EL DÍA QUE VI POR PRIMERA VEZ UNA TELE EN COLOR

Resulta muy triste que hace unas semanas CNN+, un canal de televisión de noticias cerrara sus emisiones, y fuera sustituido por otro canal de Gran Hermano no sé qué edición, durante las veinticuatro horas. Pero más triste y sorprendente a la vez es que, al parecer, los índices de audiencia del tal Gran Hermano están superando a CNN+.

Y digo esto, porque puede que la proliferación de canales nos haya aportado mayor pluralidad y puntos de vista diferentes para un mismo asunto de actualidad, esto en sentido positivo; pero creo que nos ha dejado más aspectos negativos. Para empezar eso, que pienso que ahora la televisión es de una calidad de contenidos inferior a la de hace dos o tres décadas. Y que está sirviendo descaradamente para aborregar, por no decir adoctrinar, pero adoctrinar no en el sentido político, sino en el de construir una sociedad carente de valores, zafia, chabacana, superficial, en la que reporta más beneficios los cuernos de tal o cual famoso que un premio literario. Igualmente no descarto que los poderes públicos no sean más férreos en los contenidos de las televisiones para que no pensemos demasiado, estamos ahora más que nunca ante “el opio del pueblo”.

Parece que porque estamos en una sociedad avanzada, sin aludir a la del bienestar con la que está cayendo, todo lo que tenemos a nuestro alrededor siempre ha estado ahí, y perdemos esa perspectiva a medida que pasa el tiempo, incluso el mismo Felipe González declaraba la pasada semana que tendría mejor valoración en las encuestas que cualquier barón socialista porque, y cito textualmente: “la memoria es caprichosa y se olvidan las barbaridades que uno ha hecho”.

Pues eso, que hace treinta años, no había tantos canales de televisión, había dos y la mayoría sólo teníamos uno, todo el mundo veía lo mismo y tengo la certeza de que se cuidaba la calidad de lo que se emitía y, por supuesto, llegamos al mundo y nuestra infancia la vimos en blanco y negro.

Entonces todos teníamos televisores en blanco y negro, recuerdo que en Linares, muchas familias de santaneros teníamos una Kastell, que en cada casa tenía truco para funcionar, había que girarla de algún modo o poniendo el cable de tal o cual manera; en la mía funcionaba con golpes, se encendía y había que darle un golpe en un lateral, ni más arriba ni más abajo, ni muy duro ni muy flojo.

Casi nos hemos olvidado de eso, igual que dentro de unos años nos olvidaremos de los mamotretos de televisores en color que teníamos, sustituidos por esas pantallitas planas que se acoplan a las paredes y que aportan un ambiente equilibrado, místico..., propio del feng shui y esas pamplinas. Imagino que con el tiempo también se nos borrará la memoria y vendrá un nuevo avance tecnológico, el que viene ya se percibe, los televisores en 3D.

Pero bueno yo de lo que quería hablar es que el color fue llegando a nuestras vidas y eso fue un acontecimiento fabuloso. Yo recuerdo un día en que vi la luz y sí, vi por primera vez en mi vida un televisor en color. La foto que hoy ilustra el inicio de esta entrada es el sitio concreto de tan magno evento, la tomé el día de Navidad en Begíjar, se trata de la tienda de Lorencillo, una suerte de supertodo rural donde se vendía de todo, lo mismo electrodomésticos, muebles, incluida ropa de hogar y de vestir, etc. Por cierto, hablo en pasado de la tienda cuando debería hablar en presente, pues la tienda que, poco ha cambiado desde los 70, la regenta el hijo de Lorencillo, Lorenzo, de mi misma quinta, y con el que recuerdo haber jugado muchas tardes al fútbol con él.

Fue una noche de verano, debió ser sobre 1973 o 1974, por tanto, tenía cinco o seis añillos, para averiguar esto he tenido que recurrir a las hemerotecas de algunos periódicos, pues por entonces Televisión Española emitía la serie estadounidense Cannon, interpretado por el actor William Conrad, un detective gordito que, al parecer (lo digo esto porque no me acordaba del contenido de la serie y lo he mirado en Internet) era un sagaz perseguidor de las injusticias, que tenía una particular filosofía de cobrar fuertes sumas por sus servicios a los ricos, y hacer trabajos a personas sin recursos de forma gratuita y desinteresada.

El caso es que Lorencillo sacó la televisión a la puerta de su comercio y justo desde el sitio donde está tomada la foto, allí nos sentamos niños, jóvenes y mayores, para disfrutar del espectáculo del color. Daba igual el qué contara la historia, por fin aspirábamos a poder ver en la tele, en esa caja que cada uno teníamos en nuestro hogar, los colores de la vida, algo que hasta ese momento sólo quedaba reservado al cine, para ver películas de Cantinflas, de Manolo Escobar y otros ídolos de la época.

Y comenzaron a proliferar los nuevos aparatos, y ya los veías con mayor asiduidad en las tiendas de electrodomésticos compitiendo con los de blanco y negro, y te parabas a ver de qué color llevaba la blusa esa presentadora, o el color de la corbata de aquel locutor, o esos fabulosos dibujos animados con tanto colorido, era todo un espectáculo fabuloso e inolvidable.

Pasarían varios años hasta que llegó a mi casa la primera tele en color. Mi padre decidió como buen español hacer coincidir su adquisición con algún evento deportivo fastuoso, en este caso, el Mundial 82 de España, de infausto recuerdo. El día que entró por la puerta de mi casa un majestuoso Grundig Supercolor 81 unos meses antes del Mundial, fue otro imborrable momento histórico de mi vida, toda una fiesta. Desde ese momento y hasta el día de hoy, se fue apagando la llama de aquellos indestructibles aparatos en blanco y negro que también marcaron nuestras vidas.

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