiado la situación, pero es mi opinión, y mala o buena para los demás, no quiero dejar pasar la oportunidad de expresar, en este caso, la secuencia de algo que no funciona en este país.

Creo que lo he comentado en esta bitácora en alguna ocasión, que tenía un profesor de inglés en el Instituto que siempre apelaba a que España era un país a medio hacer en comparación con el Reino Unido. Mientras que en las Islas todos los saneamientos estaban estructurados desde hace décadas y para meter un cable o una nueva tubería no había nada más que levantar las tapas de esos saneamientos, aquí en España se abren zanjas sobre zanjas, o se abren tres o cuatro paralelas en una mismas calle y se cierran a su vez cada vez que alguna empresa tiene que acometer su correspondiente infraestructura. Mi profesor, Lino se llamaba para más señas, nos comentaba esto hace treinta años y lo cierto es que esa realidad sigue plenamente vigente hoy. Restos de zanjas tenemos en nuestras calles, dobles, triples y hay que dar gracias a Dios, que se hayan cerrado bien, porque con el tiempo el relleno se resiente y se generan hoyos en el asfalto y las consiguientes incidencias en el tráfico rodado. Y mañana es posible que vuelvan a hacer otra, y en un nuevo sitio.

De zanjas voy a tratar, aunque no por el hecho de que sea una zanja, sino porque se demuestra que seguimos siendo un país a medio hacer. Pues hace unas semanas el periódico por excelencia de mi provincia, el Diario Jaén, abría en portada con la noticia de que unos restos arqueológicos de gran importancia situados en Cerro Maquiz, en el término municipal de Mengíbar habían sido dañados gravemente por la apertura de una zanja para el regadío de olivares. Lo irreversible de los efectos y la burda forma en que se había sucedido tamaña felonía, es que ocultaba una segunda lectura que no se había atrevido a hacer el periódico y que, a poco que se discurre, salía a la luz sin mayor esfuerzo: el nulo nivel de protección físico de los yacimientos arqueológicos.

Entiendo que el yacimiento de Cerro Maquiz cuenta con una protección legal, inscrito en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, por lo que goza de «una singular protección y tutela», así señalaba el diario; pero hasta aquí, la singular protección no es más que la que proporcionan los papeles, que como ya se sabe, son muy sufridos y lo soportan todo. Es decir, que le podrás poner al yacimiento todos los titulitos que quieras que si aquello no está vallado y protegido físicamente, al energúmeno de turno le da igual que allí haya unas piedras muy antiguas, porque él lo que necesita es hacer su zanja.

Y mucho me temo que en Cerro Maquiz la protección física, la buena, porque la otra ya hemos observado que es bastante vana, pues brillaría por su ausencia. Y este es el problema, y tal vez sea demasiado reduccionista, que en este país hacemos las leyes pero luego no tenemos dinero para aplicarlas. Si tan importante es este yacimiento, descubierto hace ya unas décadas, por qué no se puso en valor, por qué no se protegió y no se actuó, la respuesta es obvia, el vil metal.

Yo que nací y me crié en Linares, fui de pequeño y de joven a las ruinas de Cástulo, cuando eran precisamente eso, unas ruinas, y nivel de protección cero, ni físico ni jurídico. Andabas por allí a tu gusto y si algún visitante, yo también, se hubiese querido traer una pieza arqueológica o toda una colección no habría tenido mayor problema, porque nadie cuidaba de aquello, le interesaba a muy poca gente y todo hacía indicar que había cuestiones más importantes de las que preocuparse para las administraciones competentes. Hoy, esto ha cambiado y Cástulo, ya se ha situado al nivel de protección óptimo.

Desvelada la esencia del problema cabe reflexionar que como se afanaba en expresar mi profesor de inglés, España es un país a medio hacer, no llegamos a rematar las leyes, todo es parche sobre parche, como si de una calle o una carretera se tratara, y en el tema que nos ocupa que no es precisamente un asunto que se pueda solucionar con simples voluntades sino con dinero, con mucho dinero, ahí tenemos cientos, yo diría que miles, de yacimientos arqueológicos en nuestro país esperando que se les meta mano, y quién sabe, cuántas piezas adornan las casas de un montón de conciudadanos nuestros con las que se llenarían varios museos.

