RECORDANDO EL MUNDIAL DE ESPAÑA 82, LA CONCIENCIA DE UN MUNDIAL VIVIDO CON INTENSIDAD

Hace cuatro años, cuando este blog era aún un balbuciente muchachito, me atreví a pronosticar que España no ganaría el Mundial de fútbol de Sudáfrica, es más, si no recuerdo mal el título era algo así como «España tampoco ganará este Mundial», y reflexionaba en torno a la importancia del factor suerte en este deporte, más que en otros donde la regularidad en el juego otorga menos margen a la fortuna, probablemente el ejemplo más paradigmático sea el del baloncesto.

Por supuesto que me alegré de que Iniesta elevara nuestro país a la gloria y le permitió a una España sumida ya en 2010 en una profunda crisis económica, que se olvidara de su sino y que por una horas, días o meses estuviéramos persuadidos de que éramos el centro del orbe (futbolero).

En cierto modo, esto me reivindicó con el seguimiento del fútbol, primero porque a base de sufrir durante muchos años con la selección, fui de los que me repetí muchas veces que no volvía a ver jamás un partido de España. También a ello contribuyó el hecho de que a medida que me he ido haciendo mayor, me he separado del fútbol de las estrellas y los sueldos inmorales y en proporción inversa me he aficionado a deportes minoritarios; el que me siga sabe que soy un enamorado del sumo, hockey sobre hielo, atletismo....

Y digo que he sido muy aficionado al fútbol, y ahora lo soy menos, es verdad, porque mi padre me lo inculcó de pequeño y yo imagino que no vi mal disfrutar delante de la tele como él lo hacía. El cénit de mi afición se ratifica con mi asistencia en vivo y en directo al Mundial de Estados Unidos en 1994 (ahora se cumplen veinte años de aquel viaje iniciático y si tengo tiempo le dedicaré un espacio en esta bitácora), pudiendo ver en Chicago, en el estadio Soldier Field, a España contra Alemania y después contra Bolivia, de las experiencias más excitantes de mi vida.

Igual que hace unos meses comentaba que la vida de una persona se abstrae más que en el día a día, a través de espacios más largos de tiempo, cifrando el paso del tiempo en la gente de mediana edad como yo, por ejemplo, en el número de cónclaves y fumatas blancas que hemos vivido; pero también, aprovechando la temática de hoy, por el número de Mundiales de fútbol que hemos vivido. Un repaso a tu vida de cuatro en cuatro años te permite ver dónde estabas, qué era de ti, con quién te juntabas, tus circunstancias, cómo crecías, etc.

Mi primer Mundial con uso de razón fue el de Alemania 74, pero apenas recuerdo la inauguración y el partido de la final, aunque eso sí, al lado de mi padre, que me aleccionaba, con seis años, sobre lo que era disfrutar la vida; enseñanza que aunque ya no me vale tanto para el fútbol, porque a día de hoy veo los partidos de la selección, alguno del Real Madrid y poco más, desde luego sí entendí que ver deporte, fuera el que fuera, y practicarlo, era disfrutar la vida.

Del Mundial 78 en Argentina ya sí que vi más partidos, aunque los recuerdos más nítidos que afloran en mi mente sean la final y los tres encuentros de España, la derrota ante Austria que fue determinante, el posterior empate contra Brasil y el célebre fiasco de Cardeñosa, y un triunfo que no sirvió para nada ante Suecia con gol de Asensi.

Sin duda, el gran acontecimiento futbolístico que marcó a la gente de mi generación fue el Mundial de España 82, yo tenía catorce años, una edad estupenda para sorber todos los partidos que TVE estuviera dispuesta a echar, y que básicamente eran todos.

Antes de eso, mi padre ya preparó el escenario adecuadamente, y compró unos meses antes, evidentemente con la anuencia de mi madre, la ansiada ¡televisión en color! Aquello fue un acontecimiento familiar, allí venía, no lo puedo olvidar, en una caja inmensa un monstruo inmenso, lleno por dentro de tubos, lámparas y conexiones, era la Grundig Supercolor 81; y allí se colocó en un lugar preeminente de la casa, todo giraba en torno a ella, ya podíamos disfrutar de los dibujos animados en color, o descubrir finalmente de qué color eran los trajes y vestidos de los presentadores y presentadoras del Telediario. Y, como no podía ser de otro modo, los mejores elementos decorativos que mi madre pudo compilar, ocuparon la parte superior de la Grundig, que si un tapetito, que si un recuerdo de Cuenca, que si un perrito de porcelana...

