LA SELECCIÓN PARALÍMPICA DE BALONCESTO EN SIDNEY 2000, EL COLMO DE LA PILLERÍA

No es que en España seamos los más pillos del mundo pero, de vez en cuando, nuestro carácter un tanto travieso sale a relucir y, ya se sabe, siempre habrá algún vecino nuestro (Francia) que se quejará, la mayor parte de las veces sin razón, de que conseguimos los éxitos (deportivos) a base de ayudas externas. Y no estoy hablando de políticos, porque la corrupción es una cosa, y la pillería a baja escala es otra, aunque todos se valgan de una cierta posición de privilegio para cambiar el curso de los acontecimientos a su antojo.

Pues sí, en este sentido, los italianos no nos van a la zaga, y me viene a la memoria aquella anécdota que surgió hace unos años, cuando con ocasión de la reforma del régimen de subvenciones en el olivar, los transalpinos se dedicaron a llenar enormes extensiones de campo con maquetas de olivos dibujadas, al objeto de que aparecieran correctamente en la foto aérea. Aunque luego contraatacamos nosotros y sacamos a un joven que para poder circular por un carril donde era obligatorio ir acompañado en el coche, montó a un maniquí a su lado de acompañante, toda ella muy puesta con su maquillaje, peluca y gafas de sol, ahí es nada.

Y todo esto viene como preámbulo simpático de la que puede haber sido una de las historias más rocambolescas y surrealistas de la historia del deporte, que saca a relucir la picaresca española que rememora, de algún modo, a nuestros clásicos del Siglo de Oro.

Es bien sabido que España es una potencia paralímpica, o lo que es lo mismo, no siéndolo a nivel olímpico, porque hay muchos países que con menos población que la nuestras nos superan, lo cierto es que se perciben inversiones en deportes para discapacitados en nuestro país, que no se clonan en otros lugares de nuestro mundo, donde la delicadeza y el tacto hacia este importante grupo de personas y deportistas no es equitativo con respecto al de sus competidores «normales». Y, este sentido, hay que decir que el grupo ONCE tiene buena parte de la culpa de esto, siendo una de las empresas más pujantes de nuestro país, y todo ello basado primordialmente en la venta de un cupón de azar del que existe predilección por los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía.

Pues corría el año 2000 y allí acudimos a los Juegos Paralímpicos de Sidney, con una importante delegación española, entre la que se encontraba el equipo de baloncesto de discapacitados intelectuales. El equipo español arrasó en la competición y se trajo el oro. Pero al aterrizar en España llegaron los problemas. Hasta ese momento el equipo había coronado un trío de éxitos, con oros en el Europeo, el Mundial y estos Juegos.

Al parecer el diario Marca sacó una curiosa fotografía a la llegada de nuestros héroes en la que aparecían con gafas de sol, barba de varios días y tocados con gorra. El destape de la imaginable travesura paralímpica no se hizo esperar, porque efectivamente la mayor parte de la selección no tenía discapacidad alguna, eran baloncestistas de segunda fila e incluso entrenadores de equipos de base, pero con suficiente calidad como para desbancar a cualquier selección con deportistas realmente discapacitados.

Parece ser que fue este diario deportivo el primero que puso el grito en el cielo, aunque honestamente trascendió a la mayoría de los medios de comunicación, en especial a la televisión, cuando un redactor de la revista Capital, Carlos Ribagorda, confirmaba no sólo la veracidad del fraude, sino que él mismo había formado parte de esa selección fantasma.

Cuando se desvelaron los entresijos del asunto, dio para mucho, la historia era alucinante, increíble, y casi sacada de una novela de intriga.

Amasado desde todo lo alto por la Federación Española de Deporte para Discapacitados Intelectuales (FEDDI), con su presidente a la cabeza, Fernando Martín Vicente, amén de la trascendencia de los logros deportivos, la consecución de los mismos, reportaría beneficios económicos en forma de subvenciones, patrocinios, becas y publicidad. Se cifra en unos 180.000 euros el montante que se embolsaría esta Asociación con este fraude, y que según cuentan los voluntarios deportistas que accedieron a montar la triquiñuela, apenas percibieron contraprestación alguna, difícil de creer. A Ribagorda le llegaron a preguntar si entre ellos se hablaba del asunto, a lo que respondió negativamente, porque es claro que todos sabían a lo que iban.

