PRO-INFANCIA HÚNGARA, UNA SERIE DE ANTAÑO, Y FRANCO MIRANDO SÓLO A ALGUNOS SITIOS

Plantearse que un gobierno dictatorial no tiene en la propaganda uno de sus mejores recursos para el adoctrinamiento de masas, es como soñar que Bárcenas va a devolver hasta el último céntimo que se apropió de forma corrupta, o que la polémica de los ERE andaluz se va a saldar con el empalamiento de algún pez gordo.

Y para colmo, no ya sólo un gobierno dictatorial sino que ahora, la propaganda, tal vez más velada que antes, pero propaganda a todas luces, sigue estando presente, aposentada en las esferas de los políticos de turno que aprovechan espacios y escenarios, a costa del dinero de todos.

En el régimen franquista no era propaganda velada, era adoctrinamiento sistemático a todos los niveles: televisión, radio, escuelas, empresas... Nada quedaba a salvo, o nadie se atrevía a salirse de los raíles. En esa España de la década de los 50 o los 60, y la de los 70 en la que yo ya tuve uso de razón, vivíamos en una especie de paz vigilada, donde podíamos hablar de casi todo lo cotidiano, entre ello el fútbol (opio para el pueblo), los toros, las mujeres, el boxeo..., pero en depende qué sitios estuvieras, algunos temas se convertían en tabúes.

La filatelia, mucho más popular en el régimen franquista que ahora, también podía ser un vehículo para transportar esa propaganda. Entonces las relaciones epistolares, el tráfico postal en definitiva lo eran todo, ya se sabe, no había los adelantos que hoy tenemos y que son por todos conocidos. Por tanto, el sello llegaba a muchos lados, tenía una impresionante proyección y había que cuidar lo que se emitía, y por supuesto, había que aprovechar lo que se emitía para influir en la población, para mantener las bases del pensamiento, para que todo hijo de vecino supiera quién mandaba y, por ejemplo, cuáles eran los amigos de España y sus irredentos adversarios.

He querido poner hoy un ejemplo de una serie, muy famosa en aquella época, la década de los 50, que además cualquier filatelista medio conoce de sobra, se trata de la serie «Pro-Infancia Húngara» que se emitió en 1956. Se trataba de una de las muestras más clamorosas de adoctrinamiento que ha tenido la historia de la filatelia en España.

Corría ese año 1956, octubre de ese año, y se lió parda en Hungría, muy resumidamente los húngaros se rebelaron contra el gobierno estalinista impuesto por la Unión Soviética, en lo que fue una especie de revolución espontánea comandada por grupos estudiantiles. A los pocos días, los soviéticos aprovechando su influencia en los países del Telón de Acero y que sus enemigos occidentales estaban concentrados en otros acontecimientos, entraban con su maquinaria bélica y con ese poder aplastaban lo que se llamó la «Revolución Húngara» en apenas una semana, en una batalla absolutamente desigual.

Las consecuencias trágicas de la incursión soviética para devolver una paz impuesta fueron 2.500 muertos y unos 13.000 heridos, amén de eso se produjo una importante purga con arrestos en masa y posteriores ejecuciones, así como otras actuaciones que provocaron que un número no inferior a 20.000 húngaros tuvieran que huir de su país.

Hasta ahí encaja el trágico escenario que acaeció en la nación magiar en 1956; lo que ocurre es que España explotó aquella crisis con uno de sus vehículos de divulgación más potentes que tenía en ese momento, el sello. El franquismo se hizo eco de aquella tragedia, queriendo mostrar a los españoles los males que ocasionaba el enemigo comunista.

Trascendió que la revolución estaba afectando también a niños, ya fuera por muertes directas e indiscriminadas, y mucho más aún por el desamparo en que quedaban los hijos de aquellos que habían sido eliminados o purgados.

De hecho, las crónicas de aquella época no pueden ser más gráficas, es particularmente ilustrativo el telegrama que mandó al respecto de esta crisis la Oficina Internacional de la Infancia a las Naciones Unidas (organización esta última tan inoperante antaño como en la actualidad) que señalaba: «En calidad de organización no gubernamental dotada de estatuto consultivo agrupando organizaciones católicas de protección a la infancia en el mundo entero, suplica Naciones Unidas actúen rápida y eficazmente para detener horrible crimen pueblo donde los niños son inocentes y primeras víctimas. Pide ante la no respuesta Unión Soviética a resolución Asamblea General extraordinaria de 4 de noviembre de 1956 adopción y realización rápidas medidas concretas salvaguardia infancia húngara y libertad pueblo húngaro.»

Es decir que antes como ahora, las resoluciones de las Naciones Unidas no servían para nada y el poder de esta organización era testimonial o mucho menos que eso. Pero aquella resolución, las llamadas internacionales a la solidaridad (de los países del otro frente, obviamente), marcaron un movimiento que en España fue utilizado por el aparato franquista y su brazo religioso para denotar los males del comunismo, enemigo impertérrito. De hecho, en los recortes de prensa de la época, se suceden los responsos y solemnes funerales en los cuatro puntos cardinales de la geografía española: Oviedo, Ciudad Real, Tudela (Navarra), Palma de Mallorca, Almería, San Sebastián o Murcia.

