LA PROFESIÓN MÉDICA, UNA DE LAS MÁS DIFÍCILES DEL MUNDO

La profesión de médico (en este texto me refiero genéricamente al masculino englobando a hombres y mujeres, pero por economía del lenguaje sólo utilizaré este género) es de las más complicadas que me imagino, pasan del cielo al infierno en un segundo. Son agasajados por su éxitos igual que vilipendiados por sus fracasos. Un médico, el que más o el que menos, ha cometido errores en su vida, y los errores, ya se sabe, en esta profesión, a veces tienen funestas consecuencias.

Yo me dedico profesionalmente a manejar papeles, y en mi profesión se escucha con cierta habitualidad un dicho que afirma que «el papel es muy sufrido», como sinónimo de que con una equivocación las consecuencias son asumibles, no muere nadie, aunque por el camino un error en la tramitación de un expediente suponga una merma económica para tu entidad. Sin embargo, en este país nos hemos acostumbrados a malas gestiones administrativas, y no pasa nada si hemos tirado el dinero de todos a la basura, porque a tal o cual político se le ocurrió hacer tres museos en un pueblo de dos mil habitantes, un aeropuerto en el que no aterriza ni una paloma, o un centro cultural mastodóntico en medio de la nada que hoy se cae a trozos.

Es cierto que los fallos de un profesional de la medicina pueden generar la muerte de un paciente, mientras que los errores en la administración suponen sólo, aunque no es poco, perjuicios económicos. Igual que si haces bien tu trabajo en la administración no pasa nada porque es tu trabajo, pero si un cirujano hace bien su trabajo y opera bien, es aplaudido por todos.

En este país, como en otros, la muerte de una persona sigue siendo más grave que haber dilapidado millones de euros, no hay color. No obstante, desde el punto de vista económico, la vida de una persona tiene realmente un precio, lamentablemente no vale lo mismo la vida de un ciudadano español que la de un liberiano, mírese esto con la perspectiva occidental; si muere Miguel Boyer, o un pederasta abusa de una niña, esto tiene más repercusión mediática que las miles de personas que en apenas medio año han muerto en África Occidental; la separación geográfica y mental ejerce una fuerza insuperable, e incluso algo de racismo implícito en la sociedad, pues vemos a un negro tirado en un hospital y no nos conmociona, o vemos a varios negros tirados en la calle asesinados a sangre fría, pero ¡si fueran blancos!, otro gallo cantaría, porque verías allí mismo tu cara reflejada, tú podrías estar allí, lo cual sería intolerable.

Cuando señalo que la vida de una persona tiene un precio, no es una cuestión gratuita, en realidad, los economistas han calculado el precio de la vida de una persona hasta sus últimos días, partiendo de una concepción material, considerando al ser humano como un ente productivo. Si nuestros legisladores consideraran alguna vez el derroche económico, la dilapidación de un capital, las corruptelas, en comparación con la vida de una persona, y que esas personas, en definitiva, habrían matado por equivalencia a otras muchas personas a lo largo de su vida, pues no nos encontraríamos con las ilógicas e injustas situaciones que se dan en nuestra sociedad, es decir, que alguien hurta una tarjeta de crédito y que por necesidad va a comprar a un hipermercado, pero está en la cárcel, y, sin embargo, nuestros políticos corruptos o derrochadores se pasean tan tranquilamente por nuestras ciudades. Piénsese en una reducción al absurdo, cuántas vidas se podrían haber salvado en Sierra Leona con el dinero que se apropió indebidamente el ínclito Bárcenas, dicho lo de la apropiación indebida con evidente sorna.

Por eso y por otras muchas razones en nuestra España de comienzos del siglo XXI están triunfando opciones políticas como Podemos, cuyo mayor éxito es precisamente el de poner en boca de un carismático líder con una oratoria inmaculada lo que cada hijo de vecino ve y pregona cada día con tan solo encender la tele y beber las noticias. Este Pablito Iglesias dice lo que muchos quieren escuchar.

