BEAMON EL MITO, POWELL EL TAPADO, LEWIS LA ESTRELLA. HISTORIA RECIENTE DEL SALTO DE LONGITUD

Cuando hablamos de la historia del salto de longitud, a la gran mayoría de los aficionados al atletismo se nos vendrá a la memoria el mítico salto de 8'90 m. de Bob Beamon en los Juegos Olímpicos de México 1968. Aquel día ese espigado saltador estadounidense de raza negra hacía una carrera impecable, un salto perfecto: tomar tabla, hacer la tijera, velocidad idónea, mantenimiento de la velocidad en vuelo, agrupamiento de piernas y caída, todo ello bajo unas condiciones climáticas inmejorables, con un viento favorable al límite de lo legal y en los más de 2.000 m. de altitud de la capital mexicana, que algo apoyaban una eventual suspensión en el aire y una momentánea, minúscula y pasajera ingravidez.

Cómo no vamos a acordarnos de Beamon, yo nací aquel año, y toda mi niñez y juventud de afición a este deporte estuvo marcada por este nombre y por el hecho de que parecía un récord estratosférico y que se batiría en no menos de medio siglo, de hecho se habló del “salto del siglo”. Que Bob Beamon pudiera haber batido el récord en aquel octubre de 1968 no era descabellado, hasta ese momento la plusmarca la ostentaba el soviético (hoy armenio) Igor Ter-Ovanesyan desde un año antes, con 8'35 m., y Beamon tenía una mejor marca de 8'33 m.; lo que no parecía entrar en la lógica es que el nuevo tope mundial se elevara nada menos que 55 cm. más, una verdadera proeza sólo atribuible a la conjunción de factores que permitieron que aquel salto perfecto y casi milagroso fuera calificado como de otra época, de otro siglo. De hecho, tardaron bastante y se tomaron su tiempo para medir aquel salto increíble los jueces de aquella competición, pues no tenían instrumental de medición que previera un brinco tan largo; con lo cual se garantiza que se saltó justamente 8'90 m., y jamás he escuchado ni leído que hubiera duda alguna acerca de la veracidad de esa marca.

Pero, de otra época o de otro siglo, pues va a ser que no, aunque yo siempre tuve la sensación de que sí, de aquel récord de Beamon era antiquísimo e inabordable, porque no lo vi con mis ojos, porque cuando tuve uso de razón y me aficioné a este deporte, ese récord mítico brillaba como pocos.

Una mañana de 1987, estando estudiando en Granada, me desperté con la noticia de que otro soviético y también armenio a día de hoy, Robert Emmiyan, había batido el récord de Europa con 8'86 m., y se había acercado a nada, a un par de dedos del tope establecido por Beamon.

Y con 1991 llegó el Campeonato del Mundo de Atletismo en Tokio y un atleta sobresalía por encima del resto en los tartanes de nuestro planeta, Carl Lewis, también conocido como el “Hijo del Viento”; era, sin duda, el máximo favorito para colgarse la presea dorada en la cita nipona. Por entonces Lewis estaba en la cresta de la ola, era un superatleta capaz de correr y combinar varias especialidades, los 100 m, los 200 m. y el relevo 4x100, amén del salto de longitud que es una disciplina que requiere velocidad explosiva y músculo para adquirir un buen impulso, mantenerse en el aire, además de tener una cuidada técnica.

Pues sí, Lewis era el máximo favorito y creo que todos los aficionados al atletismo pensamos que podría haber llegado la hora de que se batiera el récord vigente hasta ese momento. Hasta entonces Lewis tenía una mejor marca de 8'79 m., así como otras muchas marcas por encima del 8'50, por lo que tenía todas las papeletas para ser el digno sucesor de su compatriota Bob Beamon.

Tokio no contaba con las características de altura de Ciudad de México, pues la ciudad está a las orillas del mar, aunque hay zonas de la gran urbe nipona que se sitúan por encima de los 1.000 m., pero había otras cuestiones ambientales que si podrían favorecer las especialidades explosivas y anaeróbicas (con deuda de oxígeno) aquel 30 de agosto de 1991, y es que se avecinaba una borrasca, con lo que se reducía la densidad del aire, o lo que es lo mismo menos presión del aire, es decir, menor resistencia ambiental o aérea a la hora del vuelo, considerando que se puede permanecer en el aire durante el salto en torno a un segundo. También había una temperatura idónea, ni mucho calor ni frío, alrededor de los 28 grados por los 23 de México 23.

Lo que no parecía entrar en los cálculos de los especialistas es que el récord pudiera ser batido por otro hombre que no fuera Lewis. Y comenzó la competición con todas las miradas puestas en el “Hijo del Viento”, el primer salto fue prometedor, 8,68 m., y los demás competidores lejos, pero en el segundo salto un tal Mike Powell, el segundo saltador de Estados Unidos por marcas, se fue a unos notables 8,54 m. que podía permitir un mayor grado de emoción a la competición y que Lewis tuviera un acicate por detrás para empeñarse y motivarse aún más en su pretensión.

