PARÍS-ROUBAIX, BIENVENIDOS A LA CLÁSICA DE LAS CLÁSICAS

Se ha iniciado la primavera y con ella comienza a caldearse el ambiente en el ciclismo profesional, tomando protagonismo el continente europeo que es donde se celebran las carreras más importantes del calendario ciclista internacional.

Se calientan los motores de cara a las grandes citas anuales que se singularizan en las tres grandes carreras por etapas, Tour, Giro y Vuelta. Cada ciclista lucha por sus objetivos y planifica su temporada según los intereses propios y/o del equipo, atendiendo igualmente a las características morfológicas de cada uno.

Con el florecimiento de la primavera llegan las carreras de un solo día que se denominan «clásicas» y que suelen ir cobrando el interés mediático, especialmente los fines de semana.

Pues ya llevaba años dándole vueltas a sacar una reseña de esta «París-Roubaix», la que tiene los diversos sobrenombres de «La clásica de las clásicas», «La reina de las clásicas», «El infierno del norte», e incluso «La última locura». Se trata de una de las clásicas que se encuadran en la tradición ciclista con la denominación de los cinco monumentos del ciclismo, junto con el Tour de Flandes, la Lieja-Bastogne-Lieja, la Milán-San Remo y el Giro de Lombardía.

Muchos elementos son los que hacen tan especialísima esta clásica, el principal desde luego es el hecho de que un poquito antes de la mitad del recorrido, los ciclistas deben atravesar intercalados en la ruta varios tramos de pavés (en francés es en singular “pavé”) o adoquines, se trata de caminos rurales que conectan aldeas o núcleos de población, muy habituales en Francia y Bélgica.

Son en torno a treinta sectores los que tienen que afrontar los ciclistas y que oscilan entre algo menos de un kilómetro y casi cuatro en el tramo más largo, para completar más de cincuenta kilómetros sobre el descarnado y duro terreno adoquinado, para un total de unos 250 km., en torno a seis horas montados encima del sillín.

Los sectores están perfectamente categorizados, y aunque pueden variar en cuanto a su elección de año a año, todos son conocidos, de vez en cuando se recupera algún tramo antiguo o se elimina alguno durante un tiempo. Esa categorización lleva a la organización de la carrera a clasificar los tramos en función de su dureza con estrellas, los extremos son cinco estrellas para los sectores más duros y una sola para los más leves.

La dureza en sí de los tramos de pavés se presupone, por pequeña que sea la calificación; los ciclistas lo saben y tienen un plano de la carrera, pero además un detallado esquema de las características de cada tramo, qué partes están más descarnadas, qué zonas más lisas, los hoyos más importantes y fundamentalmente cuál es el mejor camino para circular.

Aun con todo ese estudio pormenorizado, un itinerario que es absolutamente llano se convierte en un rosario de ciclistas, los sectores de pavés se transforman con la acumulación de kilómetros en auténticos puertos de montaña de categoría especial.

Ese recorrido tan minado siempre provoca sí o sí caídas, lo que origina montoneras y casi perder opciones de triunfo, por eso, los favoritos tratan de ir delante y pelean por las mejores posiciones, lo que no deja de ser la pescadilla que se muerde la cola, pues cuanto más deprisa van en los tramos de adoquín más riesgo de caída se genera y, por supuesto, el que vaya detrás es el que se come, como se suele decir vulgarmente, el marrón.

No sólo la carrera tiene el atractivo en sí de ver una disputa en la que intervienen los mejores del pelotón internacional en una prueba tan prestigiosa y original, sino que viendo la París-Roubaix cada año saboreamos un trozo de la historia del ciclismo, porque en 2014 se celebrará nada menos que la 112ª edición de esta carrera, pues hay que remontarse al siglo XIX para rememorar la primera carrera que tuvo el honor de ganar el alemán Josef Fischer.

Es todo un lujo y disfrute para el telespectador el contemplar la prueba en la pequeña pantalla, y también desde luego lo es y mucho para el público que asiste en persona a la prueba y que, como no puede ser de otro modo, copa los puntos más críticos del recorrido, en general las zonas de pavés y más específicamente aquellas que tienen las cinco estrellas, en concreto tres.

