LA AUTOCANASTA O EL DÍA QUE EL REAL MADRID CAMBIÓ LAS REGLAS DEL BALONCESTO

No miento si digo que, como decía un amigo que tuve en mi juventud, el baloncesto es más entretenido y espectacular que el fútbol; realmente lo es como lo es el balonmano y la mayoría de deportes colectivos donde hay intercambio de goles o puntos. Es decir, que un partido del fútbol puede ser soso y aburrido, que los hay y muchos, más allá de la tensión siempre latente de que alguno de los contendientes meta gol, pero a veces los partidos terminan con un marcador corto (o largo) y el choque ha sido un pestiño mayúsculo.

Pues eso, que si alguna vez tengo que ocupar algún tiempo libre, escaso pero existente, y en la tele están echando un partido de baloncesto, seguro que me pongo a verlo aunque sea intrascendente; si el encuentro es de fútbol me lo pienso por muy importantes que sean los equipos o jugadores que en él participan.

Así que quedando claro que he sido y sigo siendo un buen seguidor del baloncesto, bastante del europeo, menos del nacional y por temporadas sigo la NBA, he de decir que algunos hechos me impulsan a seguir con más ahínco algunas competiciones. Es el caso de este año con el Real Madrid de baloncesto que está batiendo todos los récord habidos y por haber, y eso me motiva para seguirlo y ver dónde está su límite.

Pero nada de lo que está haciendo ahora le valdrá si no consigue su objetivo último que es alzarse con la Euroliga, reverdeciendo viejos laureles porque el Real Madrid es el club con más Copas de Europa (antigua competición), pero lleva bastantes años sin conseguir el máximo entorchado europeo, un montón en realidad, desde que Sabonis dominaba los tableros hace ya casi veinte años. El año pasado quedó Subcampeón y le falló la experiencia que los equipos griegos atesoran de las últimas Final Four, donde el Madrid no ha sido un visitante habitual.

No obstante, esta explosión de juego y resultados del equipo madridista, amparada por una plantilla muy equilibrada y completa, me ha dado pie para rememorar al Real Madrid de la década de los 60. Sobre todo porque se batió si no recuerdo mal, en estos días de Navidad, un récord que databa de aquella época en nuestra liga nacional, actualmente llamada ACB, e invitaron al palco a uno de los pioneros del baloncesto de nuestro país, D. Pedro Ferrándiz, entrenador de aquel Real Madrid que comenzaba a discutir el dominio de los países de Europa del Este hace medio siglo.

Efectivamente en esos primeros años en que se creó la Copa de Europa, a partir de la temporada 1957/58, los equipos del Telón de Acero llevaban la voz cantante en esta competición, aunque ya en la 1961/62 el Madrid alcanzó la final de la misma, perdiendo a la postre ante el Dinamo de Tiflis, pero ya se habían puesto las bases con el mariscal Ferrándiz para que el Madrid se fuera haciendo el hueco en los tableros del Viejo Continente.

Lo que es más curioso es que Pedro Ferrándiz pasó a la historia amén de sus logros deportivos, por haber propiciado un trascendente cambio en las reglas de este deporte, y es cuando traigo a colación la rocambolesca historia de la autocanasta o la autoderrota que dio origen a dicha modificación reglamentaria.

Corría el año 1962 y el Real Madrid visitaba en octavos de final de la Copa de Europa una de las canchas más calientes del mundo, la del Ignis de Varese italiano. Es imaginable cómo se vivía el baloncesto en esta ciudad del norte de Italia cercana a la frontera con Suiza y de poco más de 60.000 habitantes en aquel momento, es decir, lo que viene siendo una olla a presión.

Pues allí se presentó el Madrid el 18 de enero de aquel año en el partido de ida, partía como favorito en la eliminatoria pues tenía mejor plantilla, pero el trámite de Varese había que superarlo sin daños colaterales y eso no era un plato fácil de digerir. Por aquel entonces, siendo un partido de ida y otro de vuelta, no es como ahora, primaba la diferencia de puntos.

El Madrid tenía una buena escuadra, con jugadores históricos que seguro que a los de mi época les sonarán: Sevillano, Emiliano Rodríguez, Morrison, Hightower, Lolo Sáinz, Descartín, Alocén, Lluis, Llopis y Durand.

El partido comenzó bien y los de la capital de España con sus dos torres estadounidenses fueron cobrando ventaja en la primera mitad (antes no había cuartos sino dos períodos de veinte minutos cada uno), hasta irse al descanso con una cómoda renta de ocho puntos, 36 – 44 para los blancos.

