MANOLO MARTÍNEZ Y LA MEDALLA OLÍMPICA QUE UN TRAMPOSO LE HABÍA ROBADO


La medalla de oro fue para el ucraniano Bilonog, pero con los años se descubrió que se había dopado. La medalla de bronce llega en justicia casi una década después.La noticia llevaba unos meses rondando las mesas de redacción de diferentes medios de comunicación, especialmente de los deportivos: Manolo Martínez, nuestro lanzador de peso ya retirado, grandísimo capitán de la selección española de atletismo, iba a ser declarado como medallista de bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, toda vez que al vencedor de la prueba, el ucraniano Yuri Bilonog, le habían descubierto sustancias dopantes en una muestra de orina tomada con ocasión de aquel evento. Hay que decir que los controles se pasan en las competiciones pero luego se guardan muestras, se congelan, y son analizadas años después cuando se han logrado avances en la detección de sustancias se vuelve a analizar la orina; y es que los tramposos van siempre por delante de los que los vigilan.

Sensaciones encontradas son las que se me vienen a la cabeza; desde luego alegría por ver al gran Manolo Martínez premiado, aunque con notable retraso, con el galardón más preciado que desea un atleta profesional en su carrera, la obtención de una medalla olímpica. Lo peor, sin duda, es ese retraso, es el hecho de que aunque la historia ya lo ponga en un sitio preeminente, el impacto social, deportivo y mediático no puede ser el mismo que si la medalla la hubiera recibido en su momento.

Estoy convencidísimo de que Manolo Martínez estará muy contento, pero también imagino que en su fuero interno lamentará la trampa del ucraniano que fue el que le privó de subir físicamente al cajón en Atenas, de recibir la atención de los focos y de las cámaras y del merecido homenaje que hubiera obtenido en su vuelta a España, algo que con la distancia temporal queda bastante atemperado.

Manolo Martínez que, por cierto, para romper con mitos de que los lanzadores son un poco borricotes, él siempre se ha caracterizado por expresarse muy bien, ser un tipo leído y culto, escultor y hasta actor.  

Y es lamentable que el deporte nos depare estas sorpresas, agradables por otra parte, pero que siempre te dejan con una sensación rara. A uno que es muy seguidor del deporte en general, y no precisamente del fútbol al que lo tengo en un segundo plano desde hace años, le lleva a plantearse la cuestión de cuánto de lo que estamos presenciando es cierto o va a tener validez en unos años. O lo que es lo mismo, ¿cuántos de los deportistas que hoy están recibiendo una medalla serán mañana castigados y despojados de sus galardones por descubrirse el engaño del dopaje?

Hace ya varios años que dejé de seguir el ciclismo de forma regular, los mentirosos Pantani, Landis, Bjarne Riis…, me dieron razones suficientes para que mi pasión por este deporte falleciera; ahora apenas veo alguna etapa de alta montaña de las grandes vueltas y alguna clásica si me pilla.

Es que no puede haber algo más ruin en el deporte que valerte de medios artificiales e ilegales para obtener triunfos, reconocimiento y dinero. Es un engaño hacia los aficionados y en el mismo escalón, es un engaño hacia tus compañeros competidores; es como, si de algún modo, en una carrera de 100 metros lisos, el mentiroso saliera unos metros delante de ti. Es tremendo, es algo que debiera ser delictivo, tendría que haber medidas de extremada dureza para los que engañan, incluso la cárcel, como estrategia coercitiva para evitar que la gente utilizara estas argucias. Porque a día de hoy, uno no tiene la clarividencia de saber si en una competición todos los que concurren lo hacen en igualdad de condiciones. Es sin duda, un evidente caso de corrupción deportiva que, como digo, debiera perseguirse y castigarse de forma más contundente de lo que se hace en la actualidad.