Ese primer sector durísimo llega sobre el kilómetro 160, llamado Trouée d'Arenberg (Bosque de Arenberg), cuando ya se han pasado unos diez tramos adoquinados, se trata de un corredor en línea recta jalonado a ambos lados por una densa arboleda. El pavés está muy deteriorado e irregular y suele ser una pesadilla para los competidores. El que caiga allí ya ha dicho adiós a la carrera. Es el auténtico símbolo de la París-Roubaix.

Si ese tramo está todavía lejos de meta, a unos cien kilómetros, el segundo sector de cinco estrellas es absolutamente decisivo y hay que entrar delante para no perder opciones, está a unos cincuenta kilómetros de meta, y la lucha por el triunfo ya está lanzada, se trata de Mons-en-Pévèle. Los corredores tienen que sortear un pavés deshecho, con la cunetas muy peligrosas, con algunos bordillos situados estratégicamente y que son mortales para los ciclistas, el salirse de la única línea trazable es un suicidio. Es mítico su giro a la izquierda de 90 grados, donde se arremolina una gran masa de aficionados que acampan allí desde la noche anterior.

El tercer tramo de gran dificultad es el célebre Carrefour de l'Arbre, a quince kilómetros de meta, ahí llegan los mejores en cabeza, normalmente grupos reducidísimos y es el terreno propicio para los ataques decisivos. El adoquín está descarnado y los baches rematados con tierra. El tramo está repleto de público, tanto que se pasa a centímetros de la gente y alguna que otra vez a algún ciclista se le ha ido la bici un poco, ha pisado el pie de un espectador y consecuentemente ha mordido el polvo, o mejor dicho, la piedra. Es célebre el restaurante L'Arbre, a las orillas de este sector, cotizada casa de comidas con una estrella Michelín en su haber y cita ineludible para los aficionados y, por supuesto, también para la gran marea multicolor.

Por si fuera poco hay más añadidos, al llegar a Roubaix, ciudad que se ubica al norte de Francia y que se ubica a escasos kilómetros de la frontera con Bélgica y que tiene cerca de 100.000 habitantes, hay un tramo de pavés, el más pequeño del recorrido, de trescientos metros; es un homenaje a los sufridos ciclistas, tiene una sola estrella, o sea, que es muy suavito. Se le denomina el sector Charles Crupelandt, en honor a uno de los míticos ganadores de las primeras ediciones, y también popularmente se le conoce algo así como «el camino de los gigantes», muy expresivo. Ya sabe el que llega allí que termina seguro, pero para los que van delante, están a las puertas de jugárselo todo. En el recorrido urbano por las calles de Roubaix también se sitúa un monumento en conmemoración al 100º Aniversario de la carrera, y como no podía ser de otro modo, es un enorme adoquín.

Si no ha habido demarrajes previos o escapadas en solitario, los primeros se la jugarán en el Velódromo de Roubaix, el final de la carrera, y a veces hay que tirar de la experiencia en la pista para vencer a veces por escasos centímetros.

El cómo afrontar los tramos de pavés da para varias tesis doctorales, por el centro, por los laterales. Lo cierto es que la bicicleta tiene que estar preparada para la ocasión y se le hacen unas adaptaciones que intentan minimizar los impactos de los adoquines, de hecho, muchos de los participantes cambian la bicicleta clásica por otra más especial en cuanto comienzan los dramáticos sectores pétreos.

Pero todos los ciclistas coinciden en la dureza de este recorrido absolutamente llano, los riñones sufren, el traqueteo es angustioso, la bicicleta se convierte en ingobernable, hay que apretar fuerte las manos y los brazos y aun así es difícil de dominar.

Por si fuera poco, si el terreno está seco los sectores desprenden un polvo insano que literalmente se mastica por los deportistas, pero si llueve la carrera es dantesca y los ciclistas llegan a la meta con una capa de barro que los hace casi irreconocibles.

Al final la gloria sólo se la lleva uno y el mejor también obtiene un trofeo alegórico, ¿se lo imaginan?, evidentemente un adoquín.