Y efectivamente Lewis siguió a lo suyo, con la clara intención no ya de ser Campeón del Mundo, sino de hacer historia ese día y pulverizar la marca mítica de Beamon, porque aquella parecía la jornada propicia. El segundo salto fue nulo. El tercer salto fue magistral, se fue a 8,83 m., con sólo 0'3 m/s. de viento favorable, es decir, estaba en la antesala de dejar para la historia aquel estratosférico vuelo de 1968 en México. Pero en el cuarto ya vino un extraordinario registro, ¡8'91 m.!, lamentablemente un pequeño vendaval de 2'9 m/s. de viento a favor impedirían homologar la marca como récord, aunque no quitaba que ese tope lo encaramara a una distancia insalvable de sus competidores, es decir, era marca válida en la competición pero no se podía validar como récord.

Cuando el público estaba atento a las evoluciones de Lewis, Mike Powell afrontaba su quinto salto, dio seis pasos de aproximación y veintitrés zancadas para acercarse a la tabla sin apurarla del todo, realizar la técnica de la doble tijera, también llamada dos y medio, y volar durante 1'01 seg., para caer donde jamás nadie había caído en la faz de la Tierra en un foso de longitud. Yo lo estaba viendo por televisión y adiviné rápidamente como mucha gente, como el público, como los comentaristas, que ahí se había caído el mito del salto de Beamon. Powell explotó de alegría porque se veía larguísimo el salto, y en unos segundos se confirmó, ¡8'95 m.!; la velocidad del viento, por supuesto, era legal, sólo una brisilla de 0'3 m/s.

Habían pasado veintidós años y diez meses desde la hazaña mexicana y allí estaba Powell haciendo historia, aprovechando todo a su favor y siendo enormemente práctico, y yo lo había vivido, había soñado muchos días con estar viendo en directo ese momento.

La sorpresa era mayúscula, no porque se hubiera batido el récord, sino porque el protagonista no era Carl Lewis. A él le quedaban dos saltos y a buen seguro que apuraría sus opciones por pasar a la historia, por ser mítico, si es que no lo era y lo ha sido. En el quinto salto se iría a otros fabulosos 8´87 m., ¡con un viento en contra de 0'2 m/s.! En fin tremenda mala suerte, porque ese salto absolutamente legal se convertía en el tercer mejor salto de la historia. Es decir, de una tacada en el mismo día y en apenas unos minutos se habían producido dos de los tres saltos más largos de la historia, y que se mantienen a día de hoy.

Powell, al que podemos calificar como el tapado de la competición, encaró su último salto e hizo nulo, estaba claro que no podía con la presión, la que no tuvo en el resto de la competición y que seguro que favoreció su sensacional salto, y ya tenía bastante como para poder concentrarse en su última carrera. A Lewis sólo le quedaba un salto, todo era posible porque llevaba un concurso magnífico pero sin el fruto deseado y..., otro buenísimo salto, 8'84, insuficiente para desbancar a su compatriota.

Lewis había hecho el mejor concurso de su vida, es el mejor concurso de la historia del salto de longitud, con una media en sus cinco saltos de 8'83, pero el premio se lo llevó Mike Powell.

Sorprende el hecho de que se siga hablando de la historia del atletismo y el salto de Beamon siga siendo recurrente, y Powell no es que pasara sin pena ni gloria, pero aquella hazaña siempre se ha tenido en un segundo plano. Powell desde luego no era un tragaldabas, era un gran deportista, un gran saltador, tenía antes de Tokio una mejor marca de 8'66, había saltado alguna vez por encima de 8'70 con viento, y en sus concursos tenía bastante regularidad, sobrepasando en múltiples ocasiones los 8'40 y 8'50, así que si bien fue una sorpresa que en Tokio superara a Beamon y, por ende, a Lewis, tampoco era disparatado albergar la esperanza de que diera un brinco supremo, como así fue.

Ahora en la distancia, quizá se le pueda atribuir a Lewis mala suerte, es posible, porque hacer lo que hizo esa tarde en Tokio es de superhombres, que superara los 8'90 con viento, o que hiciera 8'87 con viento contrario no tiene otro calificativo. De hecho, en el ranking mundial de las mejores marcas de la historia, de las veinte primeras, nueve son de suyas, es decir, casi la mitad llevan su nombre.

