"EL ASEDIO", DE ARTURO PÉREZ-REVERTE

Soy un gran lector de Arturo Pérez-Reverte, su popularidad antes de dedicarse de lleno a la literatura ha favorecido su conexión con el gran público. Ya me caía bien cuando era corresponsal de guerra en Televisión Española, su manera de contar los sucesos generó una nueva forma de hacer el periodismo de riesgo, al menos aquí en España.

Estuvo hábil la Real Academia Española al hacerlo con cierta celeridad, académico de la misma, ya que en él confluían los tradicionales y cualitativos requerimientos para un nombramiento de este carácter, sumando su juventud, su cercanía con la realidad social y su éxito en las librerías. Y así rompía la RAE con esa impresión que da de que a esa institución accede gente muy mayor y que son cargos honoríficos más que de briega.

Su irrupción en las librerías fue brutal, sus primeras novelas fueron una bocanada de aire fresco en el panorama literario no sólo nacional sino internacional, sus novelas traspasaron con inusitada velocidad de las hojas al formato cinematográfico y televisivo.

Pérez-Reverte es un hombre curtido literalmente en infinidad de batallas y es un tipo que no deja indiferente a nadie, tiene un verbo ágil y una pluma más veloz; cuando tiene que zurrar la badana a alguien no deja títere con cabeza. Tiene, por cierto, un particular idilio con las redes sociales, ya que muchos domingos por la tarde lleva a cabo en Twitter un mitin en toda regla por capítulos (los 140 caracteres que permite dicha red social).

El encumbramiento literario tiene un problema y a veces no nos damos cuenta, y es que no todo lo que hace un autor prestigioso tiene que ser necesariamente bueno, igual que ni a un gran cocinero le sale siempre un plato bien, ni Messi puede ser perfecto siempre; pero en realidad en el terreno literario parece casi como si lo fuera. Pérez-Reverte tiene obras muy buenas y otras que, bajo mi punto de vista, dejan mucho que desear. Hay críticos que opinan que «El pintor de batallas» es un magnífico libro, lleno de poesía y sensibilidad, pero a mí no me gustó, me aburrió y estaba deseando terminarlo para acabar con el sopor, porque soy de los que si he leído diez páginas estoy obligado a llegar al final.

No ocurre realmente esto con «El asedio», pero bien es cierto que una novela que podía ser muy atractiva para mí y para el conjunto de sus lectores, tiene ciertos elementos que merman ligeramente su calidad.

Para empezar, un dato de lo más evidente, su extensión, una novela de más de setecientas páginas, aunque en la edición que yo tengo, tiene una letra razonablemente grande (algo que hemos de valorar ya los que empezamos a ser cortos de vista por efectos de la edad), ha de tener esencia en todas y cada una de esas páginas, y creo que mucha gente coincidirá conmigo en que sobran o no son relevantes unas cuantas páginas.

Lo siento y me sabe mal, pero el bueno de Arturo Pérez-Reverte se recrea demasiado en sus últimas obras, en una excesiva reafirmación, con un rimbombante vocabulario que denota un poco de abuso hacia sus lectores. Y me explico en este punto concreto, casi desde mi época colegial, me enseñaron a acudir al diccionario para averiguar las palabras que no conocías de un texto y apuntarlas; pero cuando se utilizan tantísimas palabras técnicas, muchas relacionadas con el mar y la náutica, que uno no puede abarcar, trata de entenderlas en el contexto, porque sería interminable su búsqueda, ahí creo que se pasa.

He empezado por lo menos bueno, pero la novela sinceramente no me ha disgustado, quizá uno no sabe hasta bien entrada la misma de qué va, probablemente haya que leer más de cien páginas, es entonces cuando empieza a captar que no es necesario que entre los personajes y sus andanzas haya relación entre sí, de hecho, su conexión es, en algunos casos, incidental. Por eso te vas dando cuenta de que aunque, teóricamente, hay una trama principal, las otras son iguales de importantes para el autor, que trata de transportarnos al Cádiz de la Guerra de la Independencia, convirtiendo este texto en una novela histórica, pues aunque los personajes y sus tramas son inventados, el contexto es auténtico y basado en hechos reales.

No desvelo nada si cuento las tramas pues si alguien tiene interés por el libro en algún espacio estelar hay un resumen, en la edición que yo tengo está en la contraportada, así tenemos: Un asesino en serie perseguido por un comisario meticuloso, una madura empresaria naviera en busca de su futuro, un capitán de barco que es mercenario de la vida, un oficial francés de artillería obsesionado por la técnica, o un salinero gaditano que se busca la vida en medio de la guerra. Todos ellos conforman unas historias sugerentes, algunas más que otras, que nos meten de lleno en ese asedio que la Tacita de Plata sufrió durante unos dos años y medio a manos de las tropas francesas, en la época de la Guerra de la Independencia (de 1810 a 1812). Un asedio incómodo pero que no impedía una vida relativamente normal para sus habitantes, que se habrían de acostumbrar al fuego de artillería que, de vez en cuando, alteraba una paz ficticia.

No obstante, hay una historia que es muy claro que pretende erigirse en la principal o la más atractiva, es de hecho la más novelesca; el comisario Tizón ha de enfrentarse a ese asesino en serie que parece aprovechar los impactos de las bombas en determinadas zonas de la ciudad, como una especie de sesudo jeroglífico, para matar a jovencitas a las que previamente ha torturado de forma salvaje. Ese misterio lleno de interrogantes pondrá contra las cuerdas a Tizón que echará toda la carne en el asador y sus dotes detectivescas para tratar de desvelar la identidad de su enemigo. Ello se convertirá en obsesión, porque en la novela todos sus personajes son obstinados, y este quizás el que más, y no le importará sacrificar algunas víctimas, acudiendo al bando enemigo e intentando y consiguiendo influir sobre la artillería francesa para que lance bombas en determinados lugares, con tal de que ello le dé luz a sus pesquisas. Ahí se convierte esta novela, que tiene un poco de todo y no mal traído, en una novela policíaca, aunque también nos habla de amor, cultura, náutica, historia, arte...

Aunque la novela empieza algo decepcionante, por aquello de que hasta que le pillas el hilo tienes que haber pasado muchas páginas, lo mejor es el final, ya que las historias que se entretejen conllevan una conclusión, todas terminan y no te dejan con la miel en los labios. Mejor o peor como la vida misma, en drama o en final feliz, lo cierto es que estaba casi obligado Pérez-Reverte a terminar de este modo por la amplia extensión de esta obra. Y, por cierto, el final más ingenioso es el de la trama de Tizón y el asesino en serie, que alguien cuando lo lea podrá comprobar que comporta una extraña actualidad.

En definitiva, una novela a la que le doy un notable, porque se deja leer aunque esas derivas del autor destinadas a su propio florecimiento y que ya he comentado, menguan un poco la calificación final en mi modesta y humildísima opinión.

Comentarios