"TEZA", DE HAILE GERIMA

Pues hace unas semanas murió el primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi, y eso no es moco de pavo para un país con una historia siempre convulsa y llena de inestabilidades políticas. Se masca la tensión, me dicen desde aquel país ya de mi corazón, y habrá que esperar acontecimientos. Precisamente Zenawi fue el que derrocó al que fuera el hombre fuerte en Etiopía desde 1974 hasta 1991, Mengistu Haile Mariam. Una buena imagen de lo que fue el régimen marxista-leninista de Mengistu se ve reflejada en esta película “Teza”, una producción etíope de 2008, que tenía guardada en mi zurrón para visionar en cuanto tuviera un hueco.

“Teza”, que podríamos traducir como “Rocío”, cuenta la historia de un joven etíope, Anberber, que estudia medicina en Alemania, y vuelve a su país emocionado con la llegada del nuevo régimen comunista que había desbancado al anterior régimen feudal del emperador Haile Selassie. Sin embargo, Anberber, socialista convencido en el exilio, se verá obligado a volver a Alemania pues sus ideas políticas y sus investigaciones en el laboratorio de un hospital en Addis Abeba, chocan con el nuevo régimen que ataca a los intelectuales que no comulguen con sus ideas. En un momento posterior regresará nuevamente a Etiopía, a su pueblo Gorgora, en el norte del país, a orillas del gran lago Tana y allí iniciará una nueva vida, y asistirá a la caída del régimen comunista alienador y represor de Mengistu.

Tiene varias lecturas esta historia perfectamente narrada por su director Haile Gerima, por una parte, contiene el perfil histórico-político que nos lleva a una profunda reflexión, pues se demuestra que en las ideas políticas entre la teoría y la práctica existe un profundo abismo, y Anberber se verá abocado a renegar de un régimen con el que tanto soñó y de unas ideas que en la realidad distaban mucho de lo que él hubiera anhelado.

En la vertiente personal, Anberber es un joven ilusionado con hacer más grande Etiopía, por eso se marcha a estudiar fuera, también asqueado por el deterioro que estaba causando en su país el emperador Haile Selassie (bien visto por la comunidad internacional, pero una especie de Franco para los etíopes). Su historia es la del desencuentro y la desubicación, extranjero en Alemania, por su raza, y extranjero también en su país, en un primer momento por pensar diferente, después cuando vuelve a Gorgora, por ser un occidental en su propia casa. En Gorgora finalmente encontrará la paz, no con pocos esfuerzos, uniéndose a una muchacha que también estaba siendo maltratada y humillada por su comunidad.

Especialmente intenso es el período, a mediados de los 70, en que llega a Addis Abeba, y se enfrenta al régimen de Mengistu, también llamado el Negus rojo, líder del Consejo Administrativo Militar Provisional, más conocido por la transliteración de la primera palabra en amárico de su primer nombre, Derg o Dergue, y que impondría una política del miedo, con una base similar a la China de Mao, de persecución de los intelectuales para propugnar una revolución en el campesinado. Anberber, en este sentido, asistirá a una auténtica persecución, sustentada en la eliminación o aniquilación del que opina diferente, y encabeza por cualquiera que tuviera un arma encima y que comulgara con el régimen; realmente los juicios sumarísimos se sucedían y él tuvo que asistir a alguno, especialmente al de su mejor amigo Tesfaye, que también estudió con él en Alemania.

Sin más salida que la de pedir perdón al régimen, a regañadientes, pues no quiere contribuir a que los políticos se aprovechen de él, único salvoconducto para mantenerse con vida, consigue que lo manden de nuevo a Alemania; allí cuenta cómo sufrió una agresión racista, y más de una década después volverá a su casa a Gorgora, donde atormentadamente dará un repaso a todo lo que fue su vida. En Gorgora también presenciará los últimos coletazos del régimen de Mengistu, que seguía empeñado en reclutar a jóvenes para su causa, pero llegarán noticias de que un movimiento revolucionario con Meles Zenawi al frente, también de ideología socialista pero con otro talante, liquidará el anterior régimen opresor.

Este es un punto interesante de la narración, pues la historia se cuenta en el presente y va haciendo varios flashback: su primera época en Alemania, su llegada a Addis y su vuelta a Alemania; mientras que la narración presente sí mantiene su orden cronológico.

Pese a esos saltos, que a veces a algunos aficionados al cine, pueden molestar porque trastorna el hilo discursivo, aquí no hay dudas, la historia, como decía al principio se sigue con facilidad nítida. Haile Gerima cuenta una historia redonda, casi sin fisuras, en un relato de algo más de dos horas que se pasan volando.

Gerima es probablemente el director etíope más conocido, reside en Estados Unidos, y sus películas son bastante aclamadas, con esta ha conseguido numerosos premios, tal vez el más importante el Premio Especial del Jurado del Festival de Venecia de 2008.

Con todo esto, ya sabemos lo que es el cine africano, prácticamente desconocido para la inmensa mayoría de los occidentales y esta producción jamás la podremos disfrutar en los circuitos comerciales. De ahí que la califique de “rareza” en mis etiquetas.

Por otro lado, tampoco he conseguido verla en español, todo lo más que he podido hallar ha sido una copia doblada al italiano, y los subtítulos los he pillado en francés, pero se sigue bien, sin perder ni un gramo de su esencia.

A todo esto y para terminar, estamos ante una producción bien dotada económicamente, con una magnífica ambientación y que, además, nos transporta a Etiopía, ese bellísimo país, lleno de fuerza y de vida. Increíbles paisajes con un sol infinito, planicies de un amarillo vivísimo, un lago Tana eterno y ensoñador, hogueras en las que ves tu propia cara, gente que habla con sus ojos. Un trabajo de fotografía impresionante a cargo del italiano Mario Masini.

De paso y con la vigencia que tiene la muerte de Zenawi y el nuevo escenario al que debe enfrentarse la nación etíope, en esta producción se concentra un buen testimonio de la Etiopía contemporánea, la Etiopía marxista-leninista de Mengistu que estuvo en el poder entre 1974 y 1991. Estaremos al tanto del rumbo que toma el país, que probablemente sea ninguno, pues como me contaban en mi estancia en Etiopía, la teórica democracia existente es puramente formal, sólo en el papel, sólo de puertas para afuera, una democracia vigilada podríamos calificarla, no en vano su partido, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope, era y es el mayoritario y único legal en aquel país.

La dedicatoria final de la película resume con bastante franqueza su espíritu: “…a todos los negros, golpeados y asesinados simplemente por ser negros, y a los muchos jóvenes etíope asesinados para lograr un cambio real en Etiopía”.

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