LA DICHOSA SELECTIVIDAD SIGUE SIENDO UNA INADAPTADA

Corría el año 1986 y yo pasaba por el trance o por el trámite de la Selectividad, ya ha llovido un poco. Era como una especie de rito iniciático, el viajar a la capital (Jaén) no muy común para mí, el hacerlo en un autobús de dos plantas repleto de estudiantes y el afrontar por primera y única vez en mi vida esta prueba que por la propia raíz de la palabra, venía y viene a ser como una especie de criba o tamiz para el acceso a la universidad.

Las pruebas se desarrollaban con relativa normalidad y con los nervios propios de una prueba en la que te jugabas tu futuro, aunque en el peor de los casos y salvo hecatombe, perdías un año. Y ahí llegó la anécdota que siempre que puedo rememoro cuando se habla de este asunto; no sé qué prueba se estaba haciendo, si era inglés o lengua, pero en todo caso era una asignatura de letras, porque yo hice letras en el Instituto, y un alumno o alumna levantó la mano y quiso hacer una pregunta al profesor – controlador que en ese momento se encontraba en el aula, un aula inmensa donde podríamos estar perfectamente 100 personas. Aquel profesor, lo recuerdo bien, tenía barba, mediana edad y aspecto de ser un tío afable y cercano a su alumnado, antes de que el preguntante dijera esta boca es mía, respondió que no podía ayudarle porque él era especialista en Física.

Aquella anécdota, hasta cierto punto irritante en aquel momento, fue muy comentada por todos los que estábamos por allí, es decir, no era de recibo que en una prueba que duraba dos días y aun asumiendo que había mucha gente examinándose, pero también muchos profesores controlando, no era de recibo que la coordinación entre ellos no previera que en las aulas hubiera profesores especialistas de la materia sobre la que se estaba examinando, más que nada para resolver algunas dudas formales que pudieran surgir en el desarrollo de la prueba. Total que aquel alumno o alumna no recibió debida respuesta a su duda y desconozco si aquello fue clave para que superara la Selectividad y decidir su futuro.

Ya por entonces tenía mis dudas acerca de la utilidad y escasa justicia de la Selectividad, y mi experiencia durante aquellos dos días corroboró mis pensamientos. El incidente de aquel profesor de Física fue la gota que colmó el vaso, era un dato muy expresivo del desinterés con el que se tomaban los controladores la prueba, como un esfuerzo suplementario, imagino que pagado, en los últimos estertores de un curso lectivo duro y sacrificado (que yo siempre he tenido mucho respeto por el profesorado y jamás he dudado de su labor). Por otro lado, no me pareció que los temas que nos ponían fueran muy rebuscados, no estaban hechos para «pillar», aun así quiero recordar que hubo gente que suspendió, muy poquitos.

Lógicamente todo esto está de actualidad, porque cuando llega a esta época los medios de comunicación se hacen eco de la Selectividad y este año le he prestado más atención que de costumbre, y con ligeras diferencias me temo que poco ha cambiado en la esencia de esta prueba que yo hice hace casi tres décadas.

Vayamos por partes, Selectividad, o lo que es lo mismo seleccionar, pero seleccionar ¿para qué?, filtrar ¿para qué? Antes, en mi época, la nota de la Selectividad te hacía media con el conjunto de las notas de C.O.U. y no recuerdo bien si del resto del bachillerato, desde luego era de lo más injusto y era una especie de tiro en el pie que se disparaba el propio sistema educativo. Hoy sigue siendo prácticamente igual, me parece que la nota final se compone en un 60 % de las notas de bachillerato y en un 40 % del resultado de Selectividad. De tal guisa que en dos días te examinas de lo que has estudiado en los nueve meses precedentes, para comprobar que sabes lo que dicen tus profesores habituales que sabes, para verificar que esas notas son las que más o menos te mereces y para reafirmar que eres digno de seguir estudiando. Siempre me he cuestionado si no es suficientemente selectivo un curso completo, si tus profesores no son auténticos profesionales que en el día a día y en las pruebas que regularmente te hacen, conocen de primera mano cuál es tu nivel, en muchos casos podrían ponerte la nota casi sin hacerte exámenes.

