SOBRE OPERACIÓN TRIUNFO, ENGENDROS POSTERIORES, TRIUNFITOS, INVISIBLES Y TUERCEBOTAS VOCALES

Tanto bombo le han dado al regreso o reencuentro de Operación Triunfo 1 (OT 1), que no me he podido resistir a la tentación de escribir sobre lo que yo experimenté en torno a este fenómeno, pero no solo eso, sino también para pegarle un repasillo a los programas de similar corte que se fueron sucediendo después en las diferentes televisiones y que tenían y tienen como fin la búsqueda de talentos ocultos, de voces mágicas para implantarse en el panorama musical.

Dicho esto, también he de señalar que igual que opino sobre esto, la música que se ha producido y comercializado como consecuencia de estos programas televisivos no me interesa nada, no la compro ni la compraré, y la consumo por obligación al escucharla fundamentalmente en radios y televisiones generalistas.

Bien es cierto que el formato televisivo que inauguró OT creo que impactó a todo el mundo, ya había nacido previamente Gran Hermano en Telecinco engendrando para la televisión una nueva fórmula de construir productos televisivos, la telerrealidad. OT no dejaba de formar parte de ese género de la telerrealidad, a los triunfitos los conocíamos cantando y evolucionando en sus habilidades vocales, pero también veíamos cómo comían, hacían deporte o hablaban con sus familias por teléfono, aunque en general, dábamos por bueno que el programa no era chabacano y deleznable, como sí que lo era (y lo es) Gran Hermano. No es de extrañar pues, que de tanto conocer la vida y el día a día de esos muchachitos aspirantes a estrellas musicales, la gente en la calle los hiciera suyos de tal forma que cuando salieron al mundo real ya eran de la familia, pero obviamente esa correspondencia no era biunívoca, como suele ocurrir con la gente famosa, y estos chavales quedaron abrumados por su repercusión mediática.

El gran logro de aquella primera edición de OT es que el propósito principal de encontrar voces que pudieran triunfar en la música se cumplió. Todos los participantes de esa primera experiencia, creo que todos, llegaron a sacar su disco, en solitario o acompañados, y algunos, ya vamos reduciendo la nómina, verdaderamente fueron estrellas, y lo son, y triunfaron con todas sus letras en mayúscula.

A toro pasado hay que decir que el formato puso de relieve que muchos de los que estuvieron en OT tenían voces mucho mejores que cualquier estrella del panorama musical de ayer y de hoy; pero es que la realidad que nos desveló este programa es la de que para triunfar no tienes que ser bueno en varios géneros musicales, sino solamente en el tuyo. OT trataba, en cierta forma, de buscar voces versátiles, pero no nos engañemos, al final triunfan las voces diferentes y especializadas en un estilo.

Nadie duda que Rosa, la ganadora de esa célebre primera edición, tenía y tiene una voz prodigiosa, cien mil veces mejor que la de un Joaquín Sabina, prototipo de cantante que jamás pudiera haber sido un elegido de cualquier Operación Triunfo. Sabina es muy bueno en sus canciones, esas que va narrando mientras suena la música, pero no le pidas que haga sus pinitos en otros géneros, porque Sabina sabe hacer el estilo Sabina y ya está. Y como Sabina otros tantos, que serian malos cantantes en el sentido objetivo (el de la voz versátil), pero magníficos en lo suyo. Se me ocurren muchos otros y otras; Alejandro Sanz tiene un estilo muy marcado el de la voz rajada, casi forzada, y en cada canción parece que está en el baño haciendo un último esfuerzo. Camarón era bueno en el flamenco, pero no podría haber cantado una canción de Michael Jackson, como no me imagino a la impresionante Adele cantando una canción de Estopa.

Y terminó OT 1 tras un éxito televisivo sin precedentes, y claro, tras un tiempo en el que la onda expansiva del programa perduró, las aguas volvieron a su cauce y la realidad puso a cada uno en su lugar.