En el terreno deportivo hay que decir que en la final, nuestros artistas batieron a Rusia por 87-63 y, según cuentan, les costó trabajo porque se deduce que también debían tener a algún competidor no discapacitado. Los nuestros eran, además, tan superiores a todos sus rivales que en un partido de la fase preliminar iban ganando de una burrada a China o Japón, y el entrenador les dijo en un tiempo muerto que bajaran el pistón porque el resultado final no sólo hubiera sido escandaloso sino sospechoso.

Para entender el porqué de esta trapacería habría que remontarse unos años antes, con ocasión de un torneo amistoso con Portugal, en el que nuestra auténtica selección de discapacitados intelectuales perdía con estrépito. Parece ser que los portugueses contaban con jugadores «de élite», y comenzó a extenderse la idea de que era algo habitual, no sólo en esta deporte sino en otras disciplinas paralímpicas, el falsear datos y certificados para introducir deportistas sin discapacidad en las competiciones, por la razón más ruin de la Tierra, poderoso caballero es don Dinero.

Para más inri, difícilmente se podía mantener el engaño, cuando los auténticos deportistas paralímpicos y auténticos merecedores de haber estado en Sidney, comenzaron a dejar de ser convocados por otros nuevos, que obviamente nadie conocía, y eso era muy raro, porque en ese mundillo de ligas y competiciones nacionales, todos se conocían. De hecho, sólo dos deportistas paralímpicos auténticos conformaron la selección de baloncesto en Sidney, habiéndose quedado en su casa, entre otros, el máximo anotador de la liga nacional, muy sospechoso.

Por cierto que aquellos dos paralímpicos reales llegaron a relatar el ambiente festivo con el que se tomaron sus otros compañeros aquellas vacaciones en tierras australianas, sabedores estos últimos de su superioridad, con lo que ello les permitía afrontar excesos extradeportivos que en condiciones normales no hubieran sido de recibo.

Una de las curiosidades de esta historia es que los máximos dirigentes de la citada federación deportiva, ante los primeros visos de que se estaba destapando el pastel, intentaron defenderse aludiendo a que un minusválido no va pregonando por ahí que lo es, dando a entender que sus fichajes eran auténticos discapacitados aunque socialmente lo habían escondido. Después, ya viendo las dimensiones del volcán que se había generado, el presidente llegó a justificar la jugada aludiendo a la necesidad de incorporar efectivos para equilibrar el equipo, y que con los éxitos obtenidos se conseguirían ingresos que revertirían en una labor social como era la promoción del deporte para minusválidos y, por ende, a sus practicantes; o sea, una especie efecto multiplicador, vergonzante por supuesto.

Obviamente para poder llevar el plan hasta sus últimas consecuencias debía tener su necesaria estratagema administrativa, es decir, que hubo que falsificar certificados de minusvalías, con todo lo que ello conlleva, y ¡ojo!, eso no es asunto baladí, porque estamos hablando, en todo caso, de falsificación de documento público, lo que viene siendo un ilícito penal en toda regla.

De hecho, hay que decir que tras una instrucción del proceso ultramaratoniana, el asunto se resolvió el pasado año 2013, amén de las auditorías internas, cuando la Audiencia Provincial de Madrid condenó al entonces presidente de la susodicha Federación, Fernando Martín Vicente, al pago de 5.400 euros por organizar la trama, y se aceptó un documento en el que ya había depositado previamente casi 150.000 euros para atender las responsabilidades civiles derivadas del delito. Después de todo, no acabó tan mal.

Ni que decir tiene que con esta trama se entresacaba una cierta facilidad para burlar los controles nacionales e internacionales y eso provocó una serie de consecuencias. A nivel nacional obviamente porque a partir de ese momento esos controles serían más rigurosos, pero a nivel internacional también; aparte de que la primera consecuencia y drástica fue la de la supresión por parte del Comité Paralímpico Internacional del baloncesto para discapacitados intelectuales del programa paralímpico, supresión que se mantiene en la actualidad. O sea, que ya es triste que por esta estratagema hispana nos cargamos la ilusión de un montón de honrados deportistas de todo el mundo. Ah, y como no podía ser de otro modo, nos desposeyeron de la medalla de oro.

El alboroto que se montó fue de tales dimensiones que el diario británico The Guardian o la cadena televisiva estadounidense ESPN Sports, lo llegaron a calificar como uno de los mayores escándalos de la historia del deporte, comparable con el dopaje del atleta canadiense Ben Johnson.

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