STEVEN BRADBURY, O LA MEDALLA DE ORO MÁS ROCAMBOLESCA EN LA HISTORIA DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Dándole el otro día vueltas a la cabeza acerca de la dificultad que entraña ser un deportista de élite y, sobre todo, llegar a lo más alto a la gloria de ser el mejor, mérito que alcanza un porcentaje ínfimo de los que practican un deporte de forma profesional, también me preguntaba cuál sería la medalla de oro más «fácil» de unos Juegos Olímpicos, o sea aquella en la que alguien la consiguió casi por la gorra.

No sé si la historia que hoy traigo a colación atiende a esa concepción de medalla más fácil, lo que si es verdad es que por su cercanía en el tiempo, cómo sucedió y porque tenemos el documento gráfico que atestigua lo que acaeció, realmente me atrevería a decir que si no fue la más fácil, a buen seguro que será la medalla de oro más rocambolesca de unos Juegos Olímpicos.

Es muy probable que en el balbuceo de los Juegos Olímpicos modernos se consiguieran medallas relativamente fáciles, ya que asistían pocos competidores y países, y muchas disciplinas deportivas que estaban en el programa olímpico eran practicadas por unos pocos, con lo que bastaba casi practicar un deporte con una cierta continuidad, a base de tiempo y una economía saludable, lo cual no era tan común hace cien años, para colgarse una medalla al cuello.

No obstante, la historia que voy a contar relata una competición que se celebró en 2002, con ocasión de los Juegos Olímpicos de invierno de Salt Lake City en Estados Unidos, además viene al caso porque estamos a apenas un par de meses de los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi; y su inopinado protagonista fue el patinador australiano Steven Bradbury.

La disciplina en la que competía este deportista es el patinaje de velocidad sobre pista corta, más conocido por su denominación anglosajona short track. A diferencia del patinaje de velocidad en pista larga, en el short track no se compite contra el reloj, sino que es una carrera pura y dura, donde no hay calles y donde los patinadores tienen que utilizar su cuerpo para coger la mejor zona que es la más cercana al interior para tener que gastar menos energías. Es una disciplina muy espectacular ya que mientras que en el patinaje de velocidad las carreras se hacen sobre un óvalo de unos 400 metros, estas pistas son mucho más cortas, miden poco más de 100 metros y, por tanto, la lucha entre los patinadores, los roces, el cuerpo a cuerpo están a la orden del día y, por supuesto, estamos ante un deporte que es muy eléctrico, no apto para personas de sangre fría.

En el short track se corre sobre varias distancias y nuestro protagonista vivió su momento de gloria en la prueba de 1.000 metros. No era malo en esa disciplina aunque con toda seguridad estaba en ese momento no menos del puesto 15 o 20 en el ranking mundial, es decir, que no ya para el oro, sino para acceder a la gran final y conseguir una medalla de otro metal debían de darse una sucesión de acontecimientos ciertamente inesperados.

En estas carreras compiten cinco patinadores. Ganó bien su carrera de clasificación, pero fue encuadrado en cuartos de final en una serie muy fuerte, donde se tenía que ver las caras con el favorito del público, el estadounidense Apolo Ohno, y el canadiense Marc Gagnon, en ese momento el Campeón mundial sobre la distancia. A la siguiente fase siempre pasaban los dos primeros, en esta carrera quedó tercero, pero los jueces eliminarían a Gagnon por obstruir a otro patinador.

En la carrera de semifinales el entrenador Ann Zhang le comunicó a su pupilo, la poco competitiva estrategia de situarse a la zaga de sus oponentes a la espera de que se cayeran por delante y ya se sabe que a río revuelto..., y se cayeron dos, con lo que llegó el segundo, y el tío se metió en la finalísima.