De hecho, soy muy partidario de los no exámenes. Tuve vocación en mi juventud de ser docente y luego mi vida derivó en otros derroteros, pero tenía en mente algunos métodos para evitar esos exámenes y mantener siempre al alumno en activo. Esto tampoco es posible a toda costa, en aulas con 40 alumnos en EGB y en mi Instituto era impensable, y en la Universidad ni te cuento, pero con los ratios actuales sería algo más factible.

Aquella, mi Selectividad, confirmó con bastante certeza que mis profesores no se equivocaban y que mis notas en el curso regular se correspondieron con el resultado de la Selectividad, y que en consecuencia, podía si quería, acceder a la Universidad; pero ¡ojo!, porque mis reservas y algún cabreo que otro tuve. Y es que yo venía de un Instituto de bachillerato de carácter público, estricto, serio, duro incluso, y verdaderamente selectivo, algunos amigos míos se quedaron en el camino, sin embargo, veías en Selectividad a otros jóvenes de tu edad que pertenecían a Institutos privados y cuyas notas en conjunto eran más elevadas que la media de las de mi Instituto, por ejemplo, y a la hora de la verdad la Selectividad les rebajó mucho a muchos esa nota. A los chicos del Instituto público, los que teníamos menos recursos, eso nos cabreó bastante, porque por muy mediocre que fuera la nota de Selectividad de los más pudientes (y no se interprete esto de forma peyorativa), al tener una nota alta de partida en el curso escolar hacía que acabaran con mejor nota que tú.

Es decir, injusto todo esto se mirase por donde se mirase, esos chicos podían estudiar la carrera que quisieran, y así nos lo reconocieron algunos; sus profesores preferían sobredimensionar sus notas en la «temporada regular», con la idea de que aunque la nota de Selectividad les bajara la media, pudieran optar a las carreras más atractivas, o lo que es lo mismo a itinerarios universitarios deseados y donde la motivación del alumno (porque estudiaba lo que quería), podría suplir la posible mediocridad de su expediente académico.

Yo no tuve unas notas excelsas y, desde luego, no me las regalaron en el Instituto, por lo que al final me fue humanamente imposible, aunque lo intenté, acceder al INEF (Instituto Nacional de Educación Física), una balbuciente carrera universitaria orientada al deporte y que en la década de los 80 estaba solicitadísima.

Pues eso, que han pasado ya treinta años y no veo que el panorama haya cambiado demasiado, prácticamente nada en realidad, resiste los avatares de la modernidad y sigue llamándose Selectividad, antes se llamaba Reválida, y ahora se pretende, más o menos para 2017/18 volver a cambiarle el nombre y generar una prueba final de 350 preguntas tipo test; en definitiva, mismo perro con diferente collar, y lo que es más flagrante, que significa que seguimos confiando poco en nuestro propio sistema cuando tenemos que validar en dos días lo que ya se ha superado en un curso entero. No sé cómo le sentará esto a la comunidad educativa, porque no creo que lo pasen muy bien cuando, es un suponer, las notas de Selectividad difieren sustancialmente de lo que ellos han corregido, imagino que no les molestará cuando sus discípulos han superado sus notas y podrán decir que estos están bien preparados, o tal vez los alumnos puedan decir que sus profesores eran muy estrictos y que puteaban bastante al personal y las notas de Selectividad los ponen en su sitio. Lo que desde luego puede ser un auténtico bofetón a los profesores es, lo que he comentado más arriba, que alumnos con notas sobredimensionadas tengan unos resultados mucho más bajos, ¿una corrupción encubierta de notas?

En fin, no sé hacia dónde desembocará esto, pero por el momento es más de lo mismo y me da igual lo que se haga en otros países, yo sinceramente no estuve de acuerdo jamás con la Selectividad y mantengo mi criterio. Y, por cierto, aquella desgana o falta de rigor que yo encontraba en el pasado, también se adivina ahora, porque en estos días he leído que en un examen de la asignatura de Filosofía en Madrid entró un tema que no pertenecía al temario oficial, o sea, la ceremonia de la confusión.

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