Gestmusic, que era la productora del programa, hizo caja con estos jóvenes, y es lógico porque como empresa que es, su objetivo principal es ganar dinero, si ese no fuera su objetivo, sería otra cosa, sería una ONG o una congregación religiosa. Y Gestmusic rentabilizó su inversión de la mejor manera que entendió, aunque a algunos de los triunfitos no les terminara de gustar, pero el contrato televisivo obligaba hasta un tiempo posterior a su aparición televisiva. A mí me parece que lo hicieron fantásticamente bien, convirtieron en famosos a dieciséis desconocidos y los lanzaron a la autopista de las oportunidades con un montón de desvíos por los que se abría un horizonte de éxitos diversos. Gestmusic invirtió más en unos que en otros, porque creyó que esa era la manera que podría generarle más beneficios.

A la postre ¿qué ocurrió? El resumen es opinable pero es el mío. Hubo un gran triunfador, David Bisbal, tenía y tiene carisma y el producto musical que le aplicaron y en el que él se hizo fuerte le vino como anillo al dedo. David, además, encajó muy bien con el gran público, porque era uno de los nuestros, un chaval tan aparentemente buena gente, que aun pasados muchos años se sigue entreviendo la inocencia y nobleza de aquel chico que poco antes de OT estaba haciendo un curso de formación ocupacional en invernaderos (cultivos bajo abrigo). David Bisbal se convirtió en el multimillonario de OT.

Después se posiciona una especie de clase media, que se han ganado la vida con la música, con diferentes niveles de éxito, también con consecuencias económicas diversas en sus cuentas corrientes, con más o menos ceros, pero se percibe que viven de forma muy desahogada: Bustamante, Rosa, Chenoa, Manu Tenorio, Gisela…

Y finalmente se colocan los invisibles, aquellos a los que el halo del éxito se les esfumó con cierta rapidez: Javián, Juan, Naím, Geno, Alejandro Parreño o Mireia. Por cierto, la sensación que me transmitió ver a Mireia en el reencuentro fue de absoluta invisibilidad, no recordaba ni que hubiera existido.

El concierto de «El reencuentro» fue también un negocio para Gestmusic, aunque para el fin hubo de justificar los medios, y pasar por el aro de que todos y cada uno de los triunfitos tuvieran su momento de gloria, aun cuando a algunos se les notaba que se les había pasado el arroz, y en el caso de Juan Camus tuvo el dudoso privilegio de perpetrar dos canciones, probablemente las últimas que cante en su vida, en el más claro ejemplo de que no todos los que entran en un programa de telerrealidad musical son buenos y que en el caso de este individuo, con el tiempo el asunto es susceptible de empeorar.

A los profesionales de la música les hizo mucho pupa en 2001, 2002 y los años posteriores, los de la onda expansiva, la entrada en el panorama musical, desde la nada, de dieciséis chavales, que lógicamente ocupaban un espacio que ya tenían pillado ellos. A la oferta musical existente se añadía otra, con una difusión previa brutal, y algunos criticaban ese talento musical bisoño, construido a golpe de programa semanal, y sinceramente se equivocaron en parte, porque lo que no valió, se desechó (los invisibles) al poco, y lo que mereció la pena perduró. Es más, con el tiempo, las estrellas de toda la vida tuvieron que adaptarse al nuevo panorama, y se convencieron de que no era malo que existieran estas fórmulas televisivas, sobre todo si ellos mismos ganaban pasta, hasta el punto de que aparecieron y aparecen en otros formatos similares posteriores como coachs: El número uno, Factor X, Tú sí que vales, La voz…, en los que han participado sin ningún tipo de reserva los Miguel Bosé, Alejandro Sanz, Malú o Melendi.

Si lo de OT era la gallina de los huevos de oro, poco tardararon TVE y Gestmusic en ofrecernos una segunda edición, antes de que a los televidentes se nos olvidara la experiencia pretérita; y a todos y cada uno de los que la presenciamos nos pasó más o menos lo mismo, dejamos de tener interés paulatinamente, ni me acuerdo quién ganó (aunque lo he mirado en Internet, ni sé si sigue existiendo esa muchacha), el único que sobrevivió fue Manu Carrasco, otro triunfador que se podría meter en la categoría de la «clase media» de OT 1 en la que estaban Chenoa, Bustamante o Rosa. Lo curioso de este OT 2 es que yo sí que me acuerdo, y tal vez mucha gente, de la que quedó la última, Mai Meneses, a la que expulsaron a las primeras de cambio, por detrás de tantos invisibles, de tantos tuercebotas vocales. Mai Meneses al poco tiempo demostró que la vocecilla infantil, tal vez no versátil, era justo un producto muy vendible y nació hasta hoy como Nena Daconte, ganándose también la vida de forma desahogada con esto. Está claro que la productora y el jurado imbuido por esta, se equivocaron claramente.

