"LA HOJA ROJA", DE MIGUEL DELIBES

Creo que el primer escritor del que me hice un incondicional fue de Miguel Delibes, seguramente porque en el Bachillerato, antes simplemente denominado el Instituto, nos hacían leer algunas de sus obras; pienso que lecturas acertadas porque la literatura de este vallisoletano fue siempre de prosa rica pero fácil a la vez y con historias sencillas, cotidianas y llenas de encanto y atractivo.

He leído mucho de Delibes, es más, pensé que en mi juventud casi lo había leído todo, aunque tampoco es que llevara un control exhaustivo. El caso es que el otro día, revisando la amplia biblioteca de mi suegro, di con este libro, “La hoja roja”, y estuve un buen rato hojeándolo para comprobar si en el pasado ya había dado yo buena cuenta de él. Me pareció que por la temática, no había tenido la oportunidad de engullirlo, así que me dispuse a revivir la experiencia de leer una novela de Delibes.

Y la experiencia volvió a ser como la de antaño, un Delibes contador de historias de la calle, que con su lenguaje llano y sus personajes del pueblo te envuelve de tal manera que quieres seguir hoja tras hoja para saber del desenlace.

“La hoja roja” no es ni más ni menos que la historia de una cuenta atrás. Antes en los librillos de papel de fumar que se utilizaban para envolver tabaco, y que ahora se están viendo nuevamente a causa de la crisis, se insertaba una hoja roja para indicar al consumidor que sólo quedaban cinco hojas. Es el símil que utiliza el protagonista don Eloy para señalar que tras su reciente jubilación, ya está en el descuento, o como diríamos ahora “le quedan tres telediarios”.

En este período del ocaso de la vida de don Eloy, que fuera funcionario de un ayuntamiento de una ciudad mediana, los estímulos diarios se van simplificando, así los paseos cotidianos con los amigos, el presenciar qué conocido va entregando la cuchara, los recuerdos del pasado y, sobre todo, una callada melancolía acerca de su familia, de sus vivencias y de todo lo que hicieron de este hombre, un buen ciudadano sin más, sin tener un gran carisma, pero trabajador abnegado y sufridor con todos los problemas que un adulto podría tener, al igual que ahora, hace sesenta años (la novela es de 1959).

El apartado familiar tal vez es el más agridulce del relato, pues don Eloy es viudo, su mujer lo dejó hace unos años, esa típica mujer a la que uno quiere pero que se mete en todo lo que importa y en lo que no. De sus dos hijos uno murió prematuramente, era demasiado apasionado, y el otro con 42 años es notario en Madrid, pero es casi como si no tuviera hijo, y eso le duele a don Eloy que tuvo que hacer un esfuerzo suplementario para que su hijo llegara adonde está.

Y a todo esto, la historia se llena de humor y chispa y también de algo de amargura con el otro personaje importante de la novela, con la Desi, una chica de pueblo de veinte años, que se ocupa de las tareas domésticas en casa de don Eloy, y que verdaderamente es la que activa su pensamiento y su obra. Y no es plana la vida de la Desi, no, tiene que lidiar con sus amigas, también empleadas del hogar, empeñadas en meterse donde no las llaman, y también tiene que barajar a El Picaza, su novio, un tipo con las manos y la boca más largas que su cabeza. Don Eloy tratará de educarla, que lea y escriba, que se culturice, que abandone su pátina rural, y a cambio la Desi, le da la alegría, las ganas de vivir, el cariño sin maldad.

Y al hilo de todo esto, esta amena lectura que tomando un poquito de tiempo cada día se lee perfectamente en una semana, no pensemos en este relato como un texto dramático, Miguel Delibes fue siempre un genio para arropar o velar una situación triste en una oportunidad para la esperanza, en un guiño para la felicidad.

Pues nada, novela con enjundia pero no para complicarnos la vida, ya está la crisis haciendo su papel para ello; libro que se lee con rapidez y nos permitirá sonreír con las andanzas de don Eloy, la Desi y otros personajes subyacentes.

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