"YOL", DE YILMAZ GÜNEY Y SERIF GÖREN

Yol (El camino), esta película turca de 1981, seguramente desconocida para el gran público, brutal en cuanto a su argumento, temática, música y fotografía, es la más clara demostración de que lo comercial no es necesariamente lo mejor. Una dirección y un montaje impecables nos permiten acceder a un cine diferente, que te deja abierta la puerta a muchas otras producciones que merecen la pena ser vistas y que los circuitos tradicionales te impiden que alcances. También me llena de esperanza, la esperanza de que existe, escondido por ahí, mucho cine que tengo que ver y que me puede dejar sin aliento, como esta película.

En realidad Yol es el camino de regreso de cinco presos comunes en un permiso de una semana hacia sus orígenes; la aparente alegría no es más que una engañosa mueca, un truco de chistera que nos hace adentrarnos a nosotros y a sus personajes en un aventura de retorno que se convierte en una auténtica penuria, en una prolongación de su cautiverio. Ahí fuera les espera una realidad más dura que la propia cárcel, en esa vuelta a la vida habrán de redimirse, tendrán que solucionar los problemas acumulados de varios años de ausencia en apenas unos días.

Yol nos introduce en la Turquía de los años 80, pero además en la más tradicional, en la de los pueblos recónditos, las tradiciones ancestrales, las penosas condiciones de vida... Por momentos la película parece un documental, hace un repaso geográfico del país, de sus gentes y sus costumbres, y va intercalando la historia de los cinco presos que en su camino físico y mental a sus casas.

A uno de ellos, el más alegre y el que menos problemas tiene en apariencia, recibirá su castigo inmediatamente, perdiendo su salvoconducto y quedando retenido en un calabozo pocas horas después de salir de la prisión.

Otro habrá de enfrentarse con las tradiciones, con un matrimonio preparado a medida, con una relación vigilada, donde su margen de maniobra es mínimo; él tratará de ir más allá, liberándose por otras vías ajenas a la tradición, y expresando con severo gesto las normas de una relación tradicional turca.

Pasan ligeramente de soslayo estas dos historias, mientras se intercalan las tres restantes, y cada una de ellas tiene a cual más impacto y más minutos en la película, y efectivamente el curso de las historias va aumentando de interés y de tensión; todas las tramas van creciendo hasta explotar en el desenlace. El final, los finales, son duros, pura adrenalina, el margen para la condescendencia es mínimo.

La tercera historia en interés es la de un vital kurdo que acude a su pueblo en la frontera con Iraq, donde las rencillas bélicas entre esta minoría étnica y la propia Turquía nos adentran en un escenario convulso, pero también en unas gentes que viven en un escenario de terror, desalentador; niños que llevan escrito el miedo en sus ojos, mayores que callan a gritos, casas toscas, rostros toscos. Al personaje de esta historia le llega el permiso coincidiendo con un momento de recrudecimiento de las hostilidades en el que parte de su familia es protagonista, él es un protagonista pasivo y sólo puede tomar decisiones a posteriori.

Por lo que respecta a Mehmet, acude al suburbio en el que viven su mujer y sus dos hijos, a este sí que le espera su auténtica pena. Debe pagar el hecho de que abandonara y dejara tirado a su cuñado moribundo en un robo (por eso está en la cárcel) y que se largara sin ayudarlo, como si de un vulgar perro se tratara; aunque durante mucho tiempo manifestó por miedo que él no tuvo culpa, ahora vuelve con la verdad. Su familia política no le perdonará eso, aceptará a regañadientes que se lleve a los suyos (no tiene intención de volver a la cárcel tras el permiso), no sin antes recibir la reprimenda física y moral de los que les dan definitivamente la espalda. No obstante, en el viaje de regreso hacia una nueva vida, recibirá una desagradable sorpresa, no toda la familia política ha quedado en paz.

No obstante, cualquiera que vea esta magnífica cinta coincidirá en que la historia más potente es la de Seyit, un sobrecogedor «camino» en el que el protagonista tendrá que superar un valle nevado, en unas condiciones durísimas para llegar a la remota aldea donde se encuentran su hijo y su mujer. Esta última ha sido repudiada por su propia familia por haberse metido a prostituta y lleva ocho meses encadenada a base de pan y agua. Los familiares de la mujer esperan y desean que Seyit haga la justicia que ella se merece y que han dilatado hasta su vuelta, pero él decide en una visible lucha interna llevársela consigo y a su hijo. No obstante, la vuelta por los campos nevados será un obstáculo imposible para la esposa, sin fuerzas y mal abrigada. Seyit tendrá un último acceso de perdón y tratará de evitar que muera, llevándola en sus propios hombros. Las escenas que nos muestran estos pasajes son implacables, no dejan lugar a la indiferencia.

Hay que destacar, en la intrahistoria de esta película que su guionista y director principal Yilmaz Güney, un kurdo comunista, estaba en la cárcel al inicio del rodaje, consigue escapar y rodará desde la distancia, entre París y Suiza. Por supuesto, tampoco hay que quitarle mérito a su lugarteniente Serif Gören que supo plasmar las indicaciones de Güney y realizar un trabajo fastuoso a pie de cámara. Parece ser que Güney tomó prestadas las historias de lo que le contaron algunos de sus compañeros de prisión; en principio, iban a ser once narraciones, pero luego se redujeron a seis, y finalmente a cinco, es decir, casi podemos decir que está basada en hechos reales, lo cual conmueve aún más.

Por otro lado, tampoco hay que desdeñar las dificultades que seguro que atravesaría el rodaje de la película; no en vano en la misma se muestra una crítica (no es velada es nítida) al régimen represor de la Turquía de inicios de los 80, a un país anclado en tradiciones ancestrales, donde tal vez la representación más palpable es el tratamiento de la mujer como un ser completamente sometido al hombre, sin decisión, sin futuro, un auténtico cero a la izquierda.

Esta producción obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1982, no es casual. Invito a todo el que llegue a este punto que se interne en Yol y que haga los diferentes caminos que los directores nos invitan a recorrer, se encontrará ante un trabajo bello, con personajes reales, con rostros custridos, con sentimientos que parece que van a sobresalir de la pantalla, y una música (de Sebastian Argol Kendal), delicadamente situada en cada pasaje sensible de esta obra maestra del cine.

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