Por supuesto, uno de los prólogos que vivimos los niños, fue la serie de Naranjito, con Citronio y Clementina. Tanto se habló después del personaje que simplemente he de salir en su defensa, a mí la mascota me parecía simpática y la serie mucho más. En la serie, en cada capítulo, los personajes nos acercaban con proyecciones antiguas, a lo que deparó cada uno de los Mundiales precedentes, y donde España, salvado el Mundial de 1950, pasó siempre con más pena que gloria.

Yo me había preparado concienzudamente para el Mundial, por cierto que era la primera vez que acudían veinticuatro países, por dieciséis de los eventos precedentes, y llegué a aprenderme de memoria los nombres de los jugadores titulares de cada selección, gracias a una revista que recibía mensualmente mi madre y que se llamaba «Mundo cristiano». Todavía me acuerdo, porque eso se ha grabado a fuego en mi mente y haciendo memoria, aquí anoto la de Camerún y prometo que no la he mirado ni en Internet ni en ningún sitio: N'Kono, Kaham, Kunde, Aoudou, Mbom, Mbilla, Abega, Tokoto, Bahokem, Milla y Onana.

Como lo viví tan en primera persona, como tanta gente de mi generación, aquel Mundial nos proporcionó un sinfín de vivencias, recuerdos y anécdotas que jamás olvidaremos.

De la inauguración me quedo con aquel niño que soltaba una paloma blanca cuando destapaba un balón de fútbol de pega.

De España me quedo con casi nada, porque hicimos un ridículo monumental, empatamos contra Honduras casi de chorra y porque el árbitro nos regaló el empate. Íbamos perdiendo 1 – 0 y en la segunda parte pitó penalti a nuestro favor. López Ufarte lo falló, pero el árbitro lo mandó repetir, porque dijo que el portero se había movido, y a la segunda no falló aunque el portero hondureño Arzú estuvo a punto de pillarlo.

Luego se ganó a Yugoslavia por 2 – 1 jugando fatal, con uno de los goles de penalty (Juanito), y el gol de la victoria, de churro, obra de Saura. Y finalmente perderíamos contra Irlanda del Norte 0 – 1, volviendo a jugar fatal. Me acuerdo perfectamente que por aquel entonces sentía con mucha pasión el fútbol, mi padre era de los que me picaba mucho para que me cabreara (le he salido a él porque eso hago yo ahora con mi hijo), como si yo fuera el responsable de la derrota; es más siempre le decía a sus amiguetes cuando me preguntaban si me gustaba el fútbol: «Este es del Madrid y de los que lloran». Pues efectivamente, después de este partido me salí a la calle porque no podía soportar que mi padre me agobiara con sus comentarios y si no lloré, poco le faltó.

Ni que decir tiene que mi equipo preferido era Camerún, los negritos, tan coloridos ellos, en su primera presencia en un Mundial, era una selección exótica; y curiosamente aquel fue su punto de inflexión, se fueron dando una muy buena imagen, empataron sus tres partidos y uno de ellos ante Italia, a la postre la Campeona.

En esas mis vivencias a través de las que presencié este Mundial, he de señalar que tras esta primera fase que vi en Linares, por azares del destino, luego vi la segunda fase en Granada, las semifinales en Begíjar y la final en Úbeda.

Lo de mis días en Granada sería un tanto rocambolesco de explicar y simplemente me voy a limitar a señalar que estaba trabajando en una heladería en Plaza Nueva y viviendo con una familia que la regentaba y que eran amigos de un tío mío, días muy dulces. Precisamente el día del partido más decisivo de España, contra Alemania Federal, yo me enteré mal de la hora del partido y el hijo de esta familia que tenía mi edad me llevó a esa misma hora al cine a ver «La guerra de las galaxias» en una edición remasterizada. Cuando salí del cine vi en las teles de los bares aledaños que se estaba jugando el partido, y ya perdía España por 2 a 0 y prácticamente sin margen de maniobra, aunque in extremis Zamora conseguiría el 2 – 1.

