"LLÁMAME BROOKLYN", DE EDUARDO LAGO

Tengo la insana costumbre de leer todos los libros que compro o que me regalan, pese a que puedan ser tochos infumables. Pero, no sé, tal vez lo haga por aquello de que es posible que a medida que avancen sus páginas el texto se recupere, o quizá porque no es de recibo tirar a la basura, tal y como están los precios de la literatura, una novela por penosa que sea, aunque a veces uno se lo piensa mucho. Para ser sincero, no me gusta, odio dejarme cosas a medias y esto me ha pasado aquí también.

Bien, pues algo así me ha ocurrido con este engaño que traigo hoy a escena, atraído uno por la crítica previa que la señalaba como una pedazo de novela, y los reconocimientos la avalaban, nada menos que Premio Nadal 2006, así como Premio de la Crítica de narrativa castellana y el Premio Ciudad de Barcelona.

Pero, lo siento, la he leído y es insufrible, así que o los encargados de dar los premios se cansan de novelas convencionales y buscan algo nuevo, o directamente tienen una capacidad de discernimiento superior a la mía (va a ser eso), o estaban algo fumados cuando se leyeron la novela.

Yo no he podido darle ni un aprobado raspando, lo siento, “Llámame Brooklyn” es un engendro sin pies ni cabeza. No dudo de las dotes literarias de Eduardo Lago, que se ve que domina bien el lenguaje y la prosa, pero su lectura es insufrible. Es un relato escrito para sí mismo en el que se suceden una impresionante panoplia de personajes que habría que estar apuntando en una libreta para conseguir tejer un mínimo hilo discursivo que yo no estuve dispuesto desde el principio a respaldar, tal vez porque esperaba que la novela llegara a algún sitio.

Definitivamente no llega a ningún sitio, vas pasando páginas y no pasa nada, al estilo de una telenovela de sobremesa pero sin orden cronológico. Se trata de una novela escrita en estilo vanguardista, de esas en las que se van sucediendo relatos inconexos. El autor alude a que es un escritor que está escribiendo una novela en la que se entrelazan sus pensamientos que no tienen nada que ver con el hilo principal (hilo principal bastante vago, por cierto), y que no aportan nada. Es de las pocas veces en mi vida en donde me ha saltado párrafos completos. Pero sobre todo y ante todo, la historia principal, teóricamente una historia de amor, es un pestiño, sin emoción, vacía, con escasas agarraderas para engancharse a ella.

Y ya digo, lo peor de todo es que en este relato plagado de microrrelatos inconexos, estos últimos si de por sí el discurso principal es flojo, son de órdago, irritantes hasta la saciedad, amorfos, de esos que uno se pregunta por qué habrá utilizado el autor, o es que pretende reírse de sus lectores.

He creído descubrir entre sus páginas indicios de que efectivamente este novelista va de farol: “…y ahora me dirijo a vosotros, aspirantillos a escritores, hay una ley que jamás debéis perder de vista: lo último que se puede hacer es aburrir al lector…”; yo no lo podía haber expresado mejor. O estas que no tienen desperdicio: “Escribía constantemente, pero no era capaz de imprimirle un sentido de totalidad a lo que hacía…”, y “La escritura no era fácil de seguir (…) por el lenguaje (…) solipsista, casi críptico, de una sintaxis deshilvanada, el lenguaje adelgazado de alguien que escribe para sí mismo”. Pues eso.

La historia principal, que cuesta al principio reconocer entre tantísima morralla, avanza lenta, sin recursos, sin novedades, insulsa… Y lo peor de todo es que para que ocurra lo mejor que tiene la novela, es decir, llegar al final, te tienes que tragar algo más de cuatrocientas páginas, que es chica la broma de Eduardo Lago, que se habría quedado descansando, así como los que decidieron con su premios y su crítica que esto era algo muy bueno.

Como digo, lo mejor de la novela es el final, no su final, sino el de un lector como yo o como cualquiera como yo que haya superado este trance y que acabó este bodrio; porque definitivamente es que ahora uno tendrá tiempo y espacio para leer otra novela, espero no equivocarme, y no me deshago del libro porque uno tiene respeto al trozo de árbol que tuvo que ser talado para que llegara a mis manos.

En fin, ha sido un error haber adquirido esta novela y recomiendo encarecidamente su no adquisición, para que nadie experimente esa sensación de haber perdido varias horas de su valioso tiempo.

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