JUGANDO A LAS CHAPAS EN LA CALLE

Cada vez que voy últimamente a la Feria de San Agustín de Linares, que se celebra en los últimos días de agosto, disfruto mucho porque la cojo con ganas ya que voy un solo día, pero también me transporto a mi niñez cuando convivir con estas Fiestas formaba parte de la esencia de mi barrio (que estaba y está muy cerca del recinto ferial) y todos los niños salíamos cada día en busca de una nueva aventura. Tengo montones de vivencias que jalonan aquellos especiales días feriados que nos sacaban de la rutina barrial.

Y recuerdo con añoranza que una vez que terminaba la Feria y en esas semanas previas que transcurrían hasta el inicio del curso escolar (que ahora con buen criterio se han reducido para empezar antes), rescatábamos los platillos o chapas de refrescos y cervezas que la gente degustaba en los chiringuitos y que los niños rebuscábamos en el suelo, en las mesas o barras, para jugar en la calle a diversos juegos, el principal era “el del hoyo”.

Quiero significar que, en realidad, allí en Linares le llamábamos platillos y no chapas; “vamos a jugar a los platillos” era la expresión propia para iniciar una divertida mañana de habilidad y riesgo. A todos esos platillos, dependiendo de la rareza se le daban una serie de puntos que más o menos todos sabíamos mediante un código no escrito, por ejemplo, el platillo de Royal Crown valía diez, y la unidad era la corriente chapa de El Alcázar o de Mahou.

Hay multitud de juegos que se pueden desarrollar en la calle con las chapas, pero el que más se jugaba en mi barrio y más me gustaba a mí era, como ya he comentado, el del hoyo. Buscábamos pues en los recovecos de las calles de nuestro barrio o en algún descampado cercano, ese hoyo, ese agujero, con las dimensiones adecuadas para meter en él un buen puñado de platillos, y si no era suficientemente amplio pues lo agrandábamos, alguno le cogía prestada una herramienta a su padre y trabajaba el hueco para adaptarlo a nuestras necesidades.

El juego era de habilidad y con sus diferentes variantes y especificidades reglamentarias que ya no recuerdo, básicamente consistía en lanzar los platillos desde diferentes distancias y utilizar el menor número de lanzamientos para conseguir el objetivo. Cuando la distancia era corta se lanzaba el puñado de platillos todos a la vez, era célebre por aquel entonces una expresión que decía “¿querías con mota?”, que venía a significar que las habías metido todas como si fueran un todo, y no habían abandonado su forma, ni se habían atrevido a salir del agujero lo más mínimo. No recuerdo que yo fuera un especialista en estas artes, pero si creo que la mayor satisfacción era conseguir algún acierto desde una distancia muy lejana, logro nada sencillo pues había que jugar con los desniveles del terreno, que botara en el suelo la chapa, ya que lanzar desde cierta distancia directamente al agujero implicaba que con toda seguridad rebotara y se saliera, por eso había que usar una estrategia indirecta.

La salsa de este juego, en el que se denotaba un cierto afán coleccionista por parte de los que allí nos congregábamos, era que apareciera alguno que había estado de vacaciones por ahí y trajera platillos raros, ¿cómo puntuábamos esos especímenes? A mi hermano y a mí nos ocurrió que bien pequeños fuimos de vacaciones a Almería (en un viaje por carreteras desiertas y que duró no menos de cuatro horas) y nos trajimos una bolsa llena, íbamos a ser la envidia de la calle, porque jamás se habían visto chapas de “Cervezas El Azor” o “Leche Colecor”.

Vino también un verano al barrio un chaval alemán de padres españoles con un fuerte acento que decía ser de la ciudad del equipo de fútbol del Schalke 04 (donde terminó Raúl jugando), después averiguaría que la ciudad era Gelsenkirchen y que tal vez por lo largo y complicado de pronunciar el niño eludió señalar. El caso es que inundó el barrio con chapas absolutamente exóticas.

Jamás y digo jamás, he vuelto a ver jugar a nadie en las calles a este juego desde que yo abandoné mi niñez y las calles de mi barrio. Mi barrio sigue allí y cuando voy, que lo hago con habitualidad, puedo rememorar perfectamente aquellos espacios donde pasábamos horas divertidísimas. Hoy por la presión de la televisión, ordenadores y móviles, la calle como espacio de juego ha quedado en un segundo plano.

Cuando nos cansábamos del hoyo, generalmente cuando el sol nos daba de lleno, buscábamos una zona bien resguardada en la que hubiera una pared y enfrente una distancia suficiente con objeto de jugar a lanzar los platillos contra dicha pared y el que más se acercara se llevaba los de todos los demás. Por supuesto, jugábamos con nuestros soldados más vulgares, nadie se atrevería a disputar una chapa de “Cerveza Henninger”.

Había y hay otros juegos que se pueden hacer con platillos, uno muy divertido es el de hacer un circuito con curvas, trampas y atajos, para hacer carreras y golpear desde la salida con el dedo a las chapas, con un toque para cada jugador en su turno. En mi barrio éramos inflexibles y el que se se salía volvía al principio, no había piedad, sólo cuando venía algún pequeño, con escasa destreza, le permitíamos por ser “cascarón de huevo” que si se salía no tuviera que empezar de nuevo. En cuanto a los circuitos había algunos chavales que construían verdaderas maravillas, llenas de revueltas, trampas y unos atajos que sí, que te llevaban de manera más rápida a la meta pero eran estrechísimos o el terreno estaba descarnado, lleno piedras y agujeros.

Sé que se puede hacer un partido de fútbol con chapas, aunque en mi barrio se usaban tapones de plástico que eran más manejables, de hecho, había promociones de las empresas de cerveza o refrescos que sabiendo la afición de la gente menuda, sacaban en verano chapas con fotografías de futbolista en la parte interior, y hablo en pasado porque hace ya muchos años que esta estrategia comercial no se ha repetido. El juego era bien simple, se ponía una bolita de papel en el centro, cada jugador disponía su equipo como quería, y en cada turno uno lanzaba una o dos veces. Nunca me gustó demasiado este juego, pues era un partido de fútbol bastante irreal, sin dinamismo, con defensas y portero con menos cintura que la rueda de un tractor, y donde de momentos nos cansábamos porque parecía un aburrimiento.

En fin, se trata de un breve repaso a juegos que emocionaron a generaciones pretéritas como la mía, cuando necesitábamos divertirnos sin nada que tuviera que obligar a rascarnos el bolsillo y, por consiguiente, a pedírselo a nuestros padres. Tristemente esto nunca volverá.

Comentarios

JOSÉ ROMERO MARTÍN ha dicho que…
Es cierto Pedo Manuel, ya no se juega en las calles como antes. La creatividad de los juegos de calle es totalmente nula. Aquí en Bailén a las chapas les llamábamos "platicos" y al igual que tu en Linares, en Bailén, cuando terminaban las Fiestas, nos dedicábamos a buscarlos por todos sitios. Menudos bolsillones de platicos teníamos. Recuerdo que nosotros jugábamos con ellos al tejo: se trataba de ponerlos en filas contra un bordillo y menudos tejazos les arreábamos, como con los libretes, los cartoncillos de las cajas de cerillas. El que tenía la suerte de poseer una "fichica" era el rey; esta chapa tan especial era muy ligera y sin bordes puntiagudos ondulados en su contorno. Quiero recordar que venían en las botellas de agua de aquellos tiempos. En fin, me has recordado mis tiempos de infancia cuando la inocencia se perdía a base de sorpresas inimaginadas. Saludos amigo.