"CARAMEL", DE NADINE LABAKI

Adentrarse en la jungla de un salón de belleza con mujeres metidas cada cual en su propio mundo, con gritos, con chismorreos, con olores y ruidos propios, debe ser y, de hecho lo es, una comunidad de elementos que se dan por igual en cualquier parte de nuestro planeta.

En ese particular universo se introduce esta producción libanesa que llama precisamente la atención en primer lugar por eso, porque no es común que lleguen con cierta difusión y buena prensa, películas de un país tan castigado por las guerras como Líbano. Y eso que siempre hemos tenido la percepción de que era el país más adelantado, abierto y moderno de los de influencia árabe, junto con Egipto.

Constaté esto hace un par de años, cuando visité una moderna tetería en Jaén, regentada por árabes y en la que la televisión, con un canal de música famoso en aquellos lares, “Rotana”, te atraía ante el espectáculo poco usual de ver a mujeres árabes vestidas de occidentales, peinadas e incluso tintadas como occidentales, y no necesariamente muy cubiertas de prendas de vestir. Por supuesto, se podía ver a bellas muchachas cantando ritmos pegadizos y discotequeros sólo que en árabe, y también a muchachos. Le pregunté al dueño de la tetería y me confirmó que todo provenía de Egipto y Líbano.

Basta con leer algo de El Líbano para saber el porqué de su aperturismo, dejando a un lado las guerras civiles con su componente religioso. Aparte de esa división religiosa, generalizando mucho hay que reseñar que la mitad de la población es cristiana y la otra musulmana, tienen una economía de mercado, buenas infraestructuras (las hosteleras son muy nombradas), y mucha mezcla de grupos étnicos y, por tanto, de culturas muy distantes. De hecho allá por los 70 se le bautizó por los medios de comunicación como la «Suiza de Oriente Próximo».

Una política demasiado radical, cuyos coletazos aún perduran, el acoger a la Organización para la Liberación de Palestina en su momento y que se utilizara la frontera con Israel para incordiar a uno de los países que más presupuesto dedica a defensa (si no el que más por número de habitantes), han hecho que se amortigüe el potencial y desarrollo de un país tan maravilloso.

Pues al hilo de todo esto no quise buscar una película que reflejara esa situación convulsa, sino otra más mundana, que reflejara las vidas de ciudadanos libaneses anónimos y esta Caramel es un muy bonito ejemplo.

Caramel, por cierto, no es ni más ni menos que un caramelo que se utiliza como método de depilación en Oriente Medio y que se compone de azúcar, agua y zumo de limón, calentados en una sartén hasta que adquiere un tono dorado, y el cual tiene una textura muy similar a la de la cera que se utiliza en nuestros hogares, con la única diferencia de que este «caramel» se come y debe estar delicioso, por las caras que ponen algunas de las protagonistas de esta película.

Lo interesante de esta cinta es que, además, es una historia de mujeres, contada y vivida por mujeres y encima dirigida por una mujer que es la propia directora de la cinta. Nadine Labaki, la directora, protagoniza también la película y encarna a esa mujer de armas tomar, de la que se percibe sin que esté escrito en ningún sitio que es la que maneja el cotarro. Aparte uno, por ser hombre, no puede por menos que ensalzar la belleza de esta mujer, que es de las que quitan el hipo.

Alrededor de su personaje (Layale) giran una serie de mujeres con sus miedos, sus esperanzas, sus secretos y sus sufrimientos: la que no quiere envejecer, la que le atraen las mujeres, la que no va virgen al matrimonio, la que no quiere dejar a su hermana demente para gozar de una nueva vida..., y también la propia Layale maniatada por el amor prohibido de un hombre casado.

No son historias banales, son profundas, pero se cuentan de forma simpática, distendida, hasta graciosa. Las soberbias interpretaciones del quinteto de mujeres nos permiten descubrir el juego que pretende la directora, la mezcla de dulce, el caramelo, y amargo, que son los problemas en la vida de cada una de esas mujeres.

La película no tiene un final clásico, simplemente las historias se desarrollan y se dejan ahí, latentes, invulnerables al tiempo, para poner de relieve las inquietudes de cualquier mujer del mundo y particularmente la problemática de la mujer libanesa en una cultura que lucha entre ese aferramiento a la tradición y su proyección hacia la modernidad.

También es una invitación, por supuesto, a que el pueblo libanés camine unido aunque cada uno mantenga sus creencias, de hecho, en la película coexisten en ese mismo salón de belleza unas que son cristianas y otras musulmanas, sin que encontremos con claridad la frontera que separa las unas de las otras.

Sin duda, una película muy agradable de ver, con un metraje adecuado y que nos permitirá emocionarnos y sonreír con estas mujeres, que gravitan en torno a un negocio de belleza, que es sin ningún género de duda el negocio de la vida, embarcarse en el maravilloso mundo de lo cotidiano. La banda sonora de Khaled Mouzanar (esposo a la sazón de la directora) es, por cierto, buenísima.

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