Aquella serie filatélica nació para ser un eslabón más en la cadena del adoctrinamiento, había que colaborar con la causa y la lógica me lleva a pensar que, de algún modo, una parte de los ingresos por la venta de los sellos se debería destinar a no sé qué organización para acoger a esos niños desamparados. Esa es la lógica pero en la parafernalia oscurantista y alejada de cualquier transparencia, jamás trascendió qué cantidad de aquel gesto fue dedicada verdaderamente a la intención con que se orquestó.

No es mi intención, ni mucho menos, criticar que aquella revolución y las consecuencias que aquellos infantes pudieran haber sufrido, no eran dignos de ser utilizados y denunciados por un gobierno más o menos legítimo como el nuestro hace más de medio siglo. A mí cualquier muerte me genera conmoción, una sola muerte trágica, incluso la de un inocente y frágil animalillo me la merece; por eso aquellas muertes fueron duras, como otras muchas, pero a Franco no le interesaba más que determinadas muertes, determinados damnificados, la de aquellos que eran atacados por sus furibundos enemigos.

Y ya digo, no tiene más valor para mí una muerte sea de uno u otro bando, ni un criminal es más malo o más asesino que otro por el hecho de haber matado a más personas, en cualquier caso, como decía aquel que Dios y el Cielo lo juzguen; para mí un asesino no tiene perdón aunque redima su culpa en la cárcel durante décadas y luego salga libre (lo digo por los de la ETA), seguirá siendo un asesino toda su vida, y me reitero me da igual que haya matado a uno o a cien, aunque el grado de ensañamiento o crueldad del último quizás esté más acentuado.

Pero amigos, el adoctrinamiento tenía color, no todos los muertos valían lo mismo; ya que puestos a pensar por qué no se lo ocurrió al franquismo, imperante como gobierno en nuestro país desde 1939, y que supo de primera mano lo que Hitler estaba haciendo en sus campos de exterminio, esa limpieza que afectó sin duda a millones de niños; niños que, los que consiguieron sobrevivir a aquella barbarie, vagaron perdidos, buscando a sus familiares en una Europa rota y caótica, o simplemente tratando de encontrar a personas de buen corazón que se hicieran cargo de sus vidas.

Tan horrible fue el crimen de aquella invasión soviética en Hungría como el del exterminio nazi. Horribles fueron las ejecuciones políticas en España tras la Guerra Civil, pero horripilantes fueron tantas y tantas, de Guantánamo ¿qué?, ¿y la guerra de Vietnam?, ¿y...?, incluso después tampoco Franco quiso ver ni las cosas malas que hacían los comunistas; aquello de la Pro Infancia Húngara fue un buen momento para el régimen, con más de quince años en el poder y había que ofrecer al pueblo un elemento de discordia, de exacerbación.

Lo peor de todo es que, como decía al principio, la propaganda más sutil, menos visible aún existe, tanto para los gobiernos (el nuestro y cualquiera occidental) como para los medios de comunicación. Los muertos son más importantes cuanto más cerca están geográficamente de nuestro país. Me molesta profundamente cuando acaece alguna desgracia en cualquier punto del planeta y el periodista de turno señala: «Hay X víctimas, aunque no se ha informado que hubiera españoles entre las mismas». Ah bueno, pues siendo así ya podemos cenar tranquilos.

Por otro lado, se abusa últimamente en España mucho de los sellos con motivos religiosos y esa deriva no me gusta nada, en lo que debe ser un Gobierno aconfesional.

Y dicho esto, había una motivación aparte de la crítica para recordar esta serie, y es que corrido el velo propagandístico, el diseño de los sellos es muy bonito, en realidad, la mayoría de las series de la década de los 50 y los 60 eran muy bonitas. Entonces no había ordenadores, todo era trabajo de estudio, de pluma, de colores, todo hecho a mano, artesanal, era el momento del artista, y los resultados fueron muy buenos, auténticas joyitas: litografías, calcografías, huecograbados

La serie, realizada mediante huecograbado, se componía de seis sellos de diferentes valores y colores, con una tirada que variaba entre los cuatro millones y diez millones de efectos según el valor. La serie repite el mismo motivo en cada una de sus seis manifestaciones, en un fondo un tanto abstracto de picos y rayos, que tal vez representa la guerra, aparece en primer plano un sobre en blanco y dentro del mismo también superpuesto se resaltan las figuras de un niño pequeño y una niña más mayor que parece hacerle un gesto de afecto.

Una serie que, por cierto, tiene un cierto valor, lo que no se corresponde con la tirada que tuvo, pero a veces estos son los misterios de la filatelia. En todo caso, no es un precio para arruinarse, pues por apenas quince euros y en nuevo, podemos tener esta serie con todo el matiz histórico que aquí he tratado de reflejar.

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