"LA SEMILLA DEL DIABLO", DE ROMAN POLANSKI

Puedo decir que es una de las películas que más me ha envuelto en los últimos meses, de estas que tienen un inicio un tanto cándido e inocente, pero que poco a poco va tejiendo una densa tela de araña que te obliga a avanzar más y más hasta buscar el desenlace.

Es sorprendente ya que se trata de un guión muy atrevido (no es original, proviene de una novela de Ira Levin) para desarrollarlo en 1968 por el genial cineasta, y controvertido a la postre, Roman Polanski, director francés de origen polaco. A lo largo de algo más de dos horas, Polanski creará un ambiente onírico, una atmósfera de misterio, de alegorías, de dobles sentidos, donde todas las escenas desde el principio hasta el final tienen su porqué, no hay ni un solo momento en el que puedas pensar que tal diálogo es gratuito o que tal pasaje sobra.

Los Woodhose, una joven pareja, deciden instalarse en un antiguo pero elegante edificio de pisos del centro de Nueva York; aun alertados de que a lo largo de la historia han ocurrido acontecimientos extraños entre sus muros, acondicionan su hogar de manera muy acogedora.

Sus vecinos, los ancianos señor y señora Castevet, simpáticos y encantadores, comenzarán a entrometerse en sus vidas, al principio de manera soslayada y finalmente parecen controlarlo todo, como si fueran unos segundos padres. Este control se traduce en que comienzan a ocurrir acontecimientos extraños en el seno de la joven pareja. Al hombre, un actor de anuncios televisivos, todo le empezará a ir sobre ruedas en detrimento de su competidor principal que sufre una repentina ceguera. La chica, Rosemary (grandiosa interpretación de Mia Farrow) no lo pasará tan bien, conseguirá el objetivo de la pareja, sí, concebir un nuevo hijo, pero en medio de muchos dolores y sueños tremendamente icónicos. A la par, también fallecerá su mejor amigo Hutch de forma sorpresiva, su antiguo casero, justo después de haberle advertido de los antecedentes de brujería en la familia del señor Castevet.

Los vecinos seguirán influyendo en la pareja y, sobre todo en ella, surtiéndola de alimentos nutritivos y toda una serie de brebajes de aparente origen natural. De hecho, en la película se presenta un componente siniestro: la raíz de tanis. A Rosemary le regalarán a modo de amuleto una esfera con dicha raíz, la cual despide un olor ligeramente nauseabundo. Esa raíz parece ser también la base de la dieta que los viejos administran a la chica, la cual obedece a rajatabla las indicaciones del doctor Sapirstein que sigue las evoluciones de su embarazo.

Una fiesta en casa de los Woodhouse será el punto de inflexión para Rosemary que, aconsejada por sus amigas, entiende que hay un complot contra ella y que no es de recibo que sufra dolores tan fuertes en su embarazo; complot en el que estarían implicados su marido, los Castevet, parte del vecindario y hasta su doctor; de hecho, en cuanto deja de tomar los bebercios que le suministran encuentra notable mejoría.

En esa progresión de acontecimientos, Rosemary decidirá romper con todos y acudir a otro médico, al que cuenta todas sus averiguaciones, incluyendo la convicción de que el ser que lleva dentro no es completamente humano, todas ellas contadas del tirón y en una chica que parece estar fuera de sí, todo parece muy rocambolesco. Ahí surgirá la duda en el espectador, este nuevo doctor le dará un calmante, sumirá en un sueño ligero a Rosemary, y cuando despierta se encontrará con su marido y el viejo doctor Sapirstein que la conminarán para volver a casa, pues se da a entender que la chica ha montado su propia historia, fruto de sus propias alucinaciones. Ella no se resiste y continuará intentando librarse de ellos, de sus enemigos.

Y no cuento más, el final de la película es el desenlace al enigma, ¿están todos en contra de Rosemary y han hecho que lleve dentro de sí al hijo del demonio?, o efectivamente, ¿Rosemary se ha montado un entramado de fantasías sin base alguna, fruto de que está enajenada y es una paranoica? Sea cual fuere el final, ese desenlace merece las dos horas de entretenida espera.

Mia Farrow en el papel de Rosemary está excepcional, y también debo decirlo, guapísima; con esa mezcla de niña que no ha roto un plato en su vida, enfermiza y medio ida. Tampoco se queda corto el matrimonio Castevet, que le da a la película un aire enternecedor en medio de una atmósfera que siempre está enrarecida.

Por cierto que, tal vez, lo que no me ha terminado de gustar es este título que se eligió para España, y es debido al reiterado y eterno empeño de las distribuidoras de nuestro país por cambiar los nombres de las películas para ¿hacerlas más atractivas? Yo siempre apostaría por la traducción literal del título original, que fue Rosemary’s Baby o El bebé de Rosemary para Hispanoamérica.

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