En algunos de esos cinco monumentos del ciclismo hemos tenido vencedores españoles pero no precisamente en la París-Roubaix, ni en el Tour de Flandes, prueba esta que se disputa en Bélgica y que también tiene tramos de pavés, estos cortos pero en subida; de ahí que uno pueda sacar la fácil conclusión de que el perfil del ciclista español no se adapta a estos terrenos. Los españoles somos, ante todo, escaladores y lo seguiremos siendo para siempre. En todo caso, hemos tenido dignos competidores, hasta hace muy poco el catalán Juan Antonio Flecha, recientemente retirado, que fue una vez segundo y dos veces tercero. Más atrás en el tiempo, también tuvimos al también catalán Miguel Poblet, uno de los pioneros del ciclismo español, que consiguió un segundo y un tercer puesto.

Es más, aunque la París-Roubaix se disputa en terreno francés, es una prueba con acento belga, es la auténtica fiesta del ciclismo belga, pues casi el 50% de las ediciones han sido ganadas por ciclistas de ese país.

Por cierto como curiosidad o como un modo de despertar el lado romántico que tenemos cada uno, hay que decir que las carreteras de adoquín no son nada desconocidas en España, de hecho, las calles de muchas ciudades y pueblos de mi país estaban hace apenas medio siglo empedradas. Un sistema de pavimentación con mayor perdurabilidad que el asfalto, pero que es más incómodo y nocivo para los vehículos de motor. Todavía se mantienen restos de esas calles adoquinadas en dichas ciudades y, a veces, cuando hacen obras y levantan el asfalto, allí permanece inalterable ese adoquín como un recuerdo añejo. Pues no me he resistido a fotografiar el que yo creo que es el tramo de adoquín más largo de la ciudad donde vivo, y que por suerte nadie ha decidido asfaltar, tiene 250 metros y está en la calle Moredal de Bailén.

Amén de todo esto, de vez en cuando el Tour de Francia rinde su particular homenaje a esta carrera y mete una etapa en su recorrido con algunos de los sectores de pavés propios de la París-Roubaix, y este año estamos en ese escenario, en el que habrá algo más de quince kilómetros empedrados con algunos tramos de cuatro estrellas y parte del superestrellado sector de Mons-en-Pévèle. Será la quinta etapa y promete hacer diferencias, siempre las hace, para los aspirantes al triunfo final la clave es no arriesgar demasiado pero tampoco perder mucho tiempo, un difícil equilibrio, que a veces les sale mal a algunos.

Y a todo esto, el favorito de la edición 2014 de la París-Roubaix sigue siendo el mismo que años atrás, el suizo Fabian Cancellara ganador el pasado año y también en 2008, y segundo en dos ediciones, todo un especialista, pues, en adoquines. Ahora mismo, las quinielas lo dan a él como máximo aspirante y, de hecho, en la promoción de la carrera que realiza la organización del Tour de Francia, que también rige esta carrera, se está vendiendo el evento como «Todos contra Cancellara». Siempre hay los que se denominan outsiders, ciclistas de la clase media que como invitados de piedra se cuelan en la fiesta sin poder ser controlados por los grandes especialistas.

No veo lamentablemente a ningún español entre esos favoritos, aunque me encantaría que estuviera en la pelea alguno de los nuestros, no obstante, habrá que estar atentos a Alejandro Valverde, el que yo entiendo más capacitado actualmente, o nuestro Purito Rodríguez, a ver si son capaces de alegrarnos la tarde del próximo domingo 13 de abril (apunte en la agenda). También me emocionaría que fuera un ciclista colombiano, ¿Nairo Quintana?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hola Pedro.
Fascinante tu entrada. El Viernes salgo con mi pareja para el norte de Francia. Aún no me lo creo, pero a mis 43 años voy a ver una París-Roubaix a pie de adoquín. A ver si puedo ir a Arenberg y después al Carrefour. Quizá también la salida. Ya veremos. Qué bueno encontrar gente que sabe apreciar el ciclismo.
Un saludo.
Antonio.