Para los pobres y sufridos médicos estas disquisiciones no existen, están bien pagados, es cierto (no en todos los casos), pero su bienestar siempre pende de un hilo y lo saben. Hace unos años hablé con un conocido mío que ya tenía una cierta trayectoria como médico aunque aún era joven, y coincidíamos en que la medicina es la ciencia de los indicios, y que cuando un paciente llega a una consulta, un profesional se vale de lo que percibe en apenas segundos y de su experiencia, para realizar un diagnóstico. En un grandísimo porcentaje, cercano al 100 %, en las consultas de atención primaria, los médicos ofrecen un diagnóstico acertado y como su especialidad es la medicina general, tienen un amplísimo conocimiento de las enfermedades comunes, y el buen sistema público español, mejorable pero bueno, ofrece la salida rauda de que cuando se necesita una atención más especializada, por la peculiaridad de la enfermedad o su rareza o porque el asunto le ofrece dudas razonables, los médicos derivan a sus pacientes hacia otros núcleos de atención más perfilada y estos a otros, y así sucesivamente como si se tratara de una cadena.

Dicho esto, no es gratuito, y reitero el título de este articulillo, que la profesión médica no es fácil, pues en algunos casos se tienen que enfrentar, incluso al más alto nivel con una serie de síntomas que no cuadran con ninguna enfermedad conocida, y es que el cuerpo humano, estudiado prácticamente desde los albores de la humanidad, sigue siendo hoy día un universo inabarcable y preñado de misterios. Se me viene a la memoria aquella exitosa serie estadounidense «Doctor House», en la que en cada episodio un cualificado equipo médico debatía acerca de la atípica enfermedad (basada en hechos reales, según tengo entendido) que aquejaba a sus pacientes. Del mismo modo, hay que citar los cientos de enfermedades raras que están huérfanas de investigación por la escasa rentabilidad para instituciones y farmacéuticas, y que suelen ser una pesadilla para los equipos médicos que han de acudir a bibliografía, bases de datos (gracias a Dios Internet y los ordenadores hoy día ayudan mucho), comunicaciones corporativas..., para buscar soluciones, a veces parciales, para sus pacientes.

Y la profesión médica no es fácil porque estoy absolutamente convencido de que una buena parte de las enfermedades que padece la gente tienen un importante componente psíquico, y es que cuando alguien sufre una larga enfermedad, ha convivido con ella durante mucho tiempo; esa dolencia deja una mella profunda en el cerebro, uno sufre físicamente pero también su espíritu se deteriora; y los médicos tienen que enfrentarse a pacientes que son, antes que nada, personas con una salud mental debilitada. De la asertividad e inteligencia emocional de nuestros profesionales depende que el paciente salga curado en primera instancia, y me explico, los médicos saben que los primeros segundos son clave para el diagnóstico y resultado final, una sonrisa o una palabra amable hacen tanto o más que expedir una receta. Si has calado en el enfermo de primeras, te puedes dar por convencido de que el efecto de lo dictado en la receta será mayor.

El problema es que no todos los médicos son asertivos, se equivocan en esto aunque no es censurable, y les pasa lo que nos pasa a los que trabajamos de cara al público y, por ende, a la administración en general, que nos cuesta a veces ponernos en el lugar de la otra persona y que hemos de aguantar estoicamente preguntas, algunas absurdas, a las que has respondido muchas veces; para los que quieran adentrarse en esta enfermedad profesional, busquen en Internet el síndrome del quemado o «burnout».

Otras veces, también lo he vivido, a algunos médicos, los menos, aunque estén cansados y hastiados, les falta humanidad y respeto, porque hay gente, familias enteras, que se encuentran en situaciones críticas, auténticos dramas personales y familiares, y que desean cuando menos, que se les trate con dignidad y se encuentran con un tipo hosco, sin cercanía...

Pues eso, que en la profesión médica como en cualquiera otra, hay gente muy simpática y gente muy antipática, y en ese espacio una amplísima gama de colores. Igual que, como en cada profesión, hay magníficos profesionales y menos buenos, y quiero pensar honestamente que médicos malos de los malos, realmente no existen, no tendrían cabida en el sistema y serían fáciles de detectar. Y francamente hay médicos antipáticos que son muy buenos y tienen una prensa regular, y médicos simpatiquísimos y muy buenos profesionales que son jaleados por el personal.