Para un amante del deporte como me considero los casos de dopaje en tantos y tantos deportes (ciclismo, atletismo, halterofilia, esgrima, remo, tiro, natación…) te desalientan, porque ese deportista con el que hoy vibras, al que ensalzas, es posible que te esté engañando y terminas dándote cuenta de que le has dedicado un tiempo de reconocimiento y homenaje a la persona equivocada, y aquella otra persona en la que no reparaste, ni animaste, ni enalteciste, esa es la que merece tu aprecio; pero ya ha pasado el tiempo y no es lo mismo.

No es lo mismo, pero tendría que serlo, no podemos cambiar el pasado pero sí podemos rectificar en el presente; los medios de comunicación tendrían que dedicar espacios más amplios a poner en su lugar a los deportistas legales, esos que se tiran muchas horas de entrenamiento, de gimnasio, de pista, de piscina, luchando con los límites de su propio cuerpo (sin ayudas externas) para conseguir sus éxitos.

Desde mi pequeña parcela intento estar atento a los engaños para defenestrar a los malos de la película y poner en su lugar a los buenos. Hago un ejercicio mental de admirar más si cabe a los buenos, en este caso, a Manolo Martínez, al que siempre he seguido y animado, y ahora lo admiro más aunque ya no esté derramando su garra por las pistas, ahora lo hace como entrenador. Para los medios de comunicación, la parte que les corresponde, es decir, más páginas y más minutos para hablar de la noticia y, si cabe, alguna entrevista. Y lo que es muy importante, para las instituciones deportivas, en este caso el Comité Olímpico Internacional, siendo los Juegos Olímpicos el mayor acontecimiento deportivo del orbe, y al estar a la orden del día estas trampas, sería más que conveniente que cada año o cada dos años hicieran una ceremonia en Lausana para reasignar las medallas, que los deportistas tuvieran su minuto de gloria y escucharan su himno y pudieran ver su bandera ondeando en algún recinto a modo de resarcimiento por lo que justamente debieran haber conseguido hace años.

En este sentido, la trampa no es sólo haberse llevado una medalla que no le pertenece al mentiroso, pues se le quita y se le da a quien corresponde, eso se puede enmendar; pero en el caso que nos ocupa, Bilonog tras la consecución del oro, tendría un plus de motivación, posiblemente algún dinero extra por algún contrato de publicidad o por un mayor apoyo de sus patrocinios, y con toda seguridad habría conseguido asistir a más meeting atléticos por su renovado caché. Es evidente que todo esto es algo a lo que se le privó en cierta medida a Manolo Martínez, que si hubiera conseguido la medalla de bronce en ese momento, pues su vida deportiva a buen seguro que habría sufrido un cambio, podría haber reordenado sus entrenamientos, le habrían llamado para más eventos atléticos, podría haber conseguido tener una cuenta corriente más amplia por publicidad, patrocinios, etc. La medalla se podrá devolver pero todo lo anterior nadie lo podrá reparar.

Y como no podría ser de otro modo y para dar el cumplido homenaje, habría que hablar de la propia competición, la que definitivamente lo encumbró con una medalla en unos Juegos Olímpicos, y la que yo pude seguir en directo por televisión. Hay que decir que aprovechando que los Juegos se celebraban en Atenas, la organización tuvo a bien dotar de un aire mítico a esta prueba de peso, trasladándola de su escenario habitual del estadio olímpico a las ruinas de Olimpia, donde hacía varios siglos se iniciara esta fiesta deportiva que luego en su versión moderna recuperaría el Barón de Coubertain. Así que prepararon un círculo de lanzamiento con las mismas características que el de la pista y el público asistente llenó las gradas de aquel escenario histórico.

Las marcas, en general, no fueron buenas, creo que en parte porque ya se estaban fortaleciendo los controles antidopaje y porque el escenario al aire libre como el de un estadio convencional no estaba cerrado por sus laterales y eso hacía que los lanzadores estuvieran más sometidos a las brisas, algo tan mínimo puede influir notablemente en un lanzamiento donde hay que hacer un ejercicio mecánico perfecto en apenas un segundo con diversas fases y cualquier detalle puede alterar la ejecución.