Visto lo visto, la actuación sobre Cerro Maquiz no resulta tan extraña y, ahora sí, me voy a meter en un jardín. Desconozco cuáles son los trámites que genera el descubrimiento de un yacimiento arqueológico en una finca particular, pero sospecho que al propietario se le viene encima un sinfín de dificultades burocráticas y lo que es más relevante que no verá ni a corto ni medio plazo compensación económica alguna.

Comoquiera que esto es un secreto a voces, no quiero imaginar la cantidad de yacimientos arqueológicos que tanto en el campo como en zonas urbanas han sido ocultados para evitar problemas, por una simple cuestión, porque entre la cultura y el pan de mis hijos, es mucho más importante lo segundo.

No quiero con esto justificar estas actuaciones, porque debo proclamar que la historia y la cultura es fundamental para una nación, y Dios sabe la cantidad de expolios que se han producido en el campo, en las ciudades, porque la constructora de turno vio que aquel negocio se le podía dilatar eternamente en cuanto levantara liebre de que se habían descubierto unas piedras antiguas. Pero la realidad es esa, hablas en la calle y cualquier persona te puede contar hechos veraces, que no leyendas urbanas, sobre edificios que se construyeron sobre yacimientos arqueológicos y sobre los que se apresuraron en tapar para evitar dilaciones y problemas futuros.

Precisamente la capital jiennense es una consabida zona de gran valor arqueológico, como otras muchas ciudades y pueblos de Andalucía y España, y se habla de que caves donde caves te encuentras con algún asentamiento digno de ser recuperado, pero ¿todo? O sea, ¿deberíamos hacer de las ciudades modernas asentadas sobre otras más antiguas, un parque temático de la antigüedad? La respuesta es no, no porque legal o legítimamente tenga que serlo, sino porque es la realidad. Porque no hay dinero suficiente ni tan siquiera para poner en valor una mínima parte de los restos arqueológicos que están bajo nuestros pies.

Hace unas semanas tomé una foto en Jaén, la que ilustra esta entrada, en una zona relativamente cercana al Bulevar, de un solar de varios miles de metros cuadrados, completamente vallado (por lo menos nos ahorramos que alguien expolie o esquilme), un amigo me dijo que estaba destinado a algún edificio público (el hecho de que sea un terreno público, nobleza obliga, provoca su inmediata protección, hay que dar ejemplo y eso), pero que llevaba no menos de una década en esa situación. ¿Y ahora qué? Ni podemos disponer del equipamiento previsto, ni podemos visitar los restos, aquello se convierte en un terreno baldío in aeternum, en espera de mejores momentos, en espera de que alguna vez alguien se digne en dotar económicamente las partidas para poner en valor yacimientos arqueológicos, porque de lo contrario, tendremos las opciones siguientes, a saber: destrozar, tapar, o dejar el terreno en barbecho. Cualquiera de ellas no es una solución constructiva.

El otro día leí un artículo de Antonio Muñoz Molina y, aunque no tenía que ver con esto, me quedo con una frase suya que no tiene desperdicio: «A veces me da la impresión de que los seres humanos estamos programados o condicionados catastróficamente para fijarnos con preferencia en lo que no tiene importancia ninguna». Pues eso, ¿alguien lo duda?, en España somos particularmente aficionados a esto, a centrarnos en chorradas, en que si los legionarios visitaron un hospital la pasada Semana Santa y cantaron su himno, si Isco debe ser titular, o si Pablo Iglesias ha soltado alguna lindeza en el Congreso, pero ¿realmente estamos intentando resolver los auténticos problemas de este país?

Mientras tanto, mientras que los yacimientos arqueológicos siguen macerándose al sol del desinterés, hoy tras la crisis económica los monstruos del derroches siguen ahí, convertidos ya en una suerte de yacimientos arqueológicos modernos: museos que no se abren, tranvías que son menos serios que el tren de la bruja o aeropuertos donde no aterriza ni un avión de papel.

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