EL PASSO DI GAVIA EN EL GIRO 1988, LA ETAPA MÁS DURA DE LA HISTORIA DEL CICLISMO MODERNO

Con los deportes me pasa igual que con algunas actividades lúdicas de mi vida, mantengo siempre unas preferidas aunque hay épocas donde le tiro más a unas que a otras. Si de joven alguien me hubiera preguntado por mi deporte rey, desde luego nunca diría que es el fútbol, porque desde bien pequeño lo vi demasiado mercantilista. A buen seguro que en mi ranking particular estaría el ciclismo entre mis tres deportes más seguidos.

Cuando veo ahora, muy de vez en cuando, en las etapas de montaña de las grandes vueltas fundamentalmente, a los comentaristas de TVE cómo conocen a los ciclistas desde lejos, sin ver el dorsal, prácticamente con su antropometría, por cómo se mueven, por el pelo..., en realidad, yo tenía bastante vicio también hace prácticamente un cuarto de siglo para reconocer a la mayoría de los corredores del pelotón de profesionales, y eso que no había Internet.

Entonces me pasaba las tardes viendo las retransmisiones de la Vuelta, el Tour, el Giro, no me perdía los Mundiales, las clásicas y hasta las vueltas a las comunidades autónomas, si había retransmisión por supuesto. Por desgracia, no se estilaba como ahora echar la carrera casi desde su inicio, porque de lo contrario también me la hubiera tragado.

El seguimiento del ciclismo lo he abandonado casi por completo, la sombra del dopaje es tan alargada que yo no consigo que me despierte algo del interés que tenía antaño por este bello deporte. Imagino que hoy, la mayoría son sanos deportistas en una disciplina que es de las más sacrificadas y arriesgadas de las que existen a título profesional, pero los escándalos más o menos recientes y tan extremadamente mediáticos le han metido una estocada mortal de necesidad. El ciclismo continuará pero la crisis que mantiene tardará tiempo en superarse y la clave para su superación será la honradez de los equipos ciclistas, directores técnicos, médicos y, por supuesto, los propios deportistas, con años de limpieza y a la par de espectáculo con objeto de ganarse el respeto de las marcas comerciales, medios de comunicación y aficionados.

Pero a lo que venía era a recordar una de esas gestas épicas que, con el testigo de excepción de la televisión, permitieron que muchos redobláramos nuestro interés y admiración por este sacrificado deporte.

Corría el año 1988 y por el Giro de Italia compareció por primea vez un Perico Delgado que estaba en la cresta de la ola, y que con pundonor y gallardía, nos volvía locos a los amantes del ciclismo. Por supuesto, había que seguir ese Giro para ver si el segoviano daba la campanada y conseguía esa ronda italiana que tanto se resistía al ciclismo español. Delgado nos gustaba porque era humano, luchaba y sufría, atacaba pero también flaqueaba, era todo raza, nada comparado con esos robots que vinieron después tales como Induráin o Armstrong, este último dopado y desposeído de un montón de títulos, entre ellos sus siete Tour.

Por aquel entonces, como digo, apenas echaban los últimos kilómetros de carrera, como mucho una hora de retransmisión. Se comentaba que en esta edición, en lo que viene siendo la salsa del ciclismo, o sea, la montaña, aparecía un puerto de primera categoría inédito (aunque en realidad ya se había ascendido en 1960), el «Passo di Gavia» que aparte de su dureza tenía algunas zonas sin asfaltar, lo que hacía su ascensión aún más heroica.

Y llegó el día, las imágenes que nos llegaron de la transmisión italiana fueron muy sesgadas, muy limitadas; las adversas condiciones meteorológicas que habían acaecido en aquella jornada del 5 de junio de 1988, domingo para más señas, no permitieron hacer un seguimiento con las motos apoyadas por los helicópteros repetidores de la señal. Hoy día esos problemas técnicos también siguen sin resolverse.

A priori, las dificultades de las ascensión al Gavia se atemperaban con el hecho de que la etapa que comenzaba en Chiesa in Valmalenco tenía apenas 120 kilómetros, con lo que por muy duro que fuera afrontar este puerto y los tramos no asfaltados, en cualquier caso, era hacer ese esfuerzo, descender a la localidad de Bormio y a descansar al hotel.