Pues bien, Manolo al que le había costado lograr la calificación el día anterior, se vio que estaba llamado para la ocasión, pues en su primer lanzamiento se fue a 20,70 m., colocándose provisionalmente en tercer lugar. La lucha estaba por arriba centrada en el mentiroso Bilonog (21,15) y el estadounidense Adam Nelson (21,16). El americano hizo ese primer lanzamiento bueno y las crónicas y yo también lo recuerdo así, hablan de que tal vez iba de sobrado y se dedicó a desperdiciar lanzamiento tras lanzamiento; de hecho, Bilonog consiguió 21,16 en su último intento, y Nelson que estaba haciendo nulos bastante más largos volvió a intentar superar la marca de su contrincante, haciendo un nulo (un lanzamiento válido por cinco nulos) que de haber sido válido le hubiera otorgado directamente la medalla de oro, protestó amargamente sin razón y se quedó con la plata.

Manolo perdería en esa cita la medalla con el tercer lanzamiento del danés Joachim Olsen que se fue a 21,07. Reaccionaría el bravo leonés para hacer 20,78 en el cuarto y 20,84 en el quinto, insuficientes para acceder a los metales. Dicen que el último de Manolo es el mejor y cualquier cosa podía ocurrir, porque estaba a nada de cualquier medalla, a 23 cm. del bronce, pero a 32 del oro. Su último lanzamiento sería nulo. Nuestro lanzador se dirigió posteriormente a la prensa triste y lamentándose de que había desperdiciado ese último lanzamiento y desde luego la oportunidad, como jamás la tuvo ya, de haber sido Campeón Olímpico.

Esa es la injusticia de la historia, los medios desplazados allí dedicaron titulares a Manolo como estos: “Otra medalla de chocolate para Manolo Martínez”, pues atesoraba ya varios cuartos puestos en grandes competiciones; “El peso de Manolo Martínez sólo llegó al cuarto puesto”; o “España de espalda a las medallas”, haciendo alusión a que habíamos empezado en la primera semana de los Juegos con poco bagaje de metales.

Para hacer más épica y trascendente la historia de aquella final olímpica, hay que decir que existen dos técnicas de ejecución del lanzamiento de peso: 1. El rectilíneo en el que el lanzador está de espaldas en el otro extremo del círculo a la base de lanzamiento delimitada por un pequeño bordillo, gira 180 grados y lanza. Es el lanzamiento tradicional el que realizaban los lanzadores en la Antigua Grecia. 2. El rotatorio en el que el lanzador también está de espaldas pero da un giro completo y medio, al igual que se realiza en el lanzamiento de disco. Teóricamente este podría ser más explosivo porque acumula más velocidad de partida pero suele generar más nulos pues luego hay que parar este movimiento en el bordillo y no es fácil para hombres y mujeres que pesan en su mayoría más de 100 kg.

Pues bien, vistas estas dos técnicas, en aquel escenario histórico de las ruinas de Olimpia, donde los atletas venidos de muchos lugares hacían sus pinitos hace varios siglos, el lanzador que verdaderamente rindió tributo a la historia fue Manolo Martínez, que durante la mayor parte de su carrera usó la técnica rectilínea salvo algún momento puntual en que cambió pero no le fue bien. Los medallas de oro y plata, Nelson y Olsen utilizaban la técnica rotatoria.

En fin, al parecer en las ruinas de Olimpia hay una inscripción que le viene pintiparada al bueno de Manolo Martínez, Supermán Martínez, los atletas compiten "por vivir en la memoria de los hombres"; así que tengamos en el escalafón que le corresponde a este grandísimo atleta y no olvidemos la gesta que realizó aquel 19 de agosto de 2004.

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