BAÑOS DE LA ENCINA, BELLA ESTAMPA DE SIERRA MORENA

Nada como improvisar un día para que el plan salga redondo, es como una extraña Ley de Murphy que suele cumplirse; será porque como no tienes grandes expectativas, con que todo vaya bien y no tengas problemas ya te parece algo magnífico.

Así que nos dispusimos a dar una vuelta, ya rondando el mediodía, por Baños de la Encina, en una especie de domingo tonto de esos que era el preludio de día tendido en el sofá sin tener muchas esperanzas en que algo relevante ocurriera, lo que viene siendo un largo día con aroma de aburrimiento.

Y ahí estaba Baños de la Encina esperándonos, un destino cercano, pero tan sorprendente cada vez que lo ves, que no hace falta que pase mucho tiempo para que puedas ir y te puedas seguir enorgulleciendo de que es parte de ti.

Un mediodía algo gris pero apacible a la vez, es de esos ambientes en los que la tristeza del día no invita a salir a la calle, aunque la temperatura tampoco sea muy rigurosa. Así que los vecinos de Baños nos permitieron un paseo casi solitario, al punto de que mi hijo preguntó si en ese pueblo no vivía nadie.

Pero ahí está lo bueno, y me encanta, nada como perderte racionalmente, como parecer extraño en un lugar que conoces, y pasear por calles silenciosas que en decenas de miradas te transportan a escenarios y momentos pretéritos.

Tuerces una esquina y tienes ante ti una calle solitaria y serena con edificios antiguos de piedra que se presentan ante ti como testigos mudos del trascender del tiempo, y piensas que muchos como tú pudieron pensar y pisar como tú unos cuantos siglos atrás.

El legado histórico de esta localidad es notable y lo que es más importante, es que se mantiene razonablemente bien cuidado. Con el paso del tiempo la amplia zona que representa el casco histórico tiene más casas en buen estado que otras en estado ruinoso. Los vecinos han hecho un esfuerzo por respetar o poner en valor sus fachadas de piedra, y mira que en Andalucía hemos abusado de la cal para perder la naturaleza de las edificaciones, aparte de que las puertas de madera se mantienen en su mayoría en buen estado, bien barnizadas o pulidas; de igual modo, que se pueden ver en los recibidores o en los patios delanteros, las que los tienen, macetas con plantas de gran porte que siempre dan alegría al invitado.

Es curioso que esto ocurra en Baños, una localidad rural en la provincia más pobre de España, por estadísticas, y que uno visite otras ciudades donde rezuma mayor poder adquisitivo donde es más evidente el deterioro histórico-urbano. Hace unos años visité Ávila, no sé cómo estará ahora, pero en el interior del recinto amurallado había muchísimas casas, tal vez demasiadas, en situación ruinosa, y poco movimiento, y eso que era antes de la crisis. Y aunque sea en la misma provincia, nuestra capital Jaén, que sí la visito con más asiduidad, también tiene muchas partes de su rico, y desconocido para muchos, casco histórico, que están sumamente descuidadas, y muy sucias.

Y es que, a propósito de Ávila, Baños es un pueblo atípico por su fisonomía, más parece en esa zona antigua un pueblo de esos castellano, un pueblo recio, con casas de piedra, calles empinadas y empedradas, y escaleras imposibles.

Y un domingo por la mañana en Baños de la Encina podías ver también con cierta sorpresa las calles limpias, eso no es tarea exclusiva del servicio de limpieza. Por más que se diga por activa o por pasiva, no deja de tener vigencia, y es que no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia. Y por suerte, sospecho que los vecinos de Baños saben que un simple gesto como el no tirar papeles a la vía pública, reporta unos beneficios inopinados al conjunto del municipio, y que revierten sí o sí en cada uno de sus habitantes.

Pues sí, fue un paseo plácido y poético, inhóspito y tranquilizante, que como punto obligado de paso o de llegada siempre está su castillo, el Castillo de Burgalimar, honestamente bien conservado, para su edad, y que tiene una excepcional belleza paisajística. Es cierto que todos los castillos dominan las localidades, pero desde el promontorio donde se halla este pocos habrá, porque tiene el pueblo a un lado en un descenso suave del relieve, y a otro lado tiene un descenso más brusco en el que se mete la lengua del pantano del Rumblar, conocido por los alrededores popularmente como el pantano de Baños. No lo visitamos por dentro pero ha quedado pendiente.

Es también visita obligada, como no puede ser de otro modo, dicho pantano. Cada pantano tiene su singularidad y este es de los que están enclavados en una sierra, en este caso, es la de Sierra Morena; para los que nos hemos criado cerca de esta sierra, nos parece de las más bonitas del mundo, es parte de nuestro acerbo. Tiene esas cosas únicas, el olor a monte mediterráneo potenciado aún más si ha llovido (jara, aromáticas, encinas, pinos...), la presencia siempre presumida y a veces maravillosamente descubierta de algún ciervo o jabalí, dueños de esta parte de la sierra. Ese bosque inmenso de pinos alberga en época otoñal muchas variedades de setas y hongos, ahí lo dejo para el que quiera aventurarse, no es afición que vaya conmigo, para otras cosas soy paciente para esta no.

Hay otra particularidad que converge en la Sierra de Baños, llamémosla así a esta subárea, y es que la geología se une para hacer más maravilloso el marco. Y es que este pantano aprovechó el lecho de pizarra que lo orilla en buena parte, porque hay que recordar que esta roca es impermeable y funciona perfectamente para la retención de aguas. De hecho, no es un pantano moderno, es de los más antiguos de la provincia de Jaén y data de 1841, es decir, que ya nuestros ingenieros del siglo XIX, con sus limitados medios y conocimientos, ya sabían cómo optimizar los recursos escasos y rentabilizar las características del terreno para sus fines.

Uno de mis pequeños placeres es tirar piedras al agua y hacerla saltar, pues para el que tenga conmigo esta inocente afición encontrará en las pizarras el súmmum. Estuvimos no menos de media hora mi hijo y yo lanzando piedras, que algunas sin exagerar saltaron quince veces, y al final parece que flotaban en saltos casi infinitos, como si caminaran por las aguas, emulando a un Jesucristo ahora pétreo. Reflexioné con mi hijo sobre los estudios científicos, que los hay, sobre el tamaño y la forma ideal de las piedras saltarinas, es una tontería obviamente y creo que se trataba de un canto rodado de forma triangular. Y bueno, aquí sí que había pizarras triangulares (también son fáciles de cortar y cortan, porque me rajé un dedo nada más empezar a lanzar), y muy planitas que hasta me excito con pensar que tengo una entre las manos y una extensión de agua serena para lanzarla. Eso sí, el latigazo repetido durante mucho rato y el hecho de que no puedo lanzar a diario, me provocaron importantes agujetas al día siguiente, pero mereció la pena.

Para rematar la faena nada mejor que cerrar la tarde tomando un cafetito desde ese Hotel Baños que situado también en un lugar privilegiado permite tener una visión igualmente magna del entorno, el pueblo, el castillo, el pantano, y una Sierra Morena que en un día de nubes y poquitos claros fue el perfecto colofón a la visita a este plácido paraíso, cercano y sorprendente.

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