VUELTA AL ZOO DE CÓRDOBA, CERRANDO EL CÍRCULO

El ocupar el tiempo libre con mi hijo se ha convertido en estos últimos años en una de mis mayores pasiones y objetivo vital siempre que las fuerzas, el tiempo y las ganas me lo permiten. Es mi sino experimentar con mi hijo, adoptado para los que no lo sepan, nuevas vivencias y sucesivos estímulos, para que su adaptación más que consolidada sea, que lo es, una paulatina equiparación a un niño de su tiempo con las mismas costumbres, virtudes, aficiones y manías que cualquiera con los que se junta en el cole.

Esa sucesión de estímulos pasa, según mi saber y entender de padre que ha leído el libro que dicta la mente y la razón, por dotarlo de experiencias que yo viví cuando era pequeño y que me proporcionaron la felicidad infantil. Experiencias nada altisonantes, más bien humildes y modestas, pero es que nadie ha dicho que la felicidad cueste dinero ni que necesariamente la puedas encontrar en un crucero por el Caribe, yendo a un parque de atracciones o regalando al niño en cuestión un quad. Como en mi mente han dejado poso muchas de esas experiencias que me proporcionaron mis padres, yo quiero hacer igual con mi hijo.

Hacía tiempo ya que barajaba en mi cabeza el ir con mi hijo al Zoo de Córdoba, porque fue de los primeros recuerdos que tengo de niño, apenas tendría cinco años, primera mitad de los años 70. Esos recuerdos apenas han quedado limitados a la imagen de aves de colores muy llamativos (probablemente flamencos) paseando por los jardines del recinto y el darle cacahuetes con la mano a un elefante que sensiblemente te los cogía provocándote un cosquilleo.

He tenido oportunidades de volver al Zoo de Córdoba, pues han sido varias las veces a lo largo de mi vida que he vuelto a la ciudad de los califas, pero no lograba momento más oportuno para cerrar ese círculo de sentimientos que aquel en el que pudiera ir con mi prole. Hace un par de meses ese círculo tan entrañable para mí se cerró; mi hijo, mi mujer y yo pudimos pasear por el remozado recinto zoológico cordobés y disfrutar de una mañana de domingo soleada y plácida, viendo un buena colección de animales de todo el mundo.

Sé que hay defensores y detractores de los zoos, de las casas de fieras o de los parques temáticos zoológicos, acuarios..., como siempre considero, esto nunca puede ser ni blanco ni negro, sino escala de grises. Los defensores de estos recintos adoptarán aquellas razones que sostienen que la vida en cautividad proporciona a los animales paz, estabilidad, sustento, atención, calidad de vida... Los detractores abogarán por la prostitución de los animales, sacados de su propio hábitat, domesticados a la fuerza y constreñidos a vivir en espacios reducidos para el disfrute de los auténticos depredadores de la humanidad que somos los seres humanos, aparte de que se merma su longevidad al vivir en lugares a los que no pertenecen, por estrés o por simple obesidad. La verdad es que yo, en esta dicotomía, he de decir que siempre me han gustado mucho los zoológicos y que la dimensión pedagógica es sumamente importante, aun sacrificando algunos animales que se ven limitados en su espacio, para concienciar al hombre de que debe seguir contribuyendo a que las especies animales se mantengan en sus hábitats, que no las extingamos y sobre todo y muy importante, que el planeta no es patrimonio de los seres humanos sino de todos los seres vivos, por mucho que nuestro raciocinio nos haya hecho y nos hayamos creído que somos los amos del cotarro.

Sí que es cierto que en estos muchos años que han pasado después de mi visita infantil he ido conociendo más o menos de los avatares de este zoológico cordobés, y muy particularmente trascendió hace unos años a los medios de comunicación el deplorable estado en el que se encontraba que, dentro de las cosas malas que puede tener un zoo, esta es de las peores, que ni siquiera los animales puedan vivir decentemente o en condiciones de salubridad, y el que el mantenimiento de estos recintos brille por su ausencia. Y dentro de lo peor, el remate es que los derroteros de un zoo tengan que depender de los políticos, ya que su propia basura la trasladarán a buena parte de las parcelas que toquen.