Como las televisiones funcionan como un martirio chino, tras OT 2, vinieron otras ediciones de las que no recuerdo el número (incluso TVE soltó su emisión y la cogió Telecinco si no recuerdo mal, para asestarle la puñalada definitiva), y de las que no llegué a ver ni un minuto. Huelga decir que la gallina de los huevos de oro se había agotado rápido, sacando al mercado decenas de triunfitos invisibles, porque estaba claro que el formato para que funcionara tenía que ser necesariamente un binomio: voz carismática y audiencia. Lo primero podría existir, pero de lo segundo tan solo quedaban las cenizas, y muy probablemente tendremos voces estelares vagando por ahí, desaprovechadas.

Todas esas voces desaprovechadas lo son precisamente porque OT 1 agotó muy rápido el factor oportunidad, de algún modo, ese fue el elemento definitivo para que el binomio fuera un trinomio, una fórmula perfecta, capaz de producir una estrella como David Bisbal, situado en la liga de campeones de la música, a un nivel claramente distinto al de sus compañeros de aventura televisiva.

Gracias a ese factor oportunidad los triunfitos de OT 1 pudieron ser visibles, si David Bustamante o Chenoa hubieran formado parte de OT 4 u OT 5, si existieron estas ediciones, lo más seguro es que no se hubieran comido ni los mocos.

Y avanzamos en el tiempo, y se generalizaron los programas de corte similar en cada cadena televisiva, pasaba como con los mercados medievales y los ayuntamientos, que no estás en el mundo si en tu ciudad no organizas uno; pues eso, que ya surgieron otros programitas con diferentes nombres pero con el mismo objetivo, el de encontrar talentos musicales. Perdidos todos los factores que ya se han citado por agotamiento, esos programas ya son un producto televisivo más, son espacios de entretenimiento, que ahora tienen como fin la audiencia, de ahí que las verdaderas estrellas sean los coachs, y en menor medida, el crear una estrella de la nada, porque esto último ya se sabe que no puede ocurrir, porque el nicho de mercado es inexistente.

Mi mujer y yo consumimos estos productos televisivos mientras no haya una opción mejor en la parrilla. Se percibe que el formato está saturado, por mucho que se empeñen las televisiones en adornarlo. Los críticos (he de volver a decir lo de coach, porque la gente lo entiende mejor así, aun cuando sea un palabro anglosajón) suelen ser buenistas, al que es muy bueno lo ensalzan, al bueno también, al malo no lo machacan, y al muy malo le dicen que lo siga intentando; nunca una palabra desafortunada, jamás una mala actitud.

Tal vez el renombrado Risto fuera el único que ha sacado los pies del plato, ergo el único que decía verdades, el que supo muy desde el principio que estos programas ya habían llegado a su colmatación casi sin haber madurado; y no se cortaba ni un pelo en decirle a los malos que se dedicaran a otra cosa, y a los buenos y muy buenos que los triunfitos de OT 1 ya les habían comido el terreno por todo lo visto y que era muy difícil que se ganaran la vida sobradamente con esto.

Mientras tanto, y extraído al tal Risto de la tribuna de críticos, ahí tenemos a esos coachs buenistas que agotan los epítetos y las frases hechas programa tras programa, porque repiten lo mismo muchas veces, a golpe de escuchar cientos de voces: «Tu voz tiene color», «has llenado el escenario», «tienes feeling», «me has emocionado». Toda una colección de frases hechas que, de tanto usarse, más vacías de significado me parecen.

Hace unos años pudieran ser juguetes rotos, ahora ni eso, son simples engranajes para fomentar la audiencia de las cadenas televisivas. Creo que no hay engaños con esto y, mientras, mi mujer y yo podremos seguir opinando sobre lo bien o lo mal que cantan ese o aquel, y es que hay gente que se cuela en estos programas y que canta rematadamente mal y que desafinan desde la primera nota, y eso que nosotros ni somos expertos musicales ni tenemos un oído especialmente entrenado.

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