"EL VIENTRE DE UN ARQUITECTO", DE PETER GREENAWAY

Puede que viera por primera vez esta película hace más de veinte años y es de esas que se te quedan grabadas para siempre. Pero no sé si porque me gustó, porque era rara o por un conjunto de todo. De hecho la acabo de volver a ver y tengo sensaciones encontradas. Lo único que saco en claro es que si durante dos décadas ha permanecido en mi subconsciente, desde luego no puede ser un mal proyecto; lo que sí es cierto es que al que la vea le auguro un recuerdo posterior y, desde luego, varios calentamientos de cabeza al hilo del cúmulo de elementos que nos propone el británico Peter Greenaway.

Peter Greenaway, ya lo adelanto, no es un director de cine al uso, de hecho, se dice de él que pregona que el ser humano no ha visto todavía lo que puede ser el auténtico cine. Y es así, en esta cinta nos propone un juego que no deja indiferente a nadie, pero no solo por su argumento, también por su forma de posicionar las cámaras y su fotografía, así como por la increíble música que contiene.

Yo entiendo que si hace más de veinte años que descubrí «The belly of an architect» (por cierto, esta última vez que la vi fue subtitulada), pues ya estaría yo aficionándome de forma masiva a la música New Age y minimalista, cuando se me vino encima una película de cierta vanguardia con una banda sonora espectacular, de la mano de uno de los padres de las nuevas músicas como es el belga Wim Mertens.

De hecho, no se podría haber utilizado una música mejor para esta película, ni se habría entendido o no se habría transmitido del mismo modo el mensaje que Greenaway quería proporcionarnos. La música en esta película, es tan esencial y tan constante en su metraje, que pareciera expresamente hecha para sus personajes, para la historia que cuenta, incluso mirando la fotografía, los actores que interpretan, los momentos en que surge...; un trabajo sencillamente excepcional que pone de relieve el tremendo talento de Wim Mertens, uno de los compositores más sobresalientes del finales del siglo XX y principios del XXI.

Sin destripar mucho del argumento sí que me gustaría comentar algo del fondo de la misma, como una invitación a visionarla, y a visionarla acompañado porque yo creo que es apta para un cinefórum abierto, casi a la par que se va viendo, toda vez que hay muchos espacios donde los diálogos desaparecen y la música, muy simbólica, nos permite analizar lo que va sucediendo.

El arquitecto estadounidense Stourley Kracklite es el encargado de montar una fastuosa exposición en Roma del arquitecto francés del siglo XVIII Ettiene Louis Boullée, todo un visionario y adelantado a su tiempo, del que hay que reconocer que se desconoce bastante de su obra y, sin duda, dando un paseo por Internet se puede reafirmar que la historia de la arquitectura le debe mucho a Boullée por el influjo y las pautas que marcó.

Kracklite acude con ese cometido a Roma acompañado de su mujer, unos veinte años más joven que él. El ligeramente orondo Kracklite es todo entusiasmo y fascinación por la figura de Boullée y por el magno acontecimiento para el que ha sido designado; pero al poco de llegar comienza a sufrir dolorosos episodios en su tripa.

El problema estomacal no dará tregua y la obsesión por Boullée irá en aumento, a la par que el distanciamiento de su esposa que le anuncia la buena nueva de que espera un bebé, no sin antes haber aprovechado la enfermedad del marido y su locura obsesiva para ponerle los cuernos con uno de los colaboradores de la exposición; no obstante, la infidelidad será recíproca.

Esa locura es tal que médicamente sufrirá también momentos de trastorno de personalidad en los que o bien se cree en cierta manera que es Boullée o bien asume el vientre de personajes esculpidos en monumentos históricos. Sí, ya sé que esto no tiene mucho sentido, pero es que en la película hay partes en la que deja de tener sentido.

Y es que la apuesta de Greenaway se debate entre el riesgo y el surrealismo, sobre todo hay mucho surrealismo, y yo soy un enamorado de este. En cada pasaje de la película el director nos está metiendo un montón de símbolos, y lo hace desde el momento en que las escenas se hacen a mucha distancia de los actores, con cámara estática, como si fuéramos espías más que espectadores de lo que sucede en la historia.

El surrealismo es la propia locura de Kracklite, afectada por sus dolores que derivarán en una enfermedad incurable, pero finalmente esa enfermedad y esos dolores no serán superiores a la pérdida de su esposa, de su hijo y fundamentalmente de Boullée, pues no podrá culminar su encargo.

Y en cada momento Mertens, para hacer y deshacer cada escena de la película, para desvelar los pensamientos de Kracklite, que es el personaje gravitatorio de la misma. Mertens sublime y Mertens genial, para una película que sí yo creo que al final me gusta y me seguirá gustando, y que habrá que volver a ver dentro de una década.

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