Hay que decir que si de aquella visita pretérita guardo el recuerdo de un paseo por un recinto inmenso, no voy a decir infinito, pero sí que algo inabarcable para mi chiquitito uso de razón; el tiempo tristemente relativiza todo y la madurez también, así que este Zoo resulta ser coqueto, accesible y digno de hacer un buen paseo, pero ni inmenso ni infinito. Esa relativización también me ocurre, nos ocurre a los adultos, con los períodos de tiempo, un año para un niño es una eternidad, mientras que para los mayores un año se pasa en un volazo.

No obstante, considérense los calificativos del párrafo anterior como elogios al Zoo de Córdoba que, superados los problemas de antaño, es ahora un magnífico lugar de ocio, acorde con la bella ciudad que lo acoge.

Hay una buena selección de animales de todo el mundo, el recinto está limpio y los hábitats de sus residentes están muy bien logrados y están curiosos. La arboleda y jardines se notan cuidados y se benefician de una cierta madurez de sus plantas toda vez que las instalaciones se abrieron a finales de los años 60 del pasado siglo.

El recorrido está dividido en zonas geográficas, pero no hay un itinerario preconcebido, con lo que tú te lo organizas a tu manera y, al final, basta repasar el mapa que te proporcionan para observar lo que te queda por ver. Por cierto, los precios de la entrada son asequibles, ajustados a la economía de un ciudadano de clase media; y en el restaurante también son razonables, y esto lo suelo mirar yo mucho.

El objetivo de que mi hijo se lo pasara bien, que disfrutara y que se sintiera feliz, se cumplió, aparte de que yo cerraba ese círculo sentimental. En una mañana o en una tarde se puede ver más que bien, incluso en un día completo llevándose la «talega» y disfrutando de paseos diferentes para ocupar más el tiempo.

Nosotros teníamos el tiempo más o menos limitado, ya que queríamos visitar el recinto en una mañana, pero sin prisas, viéndolo con interés y pausa. Lo que pasa es que mi hijo se obsesionó casi de inicio con ver dónde estaban los lemures, por aquello del personaje del rey Julien o «Anillado» de la serie infantil «Los pingüinos de Madagascar» y fuimos un poco ligeros. Como no localizó sus objetivos, se relajó un poco y ya fuimos visitándolo todo con más parsimonia.

A mí me gustaron mucho los suricatas, esas pequeñas mangostas africanas en su constante posición erguida que parecen siempre estar esperando a algo o a alguien. El jaguar también me pareció impresionante (será porque me gustan los gatos), con su bellísimo pelaje y su mirada arrogante, sabedor de su agilidad y de su superioridad.

No estuve hábil en ese momento, pues la información la conocí después, y es que cuando pasé por el espacio del elefante, elefanta en este caso, no reparé en que su moradora podría ser aquel animal al que yo le di cacahuetes hace cuatro décadas. Por edad es más que posible, si aquella elefanta era joven cuando yo la vi de niño, pues estos paquidermos suelen vivir unos sesenta o setenta años, aunque como ya he dicho antes, en cautividad la esperanza de vida se retrae. La información de Internet no me pareció concluyente, pues se hablaba de la emblemática elefanta Flavia con la que prácticamente se inauguró este Zoo, y para salir de dudas escribí un correo electrónico a la administración de este parque, que muy amablemente me reafirmó que Flavia sigue viviendo y haciendo las delicias de grandes y pequeños con su tremendo porte. Así que una razón más por la que me congratulo de haber pasado esa mañana de domingo con los míos en el Zoo de Córdoba.

Por cierto, también había flamencos, aunque es harto complicado que fueran exactamente los mismos que yo vi hace un montón de años, pero ¿y si fueran sus hijos?

Experiencia magnífica e inolvidable, espero que mi hijo algún día visite con los suyos este Zoo y recuerde su primera visita. Mientras tanto, esperemos que este coqueto y entrañable recinto se siga manteniendo como está o mejor, como legado para nuestras generaciones venideras y que cada cual puede escribir su modesta y anónima historia, como yo.

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