El problema es que a esos médicos poco simpáticos pero con buena praxis, cualquier error por mínimo que sea desencadena una oleada de críticas, y viene al pelo esa tradicional aseveración que dice «una vez maté a un gato y me llamaron matagatos», que es vecina de «cría fama y échate a dormir», y las malas noticias suelen correr más rápido que las buenas, basta con poner los telediarios, alentadas generalmente por personas tóxicas que ya califican mal al que tienen enfrente tan sólo porque no les sonríe o no les mira a la cara.

Tenemos, además, toda una serie de pacientes, tóxicos a más no poder, pero tóxicos en cualquier faceta de sus vidas que se creen investidos de la verdad más absoluta y que califican mal a tal o cual médico porque no les dice lo que quieren oír, porque no le dan el medicamento o el tratamiento que ellos saben que necesitan, porque se creen más listos y capaces que los médicos. Son individuos tóxicos que pululan por las consultas hasta que dan con la tecla de aquel profesional más asertivo que les cambia el tratamiento y medio les convence de que eso es lo idóneo y que lo de atrás no era tan adecuado.

Como también tenemos esos enfermos profesionales, contra los que tienen que lidiar nuestros facultativos, que se dedican como forma de vida a procesionar por consultas, son rémoras del sistema, coleccionistas de enfermedades que no pueden pasar ni una semana sin ver una bata blanca, sin acudir a la farmacia a por el maná, y que como es imaginable cuentan en sus domicilios con una sucursal de cualquier multinacional farmacéutica. Esas personas que tienen todas las enfermedades habidas y por haber, que se jactan de estar siempre enfermos (enfermos de la vida, que no se quieren ni a sí mismos) y cuyo único tema de conversación es su batería de enfermedades y se mosquean si nadie les hace caso o si sale un competidor que dice tener una enfermedad más severa de la suya.

Por otro lado, la fama va por barrios, no siempre es generalizada, cada uno cuenta la película según le ha ido. Con los odontólogos, sin ser necesariamente médicos pero sí del ramo de la salud, ocurre lo mismo, si tú has ido y te han tratado bien lo recomendarás a otros, pero siempre habrá alguien al que no le ha ido bien con ese profesional y es posible que hable pestes del mismo.

Curiosamente pasa algo similar con los ginecólogos, el círculo de afectos trasciende el ámbito privado y se suele hablar generalizadamente de los buenos ginecólogos y los malos ginecólogos, al menos en el ámbito geográfico en el que yo me muevo (Linares y comarca). Además observo una curiosidad y es que en el gremio de la ginecología, por ser una especialidad tan delicada y crítica para las mujeres, la voz corre más que una piedra lanzada desde un acantilado, y esa fama es difícil de revertir; por otro lado, y no sé si esto ocurre en el resto de España, paradójicamente las mujeres prefieren a profesionales de la ginecología jóvenes antes que mayores o lindando con la jubilación, cuando por experiencia estos últimos debieran estar mucho más cualificados.

Sí hay un detalle que observo en la sanidad en general y, en cierto modo, es una pequeña crítica hacia esta profesión médica, a la que admiro y respeto, y es que tal vez por ese hecho que comenté al principio de que tienen en su mano y en sus decisiones la vida de las personas, que salvan vidas, eso les hace tener, a algunos no a todos, un cierto aire de exclusividad, de superioridad si se quiere que, de algún modo, se refleja en la indumentaria que utilizan. ¿Es necesario llevar una bata blanca para ejercer de médico? Probablemente la labor de un médico en un importante porcentaje de las situaciones no difiere en su parte mecánica de lo que hace un trabajador administrativo, está sentado delante de un ordenador y muchas veces no requiere auscultar a su paciente, ni se van a manchar jamás, pero hay que llevar el signo identificador para que los demás sepan que eres médico, y que no eres enfermero, auxiliar o celador, que cada uno lleva su color para que sepamos su nivel. Muchos médicos, sinceramente, necesitan que el mundo los reconozca, es como si tuvieran una imperiosa búsqueda de la eterna gratitud, quizá porque salvan vidas y sea su profesión, ello les da un orgullo extra, un halo especial, eso es loable, pero a veces algunos son inaccesibles y ciertamente engreídos.

