VOLVIENDO A COTO RÍOS, LUCES Y SOMBRAS DE UN LUGAR ICÓNICO

He vuelto a la sierra de Cazorla estos días pasados y hacía más de treinta años que no había estado allí pasando unos días de disfrute y relajación, aunque me parece que fue ayer. Y que conste que soy un enamorado de la montaña, aunque en los últimos años me he decantado más por la sierra de Segura, mucho más virgen y desconocida, y sinceramente más bella.

Si hay un punto que une a todos los que hemos ido alguna vez a la sierra de Cazorla, probablemente el centro neurálgico de todas nuestras visitas, creo que no hay lugar a dudas de que es Coto Ríos, y desde la última vez que estuve allí la primera sensación que me ha dejado el lugar ha sido la decepción. Probablemente muchos de los habitantes de la provincia de Jaén (aunque también de otras provincias cercanas), en un importante porcentaje, han estado alguna vez en Coto Ríos con ocasión de su visita a esa sierra, y los que estuvieron allí hace mucho tiempo como yo y han vuelto después, a buen seguro que también experimentaron mi disgusto.

Pues sí, porque aquello de Coto Ríos era, para un niño o para un joven como yo, el paraíso de Cazorla, una piscina natural fabulosa, aunque artificialmente delimitada gracias a unas compuertas, si no recuerdo mal de madera, que cerraban casi por completo el paso del agua en verano, y que convertían aquello en una gigantesca piscina con profundidad para todos los gustos, los pequeños podían disfrutar de zonas donde no cubría, los más avanzados podían meterse en el centro donde cubría, y hasta los abuelos podían acercarse tranquilamente a la orilla para mojarse los pies.

Por otro lado, una densa y amplia masa arbórea permitía que las familias de domingueros, como la mía, pudiéramos instalar una mesa y unas sillas, sacáramos nuestras fiambreras y disfrutáramos del mejor día posible.

Hoy por hoy eso no es posible, no como antes, la zona está muy cambiada. Para empezar aquella potente masa de arbolado, la que estaba en el margen izquierdo del río Guadalquivir, fue convertida en un camping, según me dicen hace veinticinco años, buena inversión no lo niego; aunque sospecho que la inauguración de aquella nueva infraestructura pudo tener una consecuencia en la eliminación de aquellas célebres compuertas, no sé si para descargar la presión turística en esa zona y que los campistas de dicho camping, llamado a la sazón Coto Ríos, pudieran disfrutar de su parcela de río, sin intromisiones de fin de semana; realmente es lo que ocurre y así lo percibo yo.

Sí ha quedado en el otro margen, una zona pequeña de merendero con sillas y mesas de piedra, a todas luces muy descuidada, con escasas instalaciones y servicios: nada de césped, un quiosco que no funciona, el arbolado recientemente plantado, sin unos mínimos vestuarios o aseos y ni una pasarela o escaleras en lugar alguno para que puedan acceder al agua minusválidos o personas mayores.

No creo que esto sea auténticamente interesante para el propio poblado de Coto Ríos, una aldea perteneciente al municipio de Santiago-Pontones, aunque puede que por carretera diste de su cabecera más de cien kilómetros. Y no es interesante porque la aldea que puede contar en condiciones normales con algo menos de trescientos habitantes (por el número de calles y casas que calculé), vive amén de sus mayores que ya son muchos, básicamente del turismo, con algunas tiendas y sobre todo con varios bares, restaurantes y hotelitos; si el atractivo del río domesticado ya no lo es tanto, es muy probable que con el tiempo la gente haya diversificado sus opciones serranas.

A todo esto, fue la primera vez que pisé Coto Ríos pueblo propiamente, porque en mis visitas juveniles, yo sólo me limité a bañarme y a comerme los bocatas que generosamente preparaba mi madre. El pueblo en sí está muy bien, nada le falta de lo imprescindible a sus moradores, aparte de los servicios ya citados, cuentan con servicio de Correos, centro de salud y un colegio rural; para los acostumbrados a aquello es mucho más de lo que se puede tener en otros puntos más perdidos de Cazorla y sierras aledañas.

Bueno, hay que decir que he estado por allí, ya que estuvimos en un camping cercano (lo que es probable que me permita elaborar una entradilla futura sobre los devenires de un campista en el siglo XXI), y nos acercábamos a Coto Ríos para avituallarnos.

En todo caso, el entorno de Coto Ríos tiene un atractivo principal por encima de todo, y es el río Guadalquivir, por encima de las comodidades de un camping, con su respectiva piscina, un río es un río y fascina a grandes y pequeños. No sé si será porque es un entorno natural, porque también nos gusta rebozarnos como enanos en el fango, porque nos relaja el suave rumor del agua fluyendo o porque siempre es un reto meterse en agua fría (no estaba tan fría este año); el caso es que por la mañana y por la tarde era parada obligada, para despertar, para intentar pescar con una caña rudimentaria, para tirar piedras o para hacer excursiones río arriba o abajo, y es un disfrute inexplicable.

El río en esa zona está un poco alterado, con cierta suciedad, y restos de inundaciones invernales que nadie se preocupa por limpiar, a veces un poco salvaje, en cualquier caso lo doy por bueno, aunque se podrían cuidar estos detalles un poco más por las autoridades.

A todo esto también he decir que la modernidad también ha llegado a los usuarios del río, cuando yo era chico te metías en el agua con el pie desnudo, y no pasaba nada, ahora todo el mundo lleva zapatillas de agua, no lo veo mal, pero bien es cierto que libramos a nuestros pies de una manera natural de fortalecerlos, no sólo los músculos sino nuestras plantas que son tan endebles que se hacen heridas con una simple piedrecilla.

En conclusión, la vuelta a Coto Ríos tuvo sus luces y sus sombras, de todas maneras, ahí sigue esta aldea y este entorno, ahí queda para siempre, para que de vez en cuando volvamos y recordemos nuestras andanzas infantiles; la vida cambia y este lugar también.

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