Y no iba a ser menos, pues, en semejante cita que ser fiel a lo que había estado haciendo hasta ese momento, es decir, mantener una postura conservadora, a sabiendas de que era con mucha diferencia el más flojo de todos. En esa carrera de cinco, Bradbury se mantuvo a cierta distancia de sus otros cuatro competidores, para que se pelearan entre sí, y vaya que si se pelearon, en la última curva todos se cayeron y este tipo que «iba dando un paseo» a unos quince metros de ellos, atravesó la meta con los brazos en alto, conocedor de que había ganado probablemente la medalla de oro más insólita de unos Juegos Olímpicos.

No soy muy dado a poner enlaces a otras web por motivos de privacidad y todas esas pamplinas, pero es muy fácil ver el vídeo de la carrera en Internet, prácticamente escribiendo el nombre de este deportista, aparte de que esta historia la recordaba por haberla visto en la tele, ya que cuando ocurrió tuvo cierta difusión.

También resulta curioso ver la entrega de medallas, ya que también es una entrega un poco atípica, a Bradbury se le ve alegre, pero casi pidiendo perdón, es la impresión que a mí me da, pues había ganado un oro sin merecimientos deportivos, y sus otros dos compañeros en el podio, el estadounidense Ohno y el canadiense Turcotte miran al horizonte con melancolía y casi una mirada inquisitiva como queriendo decir «ya le vale». Y para colmo, Bradbury tenía y tiene cara de chiste, cara de dibujos animados, con lo cual todo parecía más cómico si cabe.

Pero ya está, Bradbury consiguió a sus veintiocho años lo que seguramente había anhelado durante mucho tiempo, el sueño de cualquier deportista de élite, conseguir la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos.

De paso logró otro hito importante y es que le daba la primera medalla de oro a Australia en unos Juegos Olímpicos de invierno. Bradbury sería recibido como un héroe en su país y sería condecorado con posterioridad con la OAM (Orden de Australia), una distinción similar a la Orden del Imperio Británico, más conocida por estos lares.

El hecho de que consiguiera esa medalla de oro para Australia no es nada baladí, esa gloria similar la viviríamos en España en 1972 con el oro en Sapporo de nuestro añorado Paquito Fernández Ochoa aunque de forma muy limitada en un país hasta ese momento con escasa tradición deportiva y menos en los deportes de invierno; pero es que Australia es un país idílico para el deporte, con menos de la mitad de la población de España, consigue unos resultados espectaculares en los Juegos Olímpicos de verano, es célebre la enorme escuela de natación que existe en ese país y la cantidad de campeones mundiales y olímpicos en numerosas pruebas de ese deporte. Los australianos son buenos en muchísimos deportes, es un país que vive por y para el deporte, y me atrevería a decir que es de los cinco primeros países del mundo con mejores infraestructuras y estructuras deportivas.

De hecho, en Australia tan volcado con el deporte todo el mundo conoce a Steven Bradbury, doblemente famoso, por la medalla y por la rocambolesca forma de ganarla; es un auténtico ídolo nacional. Y además, se incorporó al acerbo australiano el dicho «doing a Bradbury», algo así como «hacer un Bradbury», para indicar un logro accidentado o inesperado, con importantes dosis de suerte.

En fin, que lo mejor de todo para este australiano es que su medalla es absolutamente lícita y que cuenta en las estadística del mismo modo que las que gana, por ejemplo, Usain Bolt. Al final la gente recordará más el éxito y no tanto la forma, es como ocurre en los partidos de fútbol que si uno gana o pierde injustamente, al final se olvida si se pitó o no aquel penalty, o si el gol fue o no en fuera de juego. El mismo Bradbury, como no podía se de otro modo, reconoció que no se merecía la medalla por esa carrera sino por toda una vida deportiva plena de duro trabajo.

En fin, siempre me hincha el ánimo recordar estas historias, porque me emociono por lo que el futuro nos puede deparar. De paso, es razonable pensar que la suerte existe y la mucha suerte también, aun considerando que esta disciplina del short track da pie a muchas incidencias, pero si aquel día de febrero de 2002 yo hubiera estado en la final, en el hipotético caso de que supiera patinar, a día de hoy no está entre mis habilidades, yo habría ganado esa carrera.

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