BORBETOMAGUS, CAOS Y RUIDO EN BUSCA DE LOS LÍMITES DE LA MÚSICA

Borbetomagus, sí Borbetomagus, llevo varios años siguiendo a este sorprendente grupo estadounidense y no, no puedo decir que sea un grupo ante el que me rindo, pero sí que me gusta explorar nuevas músicas y saber que hay muchos sonidos más allá de lo convencional, horizontes que al gran público se le escapan y, sin embargo, se hallan.

Este veterano grupo forjado en Nueva York y que lleva ya casi cuarenta años haciendo música, y siguen en activo, se decantó por hacerse un hueco en el panorama musical a través de las improvisaciones, santo y seña del jazz, pero además haciéndolo en unas magnitudes que poco se habían divisado hasta esa fecha, estamos hablando de finales de los años 70 del siglo pasado.

Borbetomagus se especializó en la música ruidista, por ser lo más gráfico y concreto posible en cuanto a su definición. Luego podemos ir perfilando y hablar de que su música es electrónica experimental, post rock, vanguardia anárquica...

No, no piensen que esto es un cachondeo, cuando estos amigos se pusieron a componer hace ya media vida, se marcaron un mandamiento fundamental: sin reglas. Toman sus saxofones y su guitarra y las hacen sonar arrebatadamente, y se derriten con el instrumento entre sus manos, no se le puede sacar más sonido, más ruido; incomprensible sí, pero destilo cierta belleza en el caos, no es fácil de entender, pero a veces esa distorsión provoca en el escuchante otros efectos que también la música busca. Al fin y al cabo, todos hemos escuchado rock duro con cantantes que se batían el cobre entre alaridos y tampoco nos hemos rasgado las vestiduras, y suelen ser gente además que llena estadios.

Resulta cuanto menos curioso ver al trío de sesentones o setentones formado por Donald Miller (guitarra eléctrica), Jim Sauter (saxo) y Don Dietrich (saxo) que en sus conciertos se presentan como un grupete de veteranos músicos de los que uno podría pensar que, bajo su aspecto bonachón y afable, nos van a cautivar con deliciosas melodías; pero es darse a sí mismos el pistoletazo de salida, y su propuesta es extrema, es intentar buscar hasta dónde pueden llegar con el ruido, una pelea sonora.

Los saxos suenan desgarrados y la guitarra lucha por quitarle protagonismo, y lo consigue cuando mínimamente sus rivales tienen un momento de titubeo. Y es que en sus improvisados conciertos las actuaciones duran no menos de media hora, eso sí, tienen que activarse previamente con unas buenas pintas de cerveza para tomar fuerzas por lo que viene. Y lo que viene no deja indiferente a nadie, los saxos parecen entablar una batalla sin tregua, en la que la guitarra les va cortando miembros.

Buena parte del éxito de sus propuestas, al menos considerando la longevidad de su proyecto, se debe fundamentalmente al papel vertebrador que ejercen los saxofones. El saxofón podemos decir que es el instrumento más moderno entre los clásicos, inventado a mitad del siglo XIX por Adolphe Sax, todas las composiciones anteriores a esa fecha no lo contemplan, por lo que por regla general la mayor parte de las orquestas clásicas no cuentan con este instrumento, por supuesto, hay que buscar obras posteriores donde ya sí cuentan con su juego.

Como he sido estudiante de saxo, y por azares de la vida lo tengo aparcado espero que no definitivamente, he experimentado que se trata de un instrumento con una enorme cantidad de posibilidades acústicas, no es solo su versatilidad con las notas en diversas octavas, uno de los más amplios rangos del espectro musical, sino que se pueden ejercer un gran abanico de efectos sonoros «especiales», entre los que yo destacaría los multifónicos, una conjunción de teclas que permite que los sonidos se disocien en el interior del instrumento, incluso que salgan por diferentes puntos, de tal forma que salen dos o más sonidos distintos a la vez que tienen percepciones muy diferentes, una de ellas podría parecerse al claxon de un camión. Muchos de estos multifónicos, por no decir todos, son explorados por Borbetomagus, que en cada actuación están inventando, explorando, llegando hasta el límite. De hecho, para reforzar estos efectos se valen de todo tipo de mecanismos electrónicos pero también de artilugios de su invención para alterar más si cabe los sonidos.

Su música agresiva, que lo es, es ante todo un grito de libertad y yo me la tomo así, ellos tocan y tú te refugias en ti para experimentar la primera sensación que se te venga en gana, no hay ideas recluidas, hay libertad sonora y también de pensamiento.

Curiosamente a estos pioneros del jazz libre o de la música del ruido, les han salido muchos seguidores, han creado escuela, y no podemos decir que haya una legión de fans, pero tienen su público. Borbetomagus se gana la vida con esto, no nos engañemos, y eso nos da la dimensión de que hay criterio en lo que hacen pese al patente caos. Y sí, han estado en España, en concreto lo hicieron en Barcelona en el año 2013.

Borbetomagus exprime la música que hay en sus instrumentos, no cabe más, acaban extenuados, dispuestos a tomar más gasolina en forma de cerveza y tal vez nos deleiten con otra composición desorbitada. Por supuesto, para muestra un botón.

Por cierto, Borbetomagus, imagino que le pusieron el nombre porque es sonoro y rimbombante como su propuesta musical, es el nombre celta de una antigua ciudad situada en la Germania y hoy denominada Worms en Alemania, en la región de Renania-Palatinado.

Pues eso, no se dejen engañar por este trío de ancianitos encantadores, van a triturar los sentidos del que se ponga por delante, y seguirán tocando para Vd. hasta que sus fuerzas no se lo impidan. Remedando a la Faraona, permítaseme la licencia, no tocan, no es música, pero aunque sea una vez en la vida, no se los pierdan.

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