Pero aquel día de final de la primavera, se presentó en los Alpes como si fuera un día de pleno invierno, llovía a cántaros («a cubos» señalaba el que a la postre ganó el Giro de ese año, el estadounidense Andrew Hampsten). La decisión estaba en manos del Director de carrera, Vicenzo Torriani, el cual tenía ciertos antecedentes de ser demasiado condescendiente y máximo responsable de que el Giro perdiera adeptos por ser una carrera demasiado monótona y aburrida; pero en esta ocasión quiso quitarle la razón a sus detractores y pese a los partes meteorológicos optó por dar el pistoletazo de salida y que esa etapa se celebrara en su totalidad.

Durante toda la etapa estuvo lloviendo muchísimo, pero fue en el Gavia donde se llegó hasta el límite de las condiciones humanas, ya no era frío, ni lluvia, ya era ventisca y una nevada incesante, con la carretera mojadísima, los tramos no asfaltados eran puro barro, donde se hacía surco por donde pasaban las ruedas; a medida que ascendían ya todo estaba nevado; y todo se mezclaba con una espesa niebla.

Aquella no fue una batalla deportiva sino una lucha por la supervivencia. Los más hábiles se prepararon bien para ascender el Gavia, fueron los menos; de hecho, las pocas imágenes existentes de aquel ascenso reflejan al corredor que coronó, el holandés Johan van der Velde subiendo en manga corta y con el maillot prácticamente blanco, era como una imagen extraña en un paisaje inundado de nieve.

Van der Velde llegaría a la cima el primero, pero lo hizo tan al límite que pararía para recuperarse del esfuerzo sobrehumano, calentarse, beber algo caliente, y al final llegaría con más de tres cuartos de hora sobre el vencedor. Por detrás, el más listo de la clase había sido Andy Hampsten, el norteamericano, se había abrigado bien y llevaba varias capas sobre su cuerpo, junto a él otro holandés, Erik Breukink.

Mientras tanto a la cima del Gavia seguían llegando corredores extenuados, sin fuerzas, con rostros desencajados y con aspecto enfermizo. En algunas imágenes que la historia nos ha dejado se ve a aficionados y asistentes de equipo intentando calentar las manos de los esforzados, aprovisionando de ropa..., incluso algún ciclista se niega a continuar.

Pero si todos pensaban que lo peor ya había quedado atrás, estaban realmente muy lejos de que fuera así, el descenso fue demencial, también había tramos no asfaltados, con la velocidad y el frío imperante, el impacto sobre el cuerpo de los ciclistas se multiplicó por mucho. Todos pararían en algún momento para avituallarse y coger ropa, y hubo algunos que lo hicieron hasta tres veces.

En la meta Breukink le arrebataba la etapa a Hampsten por siete segundos, la lucha por el Giro ya iba a ser cosa solo de ellos dos, el tercero llegaría a casi cinco minutos, y Delgado no estuvo nada mal, siendo décimo a algo más de siete minutos.

Hampsten refiere que en el descenso las marchas estaban congeladas y que disponía tan solo de un piñón para afrontar los últimos kilómetros; los frenos también húmedos, había que tocarlos con extrema suavidad; y lo más curioso de todo, ante una jornada tan delirante, el público que presenciaba la prueba en los kilómetros finales daba por hecho que la etapa se había suspendido y caminaba por el recorrido sin control, ante tal desbarajuste de corredores, asistencias y coches de equipo.

La línea de meta se convirtió casi en una sucesión de escenas de pánico, corredores tiritando sin parar, otros desmayándose, otros convulsionando, y la mayoría que era incapaz de mover sus dedos ni su cuerpo para poder quitarse la ropa de encima. Delgado se pudo bajar solo de la bicicleta y parecía que estaba muy mal, pero no tanto como la mayoría, y en apenas diez minutos ya estaba repuesto, y es que el segoviano siempre fue de otra pasta.

Fue una etapa dantesca, de hecho, tengo un especial recuerdo de aquel adjetivo desde ese día, fue la etapa más dura de la historia reciente del ciclismo profesional. Siempre que pienso en «dantesco» se me viene a la memoria aquella mítica etapa.

Muchos corredores llegaron fuera de control pero esta vez la organización permitió que todos fueran de la partida al día siguiente, se lo habían merecido. Por una vez en la historia del ciclismo moderno, lo importante no fue ganar sino llegar. Aquel día cerca de ciento cuarenta ciclistas se convirtieron en héroes, de hecho, para muchos de aquellos profesionales valoran más que algunos triunfos que tuvieron en su vida deportiva, el hecho de aquel 5 de junio de 1988 sobrevivieron a la etapa del Gavia.

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