UNA ÉPOCA DEL AÑO, UN JUEGO

Hoy me toca hablar de juegos, ya lo hice hace unas semanas, y ahora vuelvo porque siempre me ha parecido que el juego es una de las mejores formas que tiene el ser humano de socializarse, de pertenecer y ser alguien en este mundo en relación con los demás.

En no pocos momentos de mi existencia pienso que la vida es como un juego, un enorme tablero en el que en cada momento tienes que tomar una decisión que genera nuevas circunstancias que te obligan a tomar nuevas opciones y así sucesivamente; esto sobre todo lo pienso los días que estoy chungo, con objeto de intentar animarme jugando un poco dentro de la rutina diaria. Cuando era niño llegué a pensar incluso que todos los días iniciaba un nuevo juego en el que yo era protagonista y el resto una especie de actores que giraban alrededor mío, al más puro estilo de “El show de Truman”, pero esto no es así, ¿verdad?, ehhh ¿verdad?

Pues como siempre he defendido, y aunque no me gusta abanderar eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, creo que los juegos de mi niñez tenían mucha socialización, mucho de hacer peña, grupo de iguales; eran, en definitiva, mejores bajo mi punto de vista que los de ahora. Entiendo las diferencias tecnológicas existentes y que el entorno ha cambiado, pero se ha desterrado casi por completo los juegos en la calle y, por supuesto, esos juegos de mesa que tanto me gustan y que ahora tengo pocas oportunidades de disfrutarlos.

Y es que hace algo más de treinta años no existían tantos coches y los niños tomábamos las calles, nuestras madres que eran mayoritariamente amas de casa (esto no es machismo, esto era realidad), no tenían ningún miedo a dejarnos salir porque no se percibía el peligro, llámese drogas, secuestradores infantiles, cacos... Nuestro largo transcurrir en la calle se centraba en plantearnos a qué jugar, y divertirnos a raudales con el pasatiempo propuesto.

Siento una especial añoranza cuando se va sucediendo cada época del año y rememoro que cada una de ellas, cíclicamente, tenía su juego, el juego de temporada. Era una manera de adaptar los juegos a las condiciones climáticas y ambientales, toda una propuesta de estudio por si alguien quiere hacer una tesis doctoral.

Ahora que ya se acerca el buen tiempo y las tardes son más largas era muy habitual entretenerse con el clásico “Policías y ladrones”, en el que hacíamos nuestras acotaciones mentales acerca de cuáles eran las calles que valían y cuáles no, y asimismo creábamos nuestras propias estrategias para eludir a los polis, y es que era más divertido ser ladrón que policía. También era la época de las canicas, yo nunca fui muy bueno con estas, donde los descampados de los alrededores se llenaban de hoyos para desarrollar las diversas variantes que existían.

Cuando se acercaba el soporífero calor del verano y con las vacaciones, teníamos que desistir de realizar juegos físicos hasta casi la noche y venían otros entretenimientos más pausados o que podías realizar a la sombra, surgían entonces las cartas (de niño el que se imponía en mi barrio era el tute), y te podías tirar las horas muertas, la pareja que perdía se quitaba, no nos apostábamos nada, sólo la honrilla de ganar. Estaba también uno muy divertido, los platillos, en otro sitios se llama chapas, y es recuerdo que con eso del verano las terrazas de los bares se llenaban de familias, los platillos de las botellas se tiraban al suelo y los niños las cogíamos para jugar e incluso para coleccionarlas; había una especie de catálogo no escrito de puntos que variaba en función de lo popular, menos puntos, o raro, más puntos, del ejemplar en cuestión. Y es que no era lo mismo un platillo de Fanta o Cerveza El Alcázar, que había muchos, que otro de leche Colecor o Sidra Jai Alai, que eran más difíciles de encontrar. Un año fui de vacaciones a Almería y me traje un montón de platillos de la playa, llené la calle de nuevas marcas como Cerveza El Azor y mis platillos eran de lo más cotizados.

Con el término de las vacaciones y el retorno a la escuela, llegaba también el inicio de la Liga de fútbol y entonces comprábamos las estampas, cambiábamos y, por supuesto, jugábamos con ellas. También se montaban varios juegos en torno a nuestras estrellas de la liga y otras no tan conocidas, nombres tan sonoros como Panadero Díaz, Barrachina, Macanás, Claramunt, Megido y hasta Luis Aragonés con la elástica del Atlético de Madrid, buf, ¡qué viejo soy!

El jugar a los relevos casi iba emparentado con el curso escolar, y entonces teníamos un inusitado interés por ser los más rápidos, por correr más que nadie, el que corría más sabía que era un líder, que iba a jugar bien al fútbol y que hasta tendría éxito con las niñas, aunque no recuerdo que eso de rondar al sexo contrario nos obsesionara mucho, más bien nada. Por cierto, yo no era de los que más corrían.

Y si llovía y se nos embarraban nuestros solares, pues perfecto porque entonces surgían de no se sabe dónde trozos de hierro, le llamábamos limas aunque no lo fueran, y jugábamos a clavarlas en el suelo en una suerte de casillero de cuadros numerados. Esto sí que tenía una época muy concreta y es que cuando dejaba de llover durante unos días y se secaba la tierra ya no podíamos distraernos con esto, por eso nos gustaba que lloviera para regar nuestros campos... de juego y que tuvieran la textura adecuada.

Ya, si llovía mucho, pues teníamos en casa los juegos de mesa, pero eso me dará para hablar otro día de lo apasionantes que son y lo que se están perdiendo nuestros jóvenes de hoy en día. Y, por supuesto, había muchos más juegos en la calle, que dará para más.

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