Refería más arriba que la profesión médica estaba bien pagada, aunque es claro que esto no es tan tajante. Tenemos lamentablemente un sistema económico global y una organización de la salud en nuestro país que no ha regulado la exclusividad de nuestros profesionales, con lo que tenemos a médicos que trabajan por la mañana en la sanidad pública y por la tarde en su consulta privada. Hasta ahí todo bien, el sistema lo permite y no hay nada que reprochar. Sí que es reprochable el que haya pequeñas corruptelas que todos conocemos, yo lo he vivido en mis carnes, y es que el médico aproveche las facilidades del sistema público para su beneficio privado, como es el hecho de que te adelanten citas para hacerte pruebas médicas (caras) o para recetarte medicamentos, todo ello de cara al seguimiento en sus consultas privadas; esto es sinceramente inaceptable, pero todos colaboramos en esta corruptela porque nos interesa. A determinados médicos les falta honradez.

En el sistema de salud español no gana uno más por ser mejor, es oportunidad, es suerte y es la vida. Seguramente los profesionales peor pagados en relación con su esfuerzo y responsabilidad son los médicos rurales, dedicados en cuerpo y alma a sus pacientes, recorriendo aldeas a través de carreteras de mala muerte. Son el paradigma de la honradez y el sacrificio en la profesión médica, sólo cabe en ellos la confluencia de su sabiduría médica y la psicología, ellos saben más que nadie que vale más una palmada en el hombro que un medicamento.

Por cierto, he hablado de los errores médicos y he sido tremendamente benévolo e indulgente, y que conste que he vivido en mis carnes, en mi propia familia, una negligencia médica mayúscula que nos arrebató de nuestras vidas a una niña de cinco años, era mi sobrina. Fue un error médico evidente, pero también fue un error del sistema. Lo peor de todo es que el médico para salvar su culo se desdijo y se sigue desdiciendo de lo que aquel día terrible ocurrió, y otros lo respaldaron; y lo peor también es que el sistema echó y sigue echando balones fuera, unido ello a un deleznable corporativismo que pretende salvar la cabeza de compañeros y el conjunto del sistema, por aquello de que mañana puede ocurrirme a mí. A todo esto, han pasado varios años y la familia sigue buscando justicia para que haya una satisfacción moral, ya que el Servicio Andaluz de Salud no ha hecho más que defenderse en vez de aceptar la realidad, por el momento se van ganando los juicios, dato inequívoco de que lo que ocurrió fue un cúmulo de errores y negligencias.

Y para terminar una pequeña crítica a esos médicos que se pliegan a la política o directamente forman parte de las estructuras dedocráticas de la administración legalmente amparadas (puestos de libre designación). Debieran más mirar a los criterios médicos por encima de acariciar el lomo de su líder, porque no se explica que se tomen decisiones organizativas atendiendo a la proyección en las urnas, más que a las necesidades sanitarias de la población.

Justo estas últimas semanas lo he podido comprobar por mí mismo, me he tenido que gastar una pasta gansa en una endodoncia porque esto no lo abarca el sistema público de salud, y no puedo tener una boca bonita (me faltan algunas piezas) porque arreglársela y tenerla como los famosos sólo está al alcance de estos. Pero mis problemas de boca son necesarios, he sufrido un dolor de muelas insufrible, sufro halitosis por la deficiente salud de mis «piños» y lo más que hace el sistema es extraerme y no sé con qué rapidez porque ni me lo planteo. A todo esto, me han puesto unas plantillas ortopédicas porque tengo un pequeño espolón calcáneo y cuál fue mi sorpresa cuando el ortopedista me señaló que eso era gratuito. Me parece muy bien esto, aunque yo hubiera preferido que me costearan lo de la boca porque lo veía más necesario, yo no podía ni comer ni vivir, pero sí podía andar.

Suele ser objeto de acaloradas tertulias Andalucía que desde hace bastantes años está subvencionado el cambio de sexo, que me parece muy bien, pero lo de la boca, pues también. Y es que esto no puede ser, que atenciones de este tipo estén cubiertas por el sistema público sanitario y otras no, parecen salidas de mentes de personas con más mala idea que Mourinho después de tres noches en vela y sin haber desayunado.

En definitiva, reitero que la profesión médica es muy compleja y, por supuesto, y a todo esto, no exenta de peligro, y si no que se lo pregunten a esos facultativos que se se han contagiado de la enfermedad de los pacientes a los que han tratado, ¿les suena? Por eso, y pese a los fallos y negligencias existentes y algún que otro cabrón suelto que hay por ahí, respeto muchísimo esta profesión.

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