LA CORRUPCIÓN POLÍTICA QUE NO PARA

Asistimos en los últimos años de manera cada vez más cotidiana a la extensión de la corrupción en el panorama político de nuestro país. Basta ver o escuchar cualquier noticiario y a buen seguro que nos trae la crónica de algún episodio de este carácter.

Del mismo modo, y como si se tratara de un guión previamente escrito, el político de turno niega la mayor, aquí nadie ha hecho nada, todo son invenciones de los medios de comunicación o del partido opositor.

Lamentablemente, para el ciudadano de a pie esto se está convirtiendo en algo tan habitual que ya casi le damos de lado, le prestamos cada vez menos atención, y al final, muy al final de todo, cuando se descubre el pastel, ha pasado tanto tiempo que el político ya se ha asegurado una salida airosa.

Por supuesto, rara vez se observa que un político dimita como medida de decoro, higiene y decencia públicas (en nuestro país la palabra “dimisión” parece estar desterrada del vocabulario), y menos aún que admita la verdad. Haciendo un símil deportivo, es como cuando un deportista de dopa, cuando se destapa el dopaje, todos tienden a eludir la realidad y mienten claramente a través de subterfugios y vericuetos indignos que terminan por dilapidar los antiguos méritos que hubieran adquirido. En este sentido el marchador granadino Paquillo Fernández es un ejemplo de lo que se debe hacer cuando has metido la pata, pues la alta competición es muy dura y exigente, física y mentalmente.

No, no puede ser que cada caso de corrupción política, o lo que es lo mismo, valerse de una posición pública para el lucro privado, se quede siempre en entredicho. O lo que es peor, que estemos ya tan acostumbrados a esto que ni nosotros mismos le demos la trascendencia que esto tiene. La corrupción es algo deleznable, ruin, rastrero, y que merece una pena mayor que la que actualmente se impone: jugar con el dinero público de esa manera es materia casi criminal. ¿Cuántos puestos de trabajo se podrían crear con todo ese dinero desviado a lo largo de la historia en nuestro país?, ¿cuántas vidas humanas se salvarían destinando esas ganancias ilícitas a hacer más hospitales, mejorar nuestras carreteras, generar más infraestructuras…?

Y, me planteo algo más, ¿cuánta de la corrupción existente es la que conocemos?, ¿estamos ante un enorme iceberg del que tan sólo vemos la punta? Ese es el problema, que como se suele decir “cuando el río suena agua lleva”, y nos enteramos de la misa la mitad. Si es cierto que toda persona tiene un precio, las regalías y prebendas a las que se someten los políticos pueden ser tantas y tan cuantiosas, que imagino que a no pocos les debe resultar un serio examen ético y de conciencia, en el que se debaten entre sus principios y una solución fácil para su vida. Sobre todo, si como los crímenes perfectos, que los hay, le garantizan que no dejará ninguna huella, nunca llegaremos a conocer estos. Eso, o ser una persona que se viste por los pies y que prefiere dormir tranquilo, por encima de una suma de dinero u otro presente o favor, llámese como se llame.

Tuve la suerte hace unos años en mi luna de miel en la República Dominicana de reencontrarme con un viejo amigo de mi época estudiantil que trabajaba en ese país para la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), y me comentaba que en América Latina era tan común la corrupción que la principal razón por la que los ciudadanos votaban a sus políticos en función del que pudiera ser menos corrupto, asumiendo que todos lo eran; hasta el punto de que el que gobernaba quitaba de un plumazo a todos los trabajadores de la Administración pública y colocaba a los de su bando.

No quiero pensar que en España lleguemos a una situación de desidia y banalización tal, que nos la traiga al pairo si algún fondo que otro va a parar a quien no debe por hacer estos o aquellos favores. Porque a ver si vamos a tener que evaluar qué partido es el que está menos corrompido para votarlo como ocurría en la República Dominicana.

Y, por supuesto, lo mejor que pueden hacer todos los partidos políticos es callarse, porque el que más y el que menos tiene trapos sucios en su entorno, y a ver si de una vez se acostumbran a dimitir, o a echar directamente a esos que meten la mano donde no deben, sería una medida de higiene democrática que los ciudadanos agradeceríamos sobremanera.

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