Alemania le ganaría posteriormente a Inglaterra, y España hiciera lo que hiciera ante los ingleses no podría pasar a semifinales. Ese partido ante Inglaterra lo vería con un grupo de jóvenes del Opus Dei, un tanto descafeinado el choque, que solamente animaba algún comentario jocoso de los allí presentes, y algún que otro grito similar a «Gibraltar español». Pero tampoco aquel aliento anónimo sirvió para nada, porque empatábamos contra unos rivales a los que siempre se les tenía ganas y eso es casi perder.

Total que España completó un Mundial decepcionante con dos derrotas, dos empates y un triunfo, o sea, peor casi imposible.

A falta de pan..., seguramente a los españoles nos gusta que si no ganamos nosotros que lo haga algún país que nos caiga bien, Argentina, Portugal o Italia y, en este sentido, los italianos se erigieron en los portadores de los valores que nos hubieran gustado para nosotros (y que hoy en 2014 realmente ostentamos). Así que en la Final, había que ir con Italia, y estos cumplieron su papel, bordándolo en un partido memorable y superando a la siempre temible y ordenada Alemania Federal. Ahora que estos días se habla de la abdicación del Rey Juan Carlos, también se ha recordado el saludo efusivo al legendario presidente italiano Sandro Pertini en cada gol que anotaban los transalpinos.

No me puedo resistir a contar algunas anécdotas que jalonaron aquel histórico Mundial, algunas verdaderamente sorprendentes, una de las más sonadas fue el llamado partido de la vergüenza que enfrentaba a Alemania Federal contra Austria. Previamente hay que decir que la gran revelación del Mundial fue Argelia tras ganar en la fase de grupos a Alemania Federal, perdió después con Austria y en el último encuentro vencería a Chile disputado antes que el otro. En ese momento, los alemanes tenían dos puntos, por cuatro austriacos y argelinos. Sólo había una posibilidad de que los vecinos alemanes y austriacos se clasificaran los dos primeros del grupo y era la victoria teutona por un solo gol. Dicho y hecho, los alemanes marcarían en el minuto diez y a partir de ahí la contienda cayó en un ritmo soporífero, un entrenamiento oficial, sin velocidad ni tensión, sin jugadas de peligro, con los jugadores caminando por el terreno de juego (El Molinón de Gijón), y tuvieron redaños para hacerlo ¡durante ochenta minutos! El público abucheó con gritos tales como «¡Fuera!, ¡que se besen!, ¡Argelia! ¡Sporting!», los aficionados de ambos países lo pasaron mal, pero ahí estuvieron aguantando el tipo los veintidós jugadores haciendo el ganso.

Después de este incidente la FIFA decidió que los partidos finales de cada grupo se disputaran a la misma hora en estadios distintos para evitar amaños de este tipo.

Otra anécdota menos recordada por la gente, puso en tela de juicio a nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, se disputaba el partido entre Francia y Kuwait de la fase previa, los franceses vencían por 3 a 1, y anotaron un cuarto con una defensa kuwaití que aparentemente se había quedado parada. Los árabes reclamaron al árbitro que habían oído un silbato y pensaban que la jugada estaba invalidada. Ni corto ni perezoso un jeque entre el público les dijo a sus jugadores que se retiraran a los vestuarios, él bajó personalmente al césped (y ahí está lo bueno, la Policía Nacional se lo permitió) y estuvo hablando con el árbitro. En esta insólita situación, el árbitro anuló el gol en una de las decisiones más sorprendentes de la historia del fútbol.

Igualmente rememoro el choque entre El Salvador y Hungría, los magiares ganarían por 10 a 1, pero la anécdota es que los salvadoreños celebraron su gol como si hubieran ganado la Copa del Mundo, pues era y sigue siendo el primer gol que anotaban en un Mundial, después de que en México 70 participaran sin conseguir anotar. Ya por entonces comenzaba a despuntar el mítico Mágico González.

Y, por último, no puedo acabar este recuerdo de mi vida, con aquel portero tan singular de la selección de Bélgica, y que también lo era del Español de Barcelona, Theo Custers, que con aquel melenón retro no pasa desapercibido allá por donde fuera.

En fin, ¡qué tiempos aquellos! Después de todo y aunque ya no sea un fanático del fútbol, será difícil abstraerse de este evento que hace vibrar al mundo entero. Pues nada, que gane el mejor y si puede ser España, miel sobre hojuelas.

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