Pero a vuelta de vestuarios la presión ambiental se multiplicó, aquella olla a presión estaba en su punto óptimo de ebullición, y de aquel clima también parecieron permearse los árbitros, que imagino que en aquellos años no las tendrían todas consigo ni se fiarían mucho de las más livianas que las actuales medidas de seguridad, o fuerzas del orden que pudieran velar por sus integridades. Por cierto, antes eran dos árbitros (qué curioso, en un deporte con diez jugadores en el campo ahora hay tres árbitros, en muchos deportes colectivos hay dos árbitros, y en el fútbol con veintidós tuercebotas en el terreno de juego, un colegiado nada más haciendo un auténtico maratón a lo largo de noventa minutos, todo un prodigio de agudeza visual), pues eso que al francés De Redevilher (ay los franceses, siempre los franceses) y al suizo Readler les superó la emoción y comenzaron a pitar de forma parcial, eso dicen las crónicas. Particularmente no veían las mismas faltas en una zona que en otra, y así los jugadores más importantes del Madrid fueron masacrados con personales.

De manera que se llegó al último minuto, aun así con cinco puntos de ventaja para los blancos, y la mala suerte se cebó en los españoles, con sus mejores jugadores más castigados, alguno incluso tocados físicamente por lo duro que se empleó la escuadra italiana. Pero los locales consiguieron anotar dos canastas y una de ellas con un tiro adicional, y se llegó al empate con dos segundos de posesión para el conjunto de Ferrándiz.

Y aquí empieza una de las historias más románticas, curiosas y graciosa a la par (sí, sé que abuso mucho de la adjetivación) de la historia del deporte y particularmente del baloncesto. Pedro Ferrándiz pidió tiempo muerto con el empate a 80 en el luminoso y rápidamente analizó la situación: Sevillano y Morrison eliminados, Lolo Sáinz y Emiliano con cuatro personales y Hightower lesionado. La posibilidad de jugar una prórroga podría permitir fácilmente a los italianos sacar una importante renta que haría peligrar la eliminatoria, y al entrenador madridista no se le ocurrió otra cosa que meterse una canasta en aro propio, para perder de dos y así afrontar la vuelta con una desventaja mínima pero muy posiblemente superable en la capital de España.

Pero el método tenía que estar perfectamente diseñado, no podía tener fallas; de ahí que se descartó echarle la pelota a un jugador rival que con dos segundos a lo mejor se ponía nervioso y no la metía (porque no entendería que le regalaran la bola), aparte de que muy posiblemente los italianos se metieran en su propio campo y no estarían ni siquiera cerca del aro madridista, como así ocurrió; así que lo mejor de todo era darle el balón a un jugador propio y que hiciera como que se equivocaba y metía la canasta en su propia cesta. Para evitar problemas Ferrándiz dijo a los suyos, algo así como «nada más anotar la canasta salid corriendo por si hay problemas». Dicho y hecho, se sacó de fondo y Lorenzo Alocén presuroso, no falló, y el R. Madrid perdía en Varese por 82 – 80.

Parece ser que tampoco hizo mucha falta correr, porque los aficionados italianos no salieron de su asombro y de su alegría, un jugador contrario se había equivocado de canasta y, en definitiva, su equipo había vencido. Sólo al poco rato el público y el propio equipo italiano se dieron cuenta de la argucia y del plan de Ferrándiz, pero para entonces los madrileños ya estaban seguros en su vestuario.

Ni que decir tiene que esta historia no estaría auténticamente completa si el propósito con el que se urdió la estratagema no hubiera funcionado. Y funcionó, en la vuelta el Madrid se comió al Ignis de Varese por un inapelable 83 – 62.

Aquella jugada maestra propició que la FIBA tomara cartas en el asunto y que se estableciera de ahí para siempre, aunque ahora ya no tiene sentido porque ya no se tienen en cuenta las diferencias de puntos en las eliminatorias, la siguiente norma que viene a decir: «La autocanasta anotada en los últimos instantes de un partido que evite un empate como resultado final, comportará la inmediata descalificación del equipo al que pertenezca el jugador autor de la autocanasta». Pero esto fue posterior y la autocanasta de Ferrándiz-Alocén pasó a la historia. Menos mal que los españoles también sabemos inventar aunque sea en muchas ocasiones para ser más vivos que el resto.

Como he dicho al principio se perdería la final de aquella Copa de Europa, pero en los años sucesivos el Real Madrid reinó en Europa.

Por suerte estamos esta temporada en un enclave que puede ser histórico, porque como ya he comentado, el equipo madrileño está que se sale, pero ¿serán capaces de tener el mismo ritmo toda la temporada? En mi opinión sería higiénico perder algún partido, no autoderrotarse, pero sí que les salga un mal partido y que el rival le meta mano, porque de otro modo, cuando tenga que afrontar momentos críticos se puede ver superado por los acontecimientos, porque toda la temporada habrá estado jugando muy sobrado y sin haber aprendido del sufrimiento y de la propia derrota.

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