A toro pasado se han ido analizando los saltos de Beamon, Lewis y Powell, y podemos decir que el más lento en carrera, menos altura en vuelo y menos suspensión era Beamon, por lo que hay que atribuirle a la técnica y a las condiciones externas su salto milagroso. Lewis tal vez sea el menos técnico de los tres, pues tenía que alternar sus participaciones en competiciones atléticas entre el salto y las pruebas de velocidad, y ello implicaba el que dedicara menos tiempo que los especialistas a depurar su salto, así como menos tiempo de recuperación entre pruebas; en este sentido, Lewis era el más rápido de los tres alcanzando más de 40 km/h en el momento de la batida. Powell era veloz pero no tanto como Lewis, aunque el que más altura alcanzaba en el salto (Powell, de hecho, tenía buenas marcas en salto de altura), por encima de los dos metros, asimismo se mantuvo durante 1'01 seg. en el aire en el salto del récord.

Y bueno, se habló tanto de Beamon, y aún algún periodista desempolva la historia y saca del baúl de los recuerdos aquel salto, incluso con algún detalle nuevo que parece que nunca va a tener fin. Su récord tardó en batirse, como ya he comentado más arriba veintidós años y diez meses; y lo sorprendente al respecto es que no se ha hablado tanto de Mike Powell, el que rompió el mito, cuando está ya muy cerca de superar la duración en el tiempo de su récord y, por ende, su aparente horizonte inexpugnable. En agosto de este año ya se cumplieron los veintidós años, y en el mes de julio de 2013, ya habrá superado la perduración con respecto al récord de Beamon. Tal vez no fuera el hombre que muchos hubieran deseado para tal hazaña, pero él lo hizo, él fue el que se procuró un hueco en la historia, aunque está claro que Powell suena menos que Beamon, y también suena menos que el “Hijo del Viento”. Es más, dicen los expertos que si Powell hubiera hecho su salto en altura, en Ciudad de México, ajustando tabla al máximo y con las condiciones de temperatura y densidad del aire idóneas, su brinco hubiera sido equivalente a 9'19 m.

A corto plazo no hay nadie que salte en la actualidad o esté en disposición de poner en peligro el récord de Powell, pero además ni de lejos. No en vano en la última gran competición, en los pasados Juegos Olímpicos de Londres, el concurso ha sido de los más paupérrimos de la historia, no sé a cuántas décadas habría que remontarse para ver unas marcas tan mediocres. El ganador, el británico Rutherford saltó 8'31, la plata fue del australiano Watt con 8'16 y el bronce para el estadounidense Claye con 8'12. De los doce finalistas sólo siete franquearon los ocho metros. Una pena, por cierto, que no hubiera ningún español (Cáceres y Méliz) en lo que ha sido la final olímpica más barata de la historia reciente.

Pero hablo bien cuando afirmo el “aparente horizonte inexpugnable” de esta prueba, porque el que puede batir el récord es un personaje que todavía no ha saltado, se trata del gran Usain Bolt, de quien dicen los expertos que con su explosiva velocidad, el hombre más rápido del planeta y de la historia, y algo de técnica, estaría en disposición de superar la barrera de los nueve metros, esperamos acontecimientos.

No es el récord de longitud el más longevo del programa atlético, las plusmarcas en los lanzamientos de peso, disco y martillo tienen algún año más, pero bien es cierto que los lanzamientos no son tan atractivos para el gran público como las disciplinas de saltos.

Por último, no me gustaría terminar este pequeño homenaje al salto de longitud sin recordar a un español que sonó en esta disciplina y mucho, se trata de Yago Lamela; desde muy joven tuvo una proyección prometedora, casi sin conocerlo nadie en el Mundial de pista cubierta de Maebashi de 1999, realizó un portentoso brinco de 8'56 m., pero ahí estuvo el genial cubano Iván Pedroso que siempre se solapó a la carrera de Lamela y quizá le robó protagonismo y brillantez, para alzarse con la medalla de oro con un salto seis centímetros más largo. Lamela confirmaría esa misma marca unos meses después al aire libre en Turín. Yo soñé durante tiempo con que Lamela podía hacer algo grande, de hecho, yo estuve presente, en directo en el Estadio Olímpico de Sevilla viendo los Campeonatos del Mundo de Atletismo de 1999 en Sevilla, y Lamela fue Subcampeón del Mundo, una vez más superado por Pedroso. Por desgracia, las lesiones, especialmente una dolencia en el tendón de Aquiles se cebaron con Yago, y dejó las pistas prematuramente, a día de hoy, ya veterano, podía haber seguido compitiendo y eso parece que le ha pasado alguna factura en lo personal, sufre depresión, aunque lo último que he leído es que está bastante recuperado y haciendo vida normal. Por cierto que ha sido y es el decimotercer hombre que más ha saltado de la historia. A Lamela siempre lo tuve como un ídolo y me apena que su carrera fuera tan efímera; le deseo todo lo mejor en su futuro.

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