LA LITERATURA DE ISABEL ALLENDE

Esta vez me voy a desmarcar de mi habitual línea discursiva en el apartado de “Libros”, pues no voy a tratar sobre uno en concreto sino sobre una obra literaria, en concreto, la de Isabel Allende.

Y no es porque no haya que hablar o analizar y mucho, acerca de todos y cada uno de sus libros, de los cuales creo que he leído la mayoría; pero me parecía dejar coja esta entrada si sólo me centraba en una parte de la obra de esta genial novelista, a la cual puedo considerar entre los cinco escritores que más me gustan.

He notado que muchos escritores consagrados, de los que tengo muy buen concepto, han ido bajando su perfil en determinados trabajos, bien porque tratan de arriesgar, bien porque las editoriales los fuerzan a escribir sea lo que sea aunque el resultado final no esté a la altura del nivel literario que se les presume, por supuesto, esto es una opinión muy personal. Me ocurrió hace años con Camilo José Cela al leer un insufrible “Cristo versus Arizona”, hace apenas un lustro con el laberíntico “Sefarad” de Antonio Muñoz Molina, y me costó Dios y ayuda terminar “El pintor de batallas” de Arturo Pérez Reverte. Estoy convencido de que no todo buen escritor puede estar siempre inspirado y aunque se tenga buena pluma, si la historia no engancha a mí no me llena.

Pero esto no me ha pasado con Isabel Allende, con una exquisita utilización del vocabulario, opino que sus obras oscilan entre las buenas y las muy buenas, sin haber caído por el momento en la mediocridad y sin dar la sensación de escribir por escribir, salga lo que salga.

Y traigo a colación a esta autora chilena (nacida circunstancialmente en Perú, pues su padre era diplomático), porque acabo de leer en muy poco espacio de tiempo, dos novelas suyas del tirón “La isla bajo el mar” e “Inés de alma mía”. Y es que lo que tiene de bueno Isabel es precisamente eso, que sus novelas te atraen, te involucran de tal manera que necesitas leerlas con avidez para no perder el hilo, dada la riqueza y vivacidad de sus personajes, y sus historias trufadas de innumerables detalles.

Fue mi buena amiga y compañera de trabajo Eva Ruiz la que me dio a conocer a Isabel Allende, de esto hará unos quince años, porque hasta ese momento confieso que no había oído hablar de ella. Me dejó sus novelas “Eva Luna” y “Cuentos de Eva Luna”, las cuelas reconozco que devoré y a partir de ahí fue un no parar, después vendrían la archiconocida “La casa de los espíritus”, o “El plan infinito”, “De amor y de sombra”..., hasta ir leyendo prácticamente todo lo que ha publicado.

Uno lee novela para transportarse mentalmente a la historia que sus autores nos quieren enseñar, evocando paisajes, imaginando personas, escenarios, acciones... Si tuviera que decantarme por la característica fundamental de la obra de esta literata es que domina la prosa con tal cabalgata de detalles que sabe llevarte a tu mente de forma vivísima su manera de pensar y de afrontar sus obras. Es como si estuvieras viendo una película en tu cabeza.

Además Isabel Allende es la versión mejorada de las características esenciales de la novela hispanoamericana del siglo XX, encarnada en su obra cumbre, bajo mi modesto entender, “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Es una literatura entre real y onírica, con gran profusión de personajes, que mezcla la religión oficial con las tradiciones y creencias espirituales de los pueblos que originariamente habitaban América o que luego los fueron poblando.

Tiene mucho de eso Isabel, en sus novelas se combina esa lucha espiritual de muchos personajes entre la vida y la muerte, el qué habrá después, aferrados a creencias oficiales pero sin darle la espalda a otras espiritualidades. Y también se denota una cierta presencia de poderes sobrenaturales en sus personajes.

Últimamente ha dado un giro más a sus novelas, así lo he apreciado yo, pues considerando sus libros de aventuras, que todos lo son, los está dotando con un esquema histórico, precisamente en los dos últimos que he leído se aprecia esto, en “La isla bajo el mar”, sobre la independencia de Haití; y en “Inés de alma mía”, en torno a la colonización de Chile.

También se caracteriza la obra de esta prosista por estar profundamente marcada por la naturaleza, es como una oda al medio ambiente.

Por último, creo que tengo un solo pero que hacerle a Doña Isabel y es que abusa demasiado de los pasajes de cama, a veces pienso que excesivos y quizá no demasiado justificados ni relevantes para el transcurrir de las historias.

Por lo demás, quien no haya leído algo de ella, es una lectura muy recomendable para esta época estival que ya iniciamos.

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