"MINI MASTER MIND", UN JUEGO DE MESA VETERANO

Aunque me siento un apasionado de la modernidad y de los avances tecnológicos, si hay algo que no envidio de la juventud e infancia actuales y recuerdo con cálida añoranza son los juegos de mesa. Cuando era niño, no había “PSP”, “XBOX” ni la “Play” para divertirnos, salvo los solitarios con las cartas, necesitas obligadamente la participación de más amigos.

No era de extrañar que nos bajásemos a la calle con nuestros juegos y compartirlos con nuestro grupo de amigos del barrio. Recuerdo cómo nos tirábamos larguísimas jornadas jugando al ajedrez, a las cartas, a los chinos, a las estampas de fútbol; ahora esto ya se ve menos o nada. Ni me acuerdo de cuánto hace que no veo a niños jugando en la calle al ajedrez, probablemente, mi recuerdo sea verme a mí mismo tirado en una calle de Begíjar, echando partidas, una tras otra, y divirtiéndome a raudales.

También teníamos adoración por juegos de mesa tales como “El Palé”, “Monopoly”, la lotería, el parchís y la oca, o los sempiternos “Juegos Reunidos Geyper”. Esto también operaba como una cadena de amistades y buenos ratos; uno iba a casa de otro a jugar a tal o cual juego y, como siempre, nunca terminábamos y el tiempo se nos había pasado en un santiamén.

La verdad es que en esto siento algo de orgullo por haber vivido aquella época, y desdeño, en cierto modo, los juegos actuales, los tecnológicos, porque aun entendiendo que algunos también permiten la participación en red (conectividad creo que se llama), se han perdido muchos de los alicientes del tradicional juego de mesa, que era sobre todo para eso, para jugar largas tardes, sentado en una mesa y arropado por esas faldillas que intentaban atrapar todo el calor del brasero.

Adonde voy a parar es que en los sofisticados juegos actuales prevalece el individualismo y, además, se fomenta escasamente la reflexión, el pensamiento, la inventiva, el raciocinio. Ahora todo es teclado y más que nada una cierta habilidad y manejo digital, por aquello de que se utilizan los dedos, de pensar... pues más bien poquito.

Esta pasada Navidad compré por Internet un juego que llegué a comprar cuando era niño, y que se perdería o se tiraría, no por mí que yo no tiro nada. Se trata del “Mini Master Mind”, un interesante y entretenidísimo juego en el que hay que utilizar el cerebro, el coco, para discurrir y adivinar una combinación secreta.

El juego no puede ser más sencillo en su concepción, tenemos una pequeña plataforma con diversos agujeros y fichas de seis colores diferentes, hay dos jugadores, uno se encarga de poner la combinación, el semiactivo o informador, eligiendo cuatro de esos seis colores y colocándolos en una determinada posición, en un lugar concreto de la plataforma, tapados por la misma, lo que impide que el otro jugador, el activo, el que piensa y que se coloca enfrente, la pueda ver.

El juego comienza y el jugador activo (pensador) propone una combinación al azar, el informante, a continuación, debe informar acerca de: a) los colores – fichas que están en la combinación secreta aunque en diferente posición y, b) aquellos colores que están en dicha combinación y en la misma posición. Naturalmente no se dice cuáles son, se informa para el primer caso colocando unas fichas blancas al lado de la combinación y, en el segundo caso, con fichas negras.

El jugador activo, con esos datos, tratará de establecer una nueva combinación haciendo deducciones acerca de qué colores están bien y en qué disposición. Nuevamente el semiactivo informará con las correspondientes fichas blancas y negras. Y así sucesivamente..., está claro que el jugador – pensador cuenta cada vez con más datos e información, hasta que termina hallando la combinación correcta, sin superar los seis intentos, ese es el objetivo del juego. Normalmente si uno es concienzudo y paciente, logra conseguir la solución, eso sí, con buenas dosis de cavilación y reflexión.

Pues sí, este juego recuerdo que en mi niñez llegó a ser muy popular y nos volvíamos locos, sí, ¡nos volvíamos locos de jugar a pensar! Estoy convencido de que a un niño de hoy día le enseñas el juego y, como poco, le llama la atención; las épocas cambian pero el espíritu y el corazón de un niño no. Y, al final, cuando estás con un niño y te tiras una tarde con un juego de mesa, creo que se da cuenta de que necesita de esto, de la familiaridad, de la complicidad, del calor de una diversión que hace que se vayan las horas como una exhalación.

Por cierto que también encontré este juego de “Mini Master Mind” en Internet, para jugar contra la máquina, que actúa como informadora; se presenta con más posibilidades, con seis, ocho y diez colores, para seleccionar cuatro o cinco, y con la posibilidad de que los colores se puedan colocar dos veces en la combinación secreta, todo un ejercicio de elucubración para perder una tarde entera, o dos.

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