ALMUÑÉCAR, UN PUEBLO ANDALUZ EN LA COSTA

He tenido este pasado fin de semana la oportunidad de pasarlo en Almuñécar, gracias a que un familiar mío tiene un apartamento allí, y eso me ha dado pie para hacer algún comentario y reflexión que quedará anotado en la etiqueta de “Lugares”, a modo de recordatorio de que alguna vez he pisado aquellas subtropicales tierras granadinas y siempre me ofrece algún pensamiento, alguna cavilación.

Esta magnífica sociedad contemporánea que es la española, construida a base del esfuerzo de nuestras generaciones precedentes y que por más crisis que nos echen, jamás volverá a ser ni por asomo la que sufrieron nuestros padres y abuelos, nos ha permitido que esa gran franja social de nuestra población, la clase media, haya podido gozar de infancias y juventudes felices, alegres y con escasas o nulas carencias.

Esa gran clase media ha podido, de vez en cuando, tener sus propias vacaciones, ir a la playa y disfrutar de las bondades de la costa, de su clima, de su oferta de ocio, del bullicio, de sus iguales... Para los provincianos de Jaén (dicho esto de forma elogiosa y no peyorativa, pues los jiennenses nos sentimos muy orgullosos de nuestra tierra, aunque nos atribuyan el ser los más fríos y “castellanos” de toda Andalucía) la costa granadina ha sido siempre ese referente, ese destino habitual; las de Málaga y Almería también, pero la costa de Granada por ser la más cercana ha formado parte de nuestros corazones, para muchos de sus vidas.

Tiene Almuñécar esa perfecta conjunción de antigüedad (he tomado una foto de la factoría de salazón de la época romana) y modernidad, de pueblo y ciudad; no es el típico poblacho costero artificial con enormes construcciones de ladrillo para atraer turistas a manta y con escasez de vecinos autóctonos. Eso siempre me llama la atención en las costas, cuando las visitas fuera de la época estival y muchas son una ciudad fantasma, paseas por delante de grandes bloques, donde pueden vivir cientos de personas y las calles están vacías, lúgubres, casi espectrales.

No le pasa eso a Almuñécar, en esta localidad hay vida después del verano, hay actividad, hay ruido y gente por sus calles. Allí te puedes salir de su paseo marítimo y perderte por sus callejuelas estrechas, que podrás tener la sensación de transportarte a otro sitio, a cualquier pueblo andaluz de interior, con sus mismas casas típicas, sus mismas costumbres, sus mismas gentes saliendo a tomar el fresco en las calles, su mercado de abastos de bote en bote, sus tabernas donde se degusta ese marcada deriva de lo masculino, esos hombres jugando a las cartas o al dominó mientras le pegan sorbos a un buen vaso de vino del país.

Como habitante de interior que soy y de pueblo no muy grande, irremediablemente me trastoca, a veces me agobia, el tener como único y exclusivo paisaje bloques de pisos idénticos, por más que la benignidad del clima y lo atractivo del mar y la playa puedan amortiguar esa sensación; pero tarde o temprano intento buscar cómo perderme por las callejuelas de esas zonas antiguas de los pueblos costeros, ya digo a veces no es fácil y en otras directamente es imposible.

Por otro lado, Almuñécar que puede pasar de los 150.000 habitantes en verano (algo más de 27.000 censados), vuelve a su ser pasada la campaña veraniega y esa normalidad te hace apreciar más aún sus bondades. La mayor parte de la oferta continúa, no hay agobios, no hay colas, o sea, hay paz, hay tranquilidad, hay mucho de ese estilo de vida lento del que muchos añoran (movimiento o filosofía slow) en su devenir diario y que, francamente los que vivimos en un pueblo, conocemos bien. Con lo cual aprovechas la costa en toda su inmensidad, la playa, el sol, el clima, todo es más brillante, más natural, energético, es decir, la recarga de pilas que siempre añoramos cuando nos salimos de nuestro quehacer cotidiano, se procesa con claridad en nuestros cuerpos y nuestras mentes.

En definitiva, mi recuerdo para Almuñécar, ese lugar que de vez en vez se cruza en mi vida, que me inspira sentimientos agradables y que espero que en el futuro mantenga su identidad y no se desborde por el afán especulativo que a veces